El príncipe del agua permaneció inmóvil, contemplando a su esposa con ojos atormentados. Las energías ondulaban suavemente alrededor de ambos, como testigos silenciosos de aquel momento crucial. ¿Cómo podría explicarle que, consumido primero por el dolor y después por la desesperación, había permitido que su padre tomara las riendas de su destino? ¿Cómo confesarle que, en un momento de debilidad, había cedido ante la presión real y aceptado un matrimonio con la princesa Ariana si ella no regresaba?
Pero ella había vuelto. Y su padre, aunque furioso, debía respetar la condición que él había impuesto a esa unión política.
—Es cierto, May —logró articular Adam al fin, mientras sus escamas azules se estremecían levemente—. Lo hice porque era mi deber como príncipe heredero de nuestro clan. Pero establecí una condición innegociable: si tú aparecías, inmediatamente me uniría a ti.
Adam se acercó cautelosamente, sin dejar de mirar fijamente a los ojos rosas de su amada tratando de que ella viera la sinceridad en los suyos.
—No comprendo por qué nuestros padres dejaron de ser mejores amigos. Quizás fue porque el tuyo se dedicó en cuerpo y alma a buscarte, mientras el mío se concentró en velar por la seguridad del clan. Pero eso ya es pasado —dijo suavemente mientras acariciaba el rostro de Mayra—. Ahora estamos juntos, y nadie podrá separarnos, amor mío. Por favor, comprende... Todos te creían muerta, todos excepto yo. Mi corazón nunca dejó de latir por ti.
La mirada de Mayra tembló ante las palabras de Adam, mientras sus escamas rosadas reflejaban la luz que los rodeaba. Las alas, plegadas contra su cuerpo, se estremecieron levemente, un gesto involuntario que siempre delataba su inquietud. En su corazón de dragona se libraba una batalla entre el amor profundo que sentía por él y el miedo punzante a perderlo nuevamente.
—Quiero creerte, Adam —susurró, mientras una pequeña voluta de vapor escapaba entre sus fauces—. Pero tengo tanto miedo... Me robaron no solo el tiempo contigo, sino también mis recuerdos, mi identidad. Me hicieron olvidar hasta lo que era. Y ahora lo único que siento verdadero eres tú, nuestro amor, no quiero que se tiña de dudas.
Adam se acercó más a Mayra. Ella sintió que su fuego interior se avivaba ante su proximidad, como siempre había sucedido desde que eran pequeños, aunque durante tanto tiempo no pudo recordarlo.
—Durante mi cautiverio —continuó ella, arañando suavemente el piso de su habitación—, vivía en una niebla de confusión. Y ahora que por fin recuperé quien soy, que recordé nuestro amor... —se detuvo un momento para mirarlo— la idea de que podrías haberte unido a otra me quema por dentro, más que mi propio fuego. ¡Eres mío Adam, lo eres! ¡Siempre lo fuiste y no quiero que eso cambie!
Las energías a su alrededor comenzaron a calentarse, respondiendo a las emociones de la dragona rosa. Su mirada que guardaba el poder de su antigua estirpe, brillaron con intensidad. Adam conocía muy bien lo posesiva que era ella con él y sonrió al ver que eso no había cambiado.
—Sé que eres el príncipe heredero del clan del agua, que tienes deberes y obligaciones. Pero yo... —extendió levemente sus alas en un gesto de vulnerabilidad— yo soy una dragona que ha recuperado no solo sus recuerdos, sino también su corazón. Y ese corazón siempre te ha pertenecido, Adam, incluso cuando no podía recordarlo.
El príncipe del agua, conmovido por las palabras de Mayra, acortó velozmente la distancia entre ambos. La envolvió con sus alas y, en un destello mágico, transformó a ambos en humanos. Sin dudarlo, la atrajo hacia sí para fundirse en un apasionado beso, tal como aquellos que habían compartido en el futuro. A pesar de que los dragones consideraban a los humanos seres inferiores, Adam había descubierto que apreciaba profundamente la manera en que éstos expresaban su amor. Después de todo, su amada había crecido prácticamente como una humana, y esa parte de ella también la hacía especial.
Mayra correspondió al beso con igual intensidad, sus dedos entrelazándose en el cabello de Adam mientras lo atraía por el cuello para profundizar aún más aquel contacto. El tiempo pareció detenerse en ese instante de perfecta conexión, hasta que unos golpes firmes en la puerta de la habitación los devolvieron abruptamente a la realidad.
—May, somos Axel e Isaac, ¿podemos pasar? —las voces de sus hermanos resonaron desde el otro lado de la puerta.
En un movimiento instintivo, ambos se separaron y, en un destello de luz mágica, retomaron sus formas de dragón. Mayra, con el corazón aún acelerado, se dirigió hacia la puerta para recibir a sus hermanos.
Sus hermanos irrumpieron en la habitación con una alegría desbordante. Axel, el mayor, con sus escamas de un rosa coral resplandeciente, e Isaac, de un rosa más suave brillaban como perlas al amanecer, no le dieron tiempo ni siquiera a pronunciar palabra. En un instante, la envolvieron con sus enormes alas en un abrazo fraternal que transmitía todo el amor y el alivio que sentían al tenerla de vuelta.
—¡Por fin nuestra pequeña May ha vuelto y recuperado sus recuerdos! —exclamó Axel, con júbilo mientras rozaba suavemente su hocico contra la cabeza de su hermana.
Isaac, por su parte, emitió un suave ronroneo dragontino de felicidad, mientras se estrechaba más de Mayra, como si temiera que pudiera desvanecerse en cualquier momento. El calor familiar de sus hermanos la envolvía en una burbuja de seguridad y amor que había extrañado durante tanto tiempo, aunque no lo hubiera sabido hasta ahora.
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Editado: 05.01.2025