El destino en sueños

Capítulo 6

Althea - Beleth, Syukur

 

En los días que pasaron, Althea se dio cuenta de que Primus había pasado a ser una suerte de líder para las personas que habitaban aquel lugar.

 

Era el día de la luna llena, Rudolf les había dicho que haría un ritual sobre Primus esa noche, para que el muchacho estuviera protegido, ya que los seguidores del dios lo buscaban.

 

Al caer la noche en lo alto de la torre todo estaba preparado, solamente esperaban que la luz de la luna entrara por la ventana sobre el círculo que el druida había trazado.

 

En la sala se encontraban, además de la pareja y el brujo, cuatro hombres del pueblo que hacían las veces de guardianes. La luna la hacía sentir inquieta estos días del mes y ahora, con toda esa gente allí, era peor.

 

Althea se metió en la pequeña recámara y Rudolf la siguió.

 

— ¿Te sientes bien? — Preguntó el hombre a su espalda.

 

— Sí, gracias — respondió ella volteándose hacia él. Era un hombre alto, de cabello largo y barba, siempre llevaba como un hollín que rodeaba sus ojos, eso le daba un aspecto extraño, pero esta noche se veía particularmente siniestro. — ¿No puedes acelerar el ritual?

 

— No — contestó el brujo algo nervioso, ya saliendo de la alcoba.

 

Ella lo siguió. Primus estaba en medio de la sala, le habían obsequiado vestiduras elegantes para ese momento, era un joven realmente bello y su esposa entendía por qué tantas chicas habían competido con ella en su pueblo natal para obtener sus atenciones, pero Althea lo conocía más profundamente que cualquiera, y lo amaba por sus virtudes, por su bondad, su necesidad de ayudar a los otros, esa necesidad que lo había colocado hoy en este lugar.

 

La luz de la luna había comenzado a entrar por la ventana, faltaba muy poco para que tocara el círculo. Ella se alisó por delante su vestido color crema, cuyo ruedo apenas tocaba los tatuajes de sus pies.

 

Y en ese momento, todo se torció. Uno de los hombres que se suponía cuidaba a Primus, en un rápido movimiento, clavó un puñal en el medio del pecho del muchacho. Al mismo tiempo, por la ventana, un gran lobo ingresó de un salto... ¿Cómo podían los lobos subir hasta semejante altura?

 

— No... no... — Repetía Althea sin poder moverse, ni gritar, aturdida por el latir de su corazón desenfrenado.

 

El asesino huyó y el resto de los guardias los siguieron, excepto uno que también se transformó en lobo delante de sus ojos.

 

El druida quedó en medio de los lobos y los tres miraban hacia ella, que había quedado petrificada del pánico que la dominaba recordando el sueño que había tenido.

 

— Por qué... — lágrimas calientes corrían por sus mejillas. — ¡¿Por qué?! ¡¡Dijiste que lo protegerías!!— Gritó con sentimientos mezclados, pues la invadían la rabia y la frustración.

 

Rudolf extendió las manos, cuyo dorso comenzaba a llenarse de pelos.

 

— Eres de nuestra familia, Althea — dijo haciéndola sentir totalmente confundida, ella no entendía que pudiera provenir de una familia de asesinos, no lo aceptaba. — Debes venir con nosotros.

 

— ¡Nunca! - Exclamó llorando.

 

— Ahora... te tienes que defender — los lobos se acercaban a ella, acorralándola, contra la pared, cerca de la salida.

 

La chica observó el recinto, y a los grandes depredadores delante de sí. Por algún motivo que no comprendía, se sentía excitada, al igual que en su sueño. A su lado pudo ver moverse el fuego de una antorcha que iluminaba el lugar, la tomó y en un rápido movimiento, la lanzó a los lobos. Corrió escaleras abajo cerrando la puerta tras de sí.

 

— Su olor es fuerte, la encontraremos... — escuchó una voz a su espalda.

 

Al llegar al patio, Baltar se acercaba corriendo junto con uno de los que había presenciado la situación.

 

— ¡Son lobos! — Le dijo ella desesperada. — Son lobos...

 

— Quédese tranquila Althea, nos ocuparemos — explicó el hombre tomándola por los hombros. — Llévala a mi casa y que mi esposa la ayude — le dijo a alguien que se encontraba junto a él.

 

La casa quedaba lejos de la puerta de entrada, se sentía aturdida por todo lo sucedido, así que no se quejó cuando el hombre la guio hasta allí.

 

La mujer que la recibió era regordeta y rubia.

 

— Baltar dijo que la muchacha se quede contigo — le explicó el hombre.

 

— Está bien — la mujer le sonrió amablemente al verla tan afectada. — Ven, pasa. Tal vez deberías cambiarte esa ropa — sugirió mientras la hacía entrar en la casa abrazándola por los hombros. Una bebé de poco tiempo, y un niñito de tres años, estaban sentados cerca de una mesa, y la miraban atentamente.

 

— Gracias... — Dijo y al mirarse, pudo notar que el vestido estaba manchado de sangre que seguramente había saltado hacia ella cuando aquel asesino clavara el puñal en el pecho de Primus; y también tenía sucios los brazos. — ¿Tal vez... podría lavarme un poco?

 

— Sígueme.

 

La casa era pequeña, pero acogedora, le recordaba a la cabaña en la que vivía con sus padres, tenía la diminuta cocina con un fogón y una mesa donde estaban los niños comiendo algo, más al fondo una puerta que llevaba a una recámara y a su lado una escalerilla por la que la hizo subir, allí se encontraba un ático pequeño con trastos viejos y algunos fardos de paja. Y del otro lado una ventana de reducidas dimensiones.

 

— Puedes quedarte aquí, te traeré un vestido limpio y un cántaro con agua.

 

— Gracias.

 

Ella esperó pacientemente a la entrada del ático, y apenas la mujer llegó con el agua y la ropa, se quitó las prendas que llevaba, la rubia también le dejó un estropajo y una pastilla de jabón.




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