La princesa dragón rosa se quedó paralizada. La voz de Nereus sonaba sincera, casi vulnerable, muy diferente al ser monstruoso que había contemplado momentos antes. Sin embargo, no podía olvidar su verdadera naturaleza ni el motivo que la había llevado hasta allí.
—No vine por ti, Nereus —respondió con firmeza, aunque su voz tembló ligeramente—. Vine por mi hermano. ¿Dónde lo tienes?
El rostro de Nereus se ensombreció, y por un instante, Mayra vio aquel destello de luz rojiza en sus ojos que tanto la había cautivado durante sus bailes.
—Ah, claro. Tu hermano —dijo con amargura—. Siempre hay alguien más importante que yo, ¿verdad? Primero fue ese príncipe dragón, y ahora tu hermano.
—No intentes manipularme —replicó Mayra, conteniendo su ira aunque intentó mantener la calma, buscando en su mente la manera de persuadirlo—. Me engañaste. Todo este tiempo fingiste ser alguien que no eras. ¡Confié en ti y te defendí todos estos años, Nereus!
—¡Te equivocas! —exclamó él, avanzando hacia ella con las cadenas tensas—. Contigo nunca fingí. Esos momentos que compartimos, los bailes, las conversaciones... todo fue real. Eras la única que me veía como algo más que un monstruo.
Mayra retrocedió instintivamente, aunque sabía que en su forma etérea no podía lastimarla. La intensidad y vehemencia con que Nereus hablaba la hizo trazar una idea en su mente. Tal vez..., si jugaba bien sus cartas, podría conseguir que le devolviera a su hermano. Por lo que, reuniendo valor, se acercó hasta él.
—Si eso es cierto, demuéstralo —dijo ella con suavidad—. Libera a mi hermano. Demuestra que hay bondad en ti.
Una risa amarga escapó de los labios de Nereus. La miró como siempre lo había hecho desde que se conocieron, con una mezcla de emociones que Mayra no podía descifrar completamente. A veces creía ver amor, otras..., ¿decepción? Pero la vida de su hermano estaba en juego y la guerra solo empeoraría las cosas. Levantó una mano traslúcida e intentó tocar el rostro de Nereus, quien la miró desconcertado.
—¿Sabes? Siempre me sentí segura cuando bailábamos —susurró ella—. ¿Por qué no me dijiste quién eras? —preguntó, dejando que sus dedos etéreos rozaran el rostro del Kraken, quien se estremeció ante el contacto—. ¿Es porque eres un Kraken que dejaste de bailar?
Nereus cerró los ojos ante el roce etéreo de Mayra, como si ese simple contacto le quemara el alma. Levantó su mano intentando atrapar la de ella, pero sus dedos atravesaron la forma espectral de la princesa.
—Los Kraken no bailamos —susurró con voz ronca, cargada de dolor—. No debería haber bailado contigo nunca. No puedo permanecer mucho tiempo fuera del agua. Pero cuando te vi... —abrió los ojos y la miró con una intensidad que la estremeció—. Cuando te vi, olvidé todo lo que soy, todo lo que debo ser.
Mayra sintió un nudo en la garganta. Percibía sinceridad en sus palabras, pero también una oscuridad inquietante que la asustaba. Su instinto le advertía que debía alejarse del Kraken, sobre todo al ver cómo la rodeaba una extraña energía oscura que chocaba contra el escudo azul de protección que su esposo había tejido sobre ella.
—¿Y qué se supone que debes ser, Nereus? ¿Un secuestrador? ¿Alguien que usa el chantaje para conseguir lo que quiere? —preguntó, retrocediendo mientras observaba cómo él luchaba por mantener su forma humana, aunque sus brazos por momentos se transformaban en tentáculos oscuros.
—¡No lo entiendes! —exclamó él, girándose bruscamente para ocultar su rostro que comenzaba a deformarse. Las cadenas mágicas tintinearon cuando se movió, y en un impulso, sumergió su cabeza en el agua para recuperar su apariencia humana—. Durante cien años he estado subiendo a la superficie con la esperanza de encontrarte. Solo las princesas zafiro rosa son capaces de ayudarme. Y cuando por fin te encontré convertida en humana... —su voz se quebró—. Ya pertenecías a otro.
Mayra retiró su mano, consciente del peligroso juego en el que se había metido. La desesperación en la voz de Nereus era genuina, pero también lo era la amenaza que representaba.
—Si realmente me aprecias como dices —susurró ella—, si todos esos bailes significaron algo para ti, ayúdame a salvar a mi hermano. Demuéstrame que el Nereus que conocí sigue ahí.
Él la miró fijamente, y Mayra pudo ver la batalla que se libraba en sus ojos. En realidad, Nereus desconocía el paradero del príncipe rosa; antes de ser capturado en el lago esmeralda, había ordenado a sus súbditos permanecer ocultos y no atacar a los dragones, consciente de que eso desataría una guerra.
De pronto, Mayra giró la cabeza al sentir el llamado de su esposo. Debía regresar a su cuerpo antes de que Adam o el emperador descubrieran su escapada astral. Con delicadeza, volvió a rozar el rostro de Nereus, esbozando una suave sonrisa.
—Vendré a verte cada vez que pueda —prometió, acercándose un paso más—. No te dejaré solo aquí. Pero necesito saber que mi hermano está a salvo.
—¿Vendrás? —preguntó él, con una mezcla de incredulidad y esperanza en su voz—. Si lo haces, yo... trataré de averiguar qué fue lo que pasó con Ariam.
La princesa dragón rosa dirigió una última mirada a Nereus mientras sentía cómo múltiples energías tiraban de su esencia etérea. No era solo la de su esposo la que la reclamaba; también percibía la fuerza de su padre y, más inquietante aún, la presencia de un ser superior que no lograba identificar.
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Editado: 05.01.2025