El Destino De La Princesa Dragón Rosa

69. EL PRÍNCIPE DE LOS KRAKEN NESS

En las profundidades del palacio imperial, Nereus percibió el antinatural remolino de energías mágicas que perturbaba el agua a su alrededor. El patrón le resultaba inconfundible: la distintiva firma mágica de su padre, el Rey de los Kraken, entrelazada con una esencia antigua y draconiana. Sus peores sospechas tomaban forma: la alianza era mucho más siniestra y compleja de lo que había imaginado.

—¡Guardias! —su rugido resonó por los pasillos de piedra marina, haciendo vibrar las paredes de su celda—. ¡Debo hablar con la princesa dragón rosa Mayra! ¡Es un asunto de vida o muerte!

Los guardias intercambiaron miradas de incertidumbre. Sus órdenes eran explícitas: mantener al prisionero en total aislamiento. Sin embargo, la desesperación en su voz y la creciente tensión que se respiraba en el palacio comenzaban a sembrar dudas en sus mentes.

En la superficie, el cielo se oscurecía con nubes que danzaban en patrones imposibles, mientras el mar rugía con una furia sobrenatural. La amenaza ya no acechaba en las sombras: se manifestaba con toda su fuerza, y el tiempo se escurría como arena entre los dedos. De repente, una figura etérea se materializó frente al príncipe: su fiel sirviente, manifestándose en su forma espectral.

—¿Qué está sucediendo? ¿Por qué siento la presencia de mi padre y de todo nuestro ejército? —exigió saber Nereus.

—Mi señor —respondió el sirviente—, vuestro padre ha forjado una alianza con los dragones del agua y los dragones glaciales. En este momento están atacando al clan de los dragones zafiros rosas... —hizo una pausa, como si le costara pronunciar las siguientes palabras—. Su objetivo es capturar a la princesa Mayra, pero no para vos... El Rey pretende tomarla como su propia esposa.

—¿Qué quieres decir con eso? —resonó una voz profunda en la penumbra de la celda, haciendo vibrar las paredes de coral—. El rey de los Kraken Ness no puede romper su unión con su esposa a menos...

—¿A menos qué? ¡Muéstrate! ¿Quién eres? —rugió Nereus, con desesperación y furia contenida.

La mente del príncipe se negaba a aceptar tal posibilidad. La idea de que su padre pudiera cometer semejante traición, asesinar a su propia esposa y renunciar eternamente a su forma de Kraken, era algo que sobrepasaba los límites de lo imaginable.

Su sirviente, temblando visiblemente, retrocedió para ocultarse tras su señor cuando la imponente figura del guardián imperial de los dragones comenzó a materializarse ante ellos. Era Rui, el ancestral y poderoso protector, cuya presencia hacía que hasta el agua pareciera contener el aliento. En un susurro tembloroso, el sirviente reveló la identidad del visitante a su príncipe, aterrorizado al descubrir que sus poderes de invisibilidad resultaban inútiles ante semejante ser.

—Príncipe de los Kraken Ness —pronunció Rui con solemnidad—, puedo concederte tu anhelo de vivir en la superficie, pero no puedo otorgarte lo que tu corazón más desea. La princesa dragón rosa Mayra ya ha unido su destino al del príncipe Adam, del clan de los dragones del agua. Es una unión predestinada, un vínculo sagrado que ningún poder en este mundo puede romper.

El príncipe de los Kraken Ness permaneció en silencio, contemplando al imponente dragón que se alzaba ante él. En todos los confines de la tierra y las profundidades del océano, ningún ser se atrevía a desafiar su autoridad. Las leyendas hablaban de su poder inconmensurable, y su inquebrantable lealtad hacia los dragones era conocida en todos los reinos.

Rui no era un ser común: había emergido de la propia magia primordial, una fuerza tan antigua como el tiempo mismo. Incluso las demás potencias mágicas lo reverenciaban, pues su dominio se extendía a través de todas las dimensiones conocidas.

—¿Qué significa exactamente que puedas concederme el poder de vivir en la tierra? —preguntó Nereus, midiendo cuidadosamente sus palabras—. ¿Qué condiciones conlleva tal don?

Como príncipe de los Kraken, acostumbrado a negociar alianzas a través de los siglos, Nereus vislumbró de inmediato la oportunidad y no sería él quien la desperdiciara. Sin embargo, debía ser cauteloso: este dragón ancestral no era alguien con quien se pudiera jugar.

Rui, por su parte, observaba con curiosidad al Kraken Ness. Los de su especie eran enemigos acérrimos de los dragones desde tiempos inmemoriales, siempre codiciando el inmenso poder de la princesa dragón rosa, poder que él mismo había otorgado a ese clan con la condición de usarlo solo en circunstancias extremas. Estaba al tanto de los acontecimientos en el clan de los zafiros rosas: cómo el rey del clan del agua se había aliado con los dragones glaciales para arrebatar todo el poder a su hijo, el príncipe Adam, y entregar a su amada esposa, la princesa Mayra, al rey de los Kraken.

Lo había intuido desde que el rey del clan azul trajo a Adam para romper su unión sagrada con Mayra, pero él se negó a separarlos. Por eso concibió la idea de forjar una alianza con el príncipe Nereus. Si lograba su cooperación, no solo evitaría una guerra milenaria, sino que quizás los dragones del agua dejarían de ser víctimas de sus ataques.

—Dime qué es lo que realmente deseas y yo evaluaré si puedo concedértelo —exigió Rui sin dejar de mirarlo—. Pero antes, ayúdame a liberar al príncipe de los zafiros rosas, Ariam. Así sabré que estás dispuesto a forjar una verdadera alianza conmigo.

El príncipe de los Kraken Ness intercambió una mirada con su sirviente, quien asintió confirmando que su padre sabía desde hace tiempo que lo tenían prisionero. Había sido parte de su plan para apartarlo del camino. Al igual que los reyes de los clanes dragón, el rey Kraken no deseaba ceder su trono al heredero; ambicionaba reinar eternamente.




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