Althea - Beleth, Syukur
Habían pasado dos meses desde que llegaran a Beleth. El druida, cuyo nombre era Rudolf, no tenía lo necesario para realizar el tatuaje, por lo que solicitó a Primus y Althea que se quedaran a cuidar su casa mientras él viajaba, ya que además de conseguir los materiales, debería llevar a cabo otras compras en Leggia, la capital del reino.
A la muchacha se le estaba haciendo pesado permanecer en la ciudad de Beleth y comenzaba a replantearse la estúpida idea que la había llevado a querer materializar aquel sueño, no solo no le gustaba el multitudinario paraje, sino que también extrañaba mucho a su familia. Sin embargo, su esposo se había adaptado muy bien a la vida citadina y casi de inmediato había forjado amistades, las cuales a los ojos de Althea no eran más que personas falsas, pero Primus no parecía darse cuenta.
Días atrás la muchacha había tenido un sueño perturbador, en el cual veía a su esposo tendido en el suelo, muerto, con un puñal clavado en medio del pecho, y después de esto dos lobos la acorralaban. Ella le había contado a Primus, pero él decía que solamente era un sueño y no le había dado importancia.
Lo peor era que aunque varias veces había pedido a Primus regresar a Mordus, este se siempre se negaba diciendo que no podían faltar a la confianza del brujo y dejar la casa sola, que al menos tenían que esperar a que regresara. Althea no podía refutar sus palabras, pero intuía que a su esposo no le preocupaba tanto esto, sino que más bien era una excusa para poder quedarse en Beleth, donde se estaba haciendo buena fama con su arte y sus nuevas amistades. Esta situación la desconcertaba, ya que sentía que se estaban alejando el uno del otro.
El druida regresó un día por la tarde, sorprendiendo a la muchacha, que se hallaba sola.
— Aquí estás — dijo al entrar. — Vi a tu esposo en la feria, y se le veía muy animado.
— Sí... — Respondió Althea algo nerviosa. — Qué bueno que haya regresado.
— He traído todo lo necesario — comentó mientras dejaba en el suelo dos bolsas grandes. — Si quieres podemos empezar ya.
— ¿De verdad? — Preguntó exaltada.
— Claro, muéstrame el dibujo nuevamente.
La chica se movió por la habitación algo confusa, intentando recordar donde había quedado la hoja en la que dejara plasmado el diseño, hasta que lo encontró sobre la chimenea.
— Aquí está — declaró extendiéndoselo al mago.
— Mmm, parece simple, prepararé las hierbas.
El hombre tomó un mortero de piedra y allí comenzó a moler diferentes elementos.
— Rudolf... — Comenzó a decir la chica. — He tenido otro sueño.
— Qué has soñado — preguntó sin levantar la vista de la molienda que realizaba, sobre la cual parecía estar recitando algunas palabras en voz baja.
— Pues... Soñé que veía a Primus muerto, tirado sobre un piso de madera con un cuchillo clavado en el corazón.
— ¿Y tenía algo particular este sueño para que te preocupe tanto? - El brujo la miró de soslayo sin dejar su actividad, pero a Althea le dio la impresión de que se había sobresaltado, aunque fue algo muy fugaz.
— Me preocupa que no lo he olvidado.
— Bueno... — Hablaba mientras colocaba el polvo que había obtenido en un cazo metálico y lo ubicaba sobre el fuego encendido en el hogar. — Una muerte implica un fin, pero no necesariamente la muerte en sí misma.
Añadió un líquido a la mezcla y pronto se convirtió todo en algo que parecía tinta azul, casi negra.
— ¿Entonces, Primus no va a morir? - Preguntó intentando hallar alivio para su preocupación.
— ¿Cómo podría saberlo? — Al responder sacaba el cazo del fuego y lo ponía sobre la mesa.
— Pero usted dijo...
— Sé lo que dije. En los sueños, todo es simbólico, a veces y otras veces no, no soy un intérprete de sueños – expresó el hombre buscando un banquillo que se hallaba cerca de la puerta.
— Entiendo, ¿y existen los intérpretes de sueños? — Inquirió ella con curiosidad.
— Claro, claro. Pero hay muy pocos que sean realmente buenos — sacó un cordón muy delgado de la misma bolsa en la cual había traido las hierbas y lo empapó muy bien dentro de la tinta. — ¿Puedes sentarte sobre la mesa?
Ella obedeció y se descubrió los pies desatando sus botas de piel.
— ¿Dónde podría encontrar un intérprete de sueños? — Insistió Althea.
Rudolf se sentó en el banquillo delante de ella.
— Sé que en Ghina hay una muy buena, no la conozco, pero me han hablado de ella.
El druida comenzó a colocar el hilo sobre su empeine, formando con este, el dibujo.
— ¿Se puede descender a Ghina? Es decir… ¿Allí no hay monstruos?
Cuando el brujo hubo terminado de contornear el símbolo en ambos pies, sacó de entre los pliegues de su túnica una vara de madera, delgada y algo torcida, tenía una forma que parecía una extensión de sus dedos; en la punta llevaba una gema negra que estaba adherida a la rama con una masa rojiza que podría haber sido arcilla seca.
Algo como una chispa salió de aquella piedra oscura y comenzó a quemar los hilos sobre su piel.
— ¡¡Ah!! — Gritó Althea, asustada, intentando quitarse el fuego que ardía de color azulado. — ¡¡Quema!!