El destino en sueños

Capítulo 11

Gaebon - Al norte de Syukur

 

 

Al atardecer llegaron al río Dow.

 

— No voy a lanzarme allí — dijo Althea al ver la corriente tan intensa.

 

— Iras abrazada a mí, yo he cruzado este río otras veces — respondió comenzando a desvestirse.

 

— ¿Qué haces? — Exclamó ella. Aunque no la veía, podía sentir su mirada escudriñando su cuerpo.

 

— Tú llevarás mi ropa — sonrió lanzando hacia ella sus pantalones, y pudo oír como los latidos del corazón de la chica se aceleraban.

 

Gaebón se estiró haciendo sonar sus huesos antes de comenzar con rapidez su metamorfosis, la piel le picaba a medida que el pelo crecía en ella. Pudo oír el gemido ahogado de la muchacha al verlo. Pronto sintió sus garras, alargarse y tocar el piso y por último su hocico hizo un crujido completando la transformación.

 

— Espera que acomodo la ropa para que no se me vaya a perder en el agua.

 

Oyó como movía las telas y se rozaban mientras ella las anudaba, sin poder resistirlo se acercó hasta que su nariz toco el suave cabello de Althea. Su aroma le encantaba.

 

— No hagas eso, me haces cosquillas — se quejó ella.

 

Unas gotas comenzaban a caer.

 

— Vamos — dijo la voz femenina y avanzaron juntos hacia el agua. — ¡¡Ay!! ¡Está muy fría!

 

Hubiera querido decirle que mientras más rápido sería más fácil, pero ella no podía ser enlazada mentalmente, seguramente por el hechizo que la aprisionaba.

 

Cuando por fin entraron en el agua, ella se aferró con fuerza a su cuello y movía los pies, evitando ser por completo arrastrada por el fuerte torrente, mientras él avanzaba hacia la otra orilla.

 

Tuvo bastante dificultad, nadando contra la corriente, para encontrar un lugar donde salir del agua. Una vez que estuvieron fuera volvió a su forma humana.

 

— Althea, junta algunas ramas secas y sígueme — le dijo haciendo lo mismo. — Rápido que la tormenta ya está aquí.

 

Avanzaron más de cincuenta largos pasos hasta que llegaron a una pequeña entrada entre las rocas, justo antes de que se desatara el aguacero.

 

— Nos congelaremos — dijo ella.

 

— No, aquí no entran las dríadas, haremos un fuego — le explicó quitándole las ramas de las manos.

 

— ¿Tienes con qué hacer fuego? — Preguntó ella desconcertada.

 

— Lo haré con las ramas mismas — aclaró. — Quítate esa ropa mojada — ordenó mientras acomodaba las ramas para empezar a frotarlas. No le llevó mucho hasta que empezaron a humear y formaron un pequeño fuego. Acercó más madera y pronto tuvieron una hoguera que calentó la caverna.

 

— Vaya... — Dijo la chica. — Qué grande, ¿A dónde conducen esos túneles?

 

— A más cuevas... — respondió él.

 

Gaebon podía escuchar que ella se desplazaba por el lugar extendiendo la ropa mojada. Con el aroma de las prendas húmedas se mezclaba el olor a azahares con menta y miel, que se desprendían de Althea, pero además, podía captar otro olor en ella, una incipiente esencia de excitación.

 

— ¿Qué son esos dibujos? — Preguntó ella, aproximándose.

 

— ¿Cuáles? — Replicó ocultando una sonrisa y extendiendo sus manos hacia el calor de la fogata distraídamente.

 

— Los que tienes en tu cuerpo, ¿son mágicos?

 

Lo bueno de todo era que ella no ocultaba su curiosidad y no le importaba que él supiera que observaba atentamente su desnudez. ¿Podría ser que Althea se sintiera atraída? Aunque el encantamiento que pesaba sobre ella había disminuido todos los dones naturales de los lobos, era posible que el lazo de pareja se estuviera manifestando igualmente.

 

— Ah, sí — respondió recordando las marcas que le habían quedado en los brazos y el torso hasta la cadera, que bordeaban sus cicatrices. — Me los hizo la bruja que me sanó.

 

— ¿Ella te encontró?

 

— No. Un mercader me encontró y me llevó hasta ella.

 

 

***

 

Althea - Al este de Syukur

 

 

Estando en la cueva se había desvestido sin miedo, sabiendo que Gaebon no la veía, pero él no parecía incómodo con el hecho de que ella sí podía verlo desnudo. Tal vez sabía que era algo digno de ver. Su cuerpo era esbelto, de músculos bien marcados. Suaves vellos castaños triangulaban en su torso y se perdían entre sus piernas. Sin contar los dibujos que lo adornaban, se veía muy masculino.

 

Recordaba a Primus, quien era muy hermoso y todas las muchachas que lo conocían lo deseaban. Pero su esposo siempre había tenido un aspecto más bien de adolescente. En cambio, Gaebon... era un hombre.

 

Estos pensamientos la ponían nerviosa, por lo que buscaba conversar de lo que fuera para distraerse. Se había sentado a su lado para no tener que mirarlo de frente. Pero su olor también le gustaba, madera mezclada con naranja dulce.

 

Estaba de luto, extrañaba a Primus, le debía respeto, pero algo la atraía hacia Gaebon. ¿Sería que tenía tanto miedo a la soledad que buscaba excusas para estar con este hombre? En realidad, de no ser porque él había aparecido, se sentiría totalmente desamparada.

 

Pero Althea no era una niña voluble, sus sentimientos hacia Primus siempre fueron firmes, no podían ahora desaparecer así como así, solo porque un hombre había entrado en su vida y cuidaba de ella.

 

— ¡Althea! — La sobresaltó la voz de Gaebon.

 

— ¿Por qué me gritas? — Se quejó.

 

— Te he hablado dos veces, parece que no estás presente.

 

— Pero lo estoy.

 

— Sé muy bien que estás, puedo olerte — replicó él haciendo que se sonrojara.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.