El destino en sueños

Capítulo 19

Morella - Monnate

 

Luego de tanto tiempo, al fin tenía a su cachorrita nuevamente en brazos. Aunque su reencuentro en su forma lobuna había sido efusivo, ahora la chica parecía en estado de shock: no respondía a sus abrazos y la miraba con cierto recelo. Por otro lado, Romeo y el lobo que había cuidado de Althea estaban siendo atendidos por Asterio, ya que sus heridas eran graves y esto era la prioridad de su hija, quien mostraba gran interés respecto al estado de aquel hombre.

 

— Ven, sentémonos — le dijo apartándola de la habitación donde el chamán hacía su trabajo.

 

— Me duele el cuerpo — habló Althea aceptando su ofrecimiento y dirigiéndose a los asientos cerca del fuego, la muchacha se sentó aferrando sus brazos entre sí.

 

Se encontraban en el salón central de la casa principal de la aldea, donde habitaba Candela en el pasado, y donde pronto viviría Morella si lograba mantener el título de Alfa.

 

— Es lógico, ya que es tu primera transformación — explicó. La situación la hacía sentir bastante incómoda. — Althea yo...

 

— No necesitas explicarme nada — la interrumpió. — No tengo nada que reclamarte, puesto que tuve los mejores padres, Bella y Romeo me explicaron los motivos por los cuales tuviste que dejarme. Pero no esperes que sienta por ti lo que siento por otras personas.

 

Se sorprendió ante las palabras tan cortantes de su hija. Ella siempre había imaginado su reencuentro como algo muy emotivo, incluso se había armado un discurso para rebatir cualquier reclamo que la muchacha tuviera. Pero esto era diferente.

 

— No pretendía eso, yo...

 

— ¿Y qué pretendías? — Althea la miró con sus ambarinos ojos iracundos. — ¿No podías presentarte antes... antes de que me sucediera todo esto? ¿Te das cuenta lo que he vivido desde que salí de Mordus?

 

— Nunca pensé que te pasaría esto, si lo hubiera imaginado, por supuesto que me habría presentado antes. Yo no sabía de tus sueños... cuando Bella y Romeo fueron por tí, se enteraron por la bruja Aneti — la chica bajó la mirada a sus pies tatuados. — Los sueños proféticos no son un don común. Asterio piensa que lo has heredado de tu padre, porque en nuestra familia nunca hubo nadie con esta capacidad.

 

— Ya no importa, aquí no me encontrarán, ¿verdad?

 

— No, ellos no pueden entrar en Monnate. Están demasiado contaminados.

 

— ¿Qué significa eso?

 

— Son malvados, y Monnate está protegido por la magia antigua de las hadas de luz. Nadie que tenga tal nivel de maldad puede atravesar los velos que nos separan del Mundo Superior.

 

— ¿Eso quiere decir que aquí no hay maldad?

 

— No — dijo moviendo a los lados la cabeza. — Aquí hay gente mala, pero no como los que hay afuera, y si alguien aquí llegara a ese punto sería expulsado de inmediato.

 

— Entiendo — se puso de pie y caminó hacia la habitación en la cual se hallaban los hombres heridos. — ¿Por qué tardan tanto?

 

 

 

***

 

Althea - Monnate

 

 

Tal como Gaebon le había dicho, ahora que sus sentidos de loba estaban despiertos, lo reconocía, su olor la atraía de una manera que no hubiera imaginado nunca y necesitaba estar junto a él.

 

Al cruzar la puerta pudo ver a Gaebon en una camilla, dormido y cubierto su cuerpo por múltiples vendajes. Se dirigió hacia él y la voz ronca del anciano chamán la sobresaltó.

 

— Él se recuperará pronto.

 

— Gracias... — murmuró.

 

Caminó despacio acercándose a Gaebon. Ahora se sentía abrumada, su conversión había transformado todo lo que la rodeaba, sus percepciones se habían intensificado, su oído era más agudo, y su olfato le provocaba un sin fin de emociones. El delicioso aroma de Gaebon la atrapaba, recordó cuando le dijo que la reconocía como su pareja destinada por su olor y también pudo imaginar que no debía haber sido fácil para él estar junto a Althea, todo este tiempo, teniendo que contenerse. Ella deseaba embriagarse en la fragancia que emanaba del cuerpo de aquel lobo y perderse en ella eternamente. Pero también estaba el olor de la sangre, que la hacía sentir a riesgo de perderlo.

 

El largo cabello de Gaebon se hallaba embarrado de sangre, su rostro tenía heridas en la frente y en la mejilla izquierda. También su torso y sus piernas presentaban vendajes ensangrentados. Verlo así le dolía. Recordaba el día en que había muerto Primus y no podía evitar comparar los sentimientos. Cuando su esposo murió, el shock del ataque y la pérdida repentina fue tremendo, le llevó varios días asumir su muerte. Ellos habían vivido juntos desde que Althea tenía memoria. Su ausencia se sentía y mucho...

 

Pero ahora, con Gaebon era diferente, sentía una agonía en medio de su pecho que parecía no permitirle respirar. El miedo de ya no tenerlo le anticipaba un vacío terrible, como no había sentido nunca. Una lágrima se derramó de sus ojos y fue a dar sobre la frente de su compañero.

 

— No me he muerto — gruñó quedamente el lobo.

 

Ella ahogó un sollozo y se inclinó sobre él para besarlo. Pero se detuvo de inmediato cuando él emitió un gemido de dolor.

 

— Lo siento — murmuró limpiándose las lágrimas.

 

— Deberíamos descansar... — susurró él. Althea se dio cuenta de que Gaebon había vuelto a caer en la inconsciencia.

 

En ese momento, otra fragancia se introdujo en la habitación, era el olor de esa mujer; sentir su aroma le daba una sensación extraña de regresar a casa, parecida a la que sentía junto a sus padres humanos pero más intensa. Esto hacía que pudiera reconocerla como su madre, aunque todavía no entendía cómo sucedía; era como un instinto primitivo o un recuerdo de antaño, que se presentaba en su cuerpo en forma de una emoción, que le permitía saber que ella era, sin lugar a dudas, la persona que la había dado a luz.




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