Althea - Al Este de Syukur
— ¿Qué quieres decir cuando les dices que soy tu compañera? — Preguntó Althea a Gaebon mientras caminaban entre los puestos buscando los alimentos que necesitaban para continuar su viaje.
— ¿No sabes lo que es un compañero del alma? — Inquirió él extrañado.
— Si lo supiera no te preguntaría, recuerda que crecí con humanos — replicó ella asumiendo ya, que ella misma no era humana.
— El Hálito nos da a los lobos el don de que nuestra alma esté unida a la de alguien, esa persona es la compañera del alma — explicaba Gaebon. — Actualmente, es muy difícil que alguien la encuentre por causa de las matanzas del dios y muchos incluso lo consideran un mito.
— ¿Y tú qué crees? — La idea de estar unida a una pareja le agradaba, pero, ¿y si esa persona destinada hubiera sido Primus?
— ¿Por qué me preguntas eso?
— Solo por curiosidad... — Respondió evasivamente. — ¿Cómo reconoces a tu compañero de alma?
— Por su olor, por la conexión, puedes sentir lo que está sintiendo o lo que piensa y ya no quieres separarte de esa persona una vez que la hallas.
— Yo amaba a Primus, pero los últimos meses se había vuelto un misterio para mí — reflexionó Althea.
— Te lo he dicho ya, él no era tu compañero.
— ¿Cómo lo sabes?
Él no respondió cuando se detuvieron en un puesto donde vendían carnes secas y ya no volvieron a hablar del tema. Dieron varias vueltas en el mercado y también compraron un abrigo para Althea, ya que cuando bajaba el viento de la cima de la montaña, la chica casi se congelaba.
***
Gaebon - Al este de Syukur
Althea era muy insistente en el tema de los compañeros del alma, aunque ya lo habían hablado otras veces, la chica seguía preguntando, pero Gaebon no quería decirle que era su compañero, prefería esperar a que se diera cuenta por sí misma.
Ella se apretó contra su cuerpo, estaba apoyada en su hombro, era la primera vez que dormían juntos estando Gaebon en su forma humana, a la loba no parecía incomodarle en absoluto, tal vez porque no estaban solos, compartían la carpa con las mujeres que los alojaban.
Lo sorprendía que Althea no hubiera tenido miedo de él nunca, ni aun viendo sus grotescas cicatrices que iban desde su rostro hasta su bajo vientre, quizás se debía a que eran compañeros y en algún lugar ella lo sentía también. Como si respondiera a su pensamiento, la mano de la muchacha se metió por debajo de su camisa y acarició su pecho.
Abrazándola hundió su naríz en el cabello de la chica, aunque no pudiera verla, se sentía totalmente embelesado por ella, lo enloquecía su aroma, la suavidad de su piel, su voz, y, sobre todo, le encantaba su inteligencia y la esencia misma de su ser.
Althea se removió, envolviéndolo también con su pierna, tocando con su respiración pesada el cuello de Gaebon. Él se preguntaba cuánto tiempo podría resistir los impulsos de acercarse a ella de manera más íntima. Besó su coronilla y se entregó al sueño.
***
Althea - Al este de Syukur
Salieron de la pequeña aldea muy temprano, las mujeres los acompañaron un trecho, ya que bajaban al río y allí se separaron, puesto que ellos continuaron su viaje hacia el sur apartándose ya del cauce de agua.
— ¿Me dirás alguna vez por qué me acompañas? — Inquirió Althea mientras descendían de las montañas Kru.
— ¿Y tú alguna vez dejarás de preguntar? — Replicó el lobo.
— No. Quiero saber.
— A partir de aquí todo será llano, no creo que nos lleve más de diez días de viaje — dijo Gaebon cambiando de tema.
— Piensas que soy tu compañera, ¿no es verdad? — Insistió la muchacha.
— ¿Qué te hace pensar eso?
— Lo que me dijiste ayer, no te separas de mí y cuando dormimos juntos te la pasas olisqueándome — como él guardaba silencio, continuó: — También pareces saber lo que siento, todo el tiempo.
— Qué perspicaz — respondió. — Lo malo de este camino es que nos costará encontrar refugio si hay mal tiempo.
— No cambies de tema — se quejó Althea.
— Soy un lobo que no puede ver, me guio por el olfato, el tacto, el oído y mi instinto — se excusó. — En todo caso... ¿Qué sientes tú?
— No sé si pueda decir que me pasan todas las cosas que deberían para afirmar que somos compañeros, me gusta tu olor y me da un dolor en el pecho si no estás a mi lado — explicó recordando el día en que le había pedido que se marchara. — Pero si somos compañeros estoy segura de que tú lo sabes.
Siguieron caminando sin decir nada. Muy pronto alcanzaron la llanura y no se detuvieron hasta el anochecer.