Con infinita ternura, sus formas draconianas se acercaron en la inmensidad de la habitación real, diseñada especialmente para albergar sus majestuosas figuras. Las escamas de Ludovic, de un profundo azul zafiro, brillaban con intensidad bajo la luz de la luna, mientras que las de Mayra, de un delicado tono rosa, resplandecían como estrellas.
—Eres hermosa, May —susurró en la mente de ella, mientras rozaba suavemente su cuello escamado con su hocico—. Siempre lo has sido, en cualquier forma.
Mayra se estremeció al sentir el contacto. Sus alas se estremecieron suavemente, creando suaves corrientes de aire en la habitación. La magia de los dragones comenzó a manifestarse alrededor de ellos, formando espirales doradas que danzaban entre sus cuerpos.
—Te amo, Adam —respondió ella telepáticamente, mientras sus colas se entrelazaban con natural elegancia—. Te he amado siempre, incluso cuando vivía sin recordarte.
Sus enormes cuerpos se acercaron más, sus escamas brillando con una intensidad cada vez mayor. El ritual de apareamiento de los dragones era algo sagrado, una danza antigua como el tiempo mismo.
—Esta es la magia más antigua de nuestra especie, mi amor —explicó Adam Ludovic, mientras sus ojos azules brillaban con intensidad en la penumbra—. Cuando nos unamos, nuestras almas quedarán enlazadas para siempre, como debe ser entre compañeros eternos. ¿Estás lista?
Sus cuerpos draconianos comenzaron a moverse como si fuera una danza, ambos extendieron sus alas creando un dosel natural sobre ellos. El aire vibraba con la intensidad de su magia, mientras sus escamas brillaban con una luz cada vez más intensa.
Adam Ludovic rodeó a Mayra con sus alas, creando un espacio íntimo solo para ellos. Sus largos cuellos se entrelazaron en un gesto de profundo afecto, típico del cortejo dragón. La temperatura en la habitación aumentó gradualmente, producto de su magia combinada.
—Nuestras almas ya se reconocen —susurró él en su mente—. ¿Puedes sentirlo, May?
Las escamas de ambos comenzaron a brillar al unísono, creando patrones luminosos que se reflejaban en las paredes de la habitación. Era la manifestación física del vínculo que estaba formándose entre ellos.
—Lo siento —respondió ella, mientras sus colas seguían entrelazadas—. Es como si siempre hubiéramos estado destinados a este momento.
La magia los envolvió por completo, elevándolos ligeramente del suelo. Sus auras se fundieron en una sola, azul y rosa brillante, mientras el ritual de apareamiento alcanzaba su punto culminante. Adam Ludovic, como príncipe de los dragones del agua, sintió el llamado del océano.
—May —la llamó en su mente—, nuestro vínculo debe ser bendecido por las aguas del océano y mis ancestros. ¿Me permites llevarte a las profundidades?
Mayra asintió, confiando plenamente en él. Y mientras su príncipe se hundía más en ella, un remolino de agua los envolvió como un tubo en el tiempo azul que la hizo cerrar los ojos al tiempo que sentía como las alas del Adam la presionaban más contra su cuerpo sin dejar de realizar el acto. Una extraña sensación de plenitud la hizo abrir los ojos para encontrarse con la más increíble de las imágenes.
—Adam— llamó a su esposo que estaba todo iluminado sin dejar de realizar el acto. Su cuerpo draconiano desprendía destellos que parecían estrellas líquidas, mientras cientos de animales acuáticos, conocidos y desconocidos, nadaban a su alrededor incrementando el enorme remolino que los rodeaba. Sus cantos místicos creaban una melodía única que solo ellos podían escuchar, una sinfonía que hablaba de unión eterna y amor profundo como el océano mismo.
—Ahora May, concéntrate —escuchó a su esposo que tiró con sus alas aún más de ella mientras enroscaba el cuello en el suyo y se introducía aún más en su interior. El agua a su alrededor comenzó a brillar con más intensidad, como si millones de luciérnagas marinas los rodearan—. ¡Recíbeme May, recíbeme!
El remolino se intensificó, creando una cúpula de agua cristalina sobre ellos, mientras sus escamas brillaban al unísono con cada movimiento, cada respiración, cada latido. Las antiguas criaturas del mar profundo comenzaron a emerger de las sombras, danzando en círculos concéntricos alrededor de la pareja real.
Ballenas ancestrales entonaron el canto sagrado de la unión, con cantos resonando a través de las profundidades. Medusas luminiscentes tejían patrones de luz que se entrelazaban con la magia que emanaba de los dragones. Los antiguos leviatanes, guardianes de los secretos oceánicos, se inclinaban ante sus nuevos señores.
La luz que emanaba de sus escamas comenzó a fundirse, creando un aura única que los envolvía a ambos. Ya no eran dos seres separados, sino una única entidad conectada por el poder del océano primordial. Sus cuerpos en la cima del placer se estremecieron ante el clímax de su unión.
—Oh, sí May, eres mía —rugió Adam cuando toda su esencia se derramó en el interior de su amada. Mientras la mordía en su cuello sintió como ella se estremecía ante sus embistes.
—Adam, amor… —No dijo más, su cuerpo se extremecía al mismo tiempo que fluctuaba de color entre el azul y el rosa mientras sentía el mayor de los placeres. Las marcas reales en sus cuerpos comenzaron a brillar con intensidad cegadora, reconociendo la legitimidad de su unión.
—La antigua magia nos reconoce —habló Adam en la mente sin dejar de estremecerse, mientras la envolvía con amor con sus alas —. Los océanos te aceptan como mi igual, como mi reina. Ahora no hay nadie que pueda separarnos jamás.
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Editado: 05.01.2025