Althea – Monnate
Luego de dos semanas la reina Catalina volvió a hacer aparición en la casa de la manada, que aún ocupaba Morella, ya que hasta que se hubiera cumplido un mes sin desafíos, Dulio no podía ser considerado Alfa, por lo que cada quien se mantenía en su residencia habitual.
La regente convocó una reunión con Morella, Asterio, Bella, Romeo, Gaebon y dos personas más que Althea no conocía, Leonella y Karo, que eran miembros del consejo de la manada. Aunque Althea no fue invitada, al encontrarse en el lugar, tampoco nadie le pidió que se retirara, por lo que pudo presenciar la junta.
— Imagino que saben por qué he venido — comenzó a hablar la reina, cuya belleza y elegancia no dejaban de sorprender a Althea, quien no había visto nunca antes a un hada. — No puedo aceptar que alguien como Dulio sea regente de los lobos. Él no ha sido nombrado y ya ha comenzado a tomarse atribuciones que no corresponden — al decir estas palabras, Catalina sacudió en su mano un rollo de pergamino. — Acaba de enviarme esto solicitando que le ceda el territorio de los gigantes.
Una exclamación general invadió la sala junto con algunos cuchicheos.
— Yo no puedo volver a desafiarlo, puesto que he sido derrotada, son las normas — dijo Morella.
— ¿No existe alguna forma de declarar inválida la pelea que hubo entre ustedes? — Preguntó Catalina acomodando nerviosamente su cabello del color del cobre pulido.
— Lamentablemente no — esta vez fue Asterio quien habló. — Nadie del pueblo se atreve a desafiarlo, ya hemos hablado con todos los que considerábamos aptos.
Se hizo un lúgubre silencio y Althea entendió que el hecho de que este Dulio fuera Alfa, era algo realmente malo.
— ¿Podría ser alguien que no es de la manada? — Indagó ella.
— ¡Althea! — Gaebon, quien había permanecido sin decir palabra hasta ese momento, le gruñó conociendo sus pensamientos.
— Por favor, debes considerarlo — intervino Romeo en defensa de la muchacha. — Tendrás el apoyo de la mayoría.
Los ojos dorados de la Reina se iluminaron.
— Gaebon, también tendrías mi apoyo, tú fuiste un Alfa muy respetado, tu pueblo te amaba.
— Un pueblo al que no pude defender — habló por lo bajo.
— Las circunstancias son diferentes — se alzó la voz de uno de aquellos a quien Althea no conocía, Karo. — No puedes culparte porque hacer frente a los escuadrones del Dios es algo imposible para las pequeñas manadas, lo que te pasó a ti, nos pasó a todos, aunque no hayamos tenido tu rango. Por otra parte, los humanos no pueden entrar en Monnate.
— Y además, no estarías solo, todos nosotros colaboraríamos — agregó Bella.
— Yo creo que es una gran idea — aseveró Morella.
— También yo — coincidió la reina.
Gaebon se sentía acorralado nuevamente, pero Althea sabía que los nobles sentimientos del lobo lo harían tomar la decisión correcta.
— Hay algo más, por lo cual esto es muy importante — continuó hablando la regente. Ella suspiró e hizo una breve pausa. — El primer portal ha sido abierto.
— ¿A qué portal se refiere? — Preguntó Althea.
— Tal vez no has oído hablar de la profecía porque te criaste entre humanos.
— ¿Los portales de Ghina? — Inquirió con confusión. Ella había oído de Aneti la leyenda de la profecía de las hadas, que marcaba el fin del dios y también del confinamiento damoni.
— Sí.
— Aneti me habló algo al respecto, pero… creía que era solo un cuento…
— No lo es. El portal de Libben fue abierto hace unos días y la guerra en el Mundo Superior ha comenzado. Debemos estar preparados para recibir a los que lo necesiten y también para prestar ayuda. Es por eso que es fundamental que los lobos sean bien liderados.
Todos volvieron a callar esperando la decisión de Gaebon.
— De acuerdo, lo haré — aceptó el lobo ciego con expresión solemne.
— Haré los preparativos — se apresuró a decir Asterio.
***
Gaebon – Monnate
La pelea fue fijada al día siguiente de que tomaran la decisión. Todo el consejo estaba presente, y la mayoría del pueblo. Cuando Dulio se presentó quiso protestar por el hecho de que Gaebon era nuevo en la manada, pero no había ninguna ley que impidiera que un miembro reciente se presentara, por lo que tuvo que acatar la decisión del consejo.
El consejo de la manada, contrariamente a lo que siempre había sucedido, estaba formado por lobos jóvenes, pues todos los ancianos habían muerto durante las incursiones de los seguidores del dios único. La aldea estaba integrada por pocos lobos sobrevivientes de distintas tribus.
Ahora ya todo estaba listo para iniciar. Pudo sentir el acre olor de Dulio que se hallaba no muy lejos de él, sabía que estaba en frente y que lo estudiaba, antes de lanzarse al combate. Dulio era tan alto como Gaebon, pero al no conocer el tamaño de su forma lobuna no podía saber a lo que se enfrentaba.
Imaginó, considerando la mala fama que su adversario tenía, que de seguro intentaría alguna treta, para sacar ventaja de su condición. De hecho, movió una de sus manos para tratar de advertir su grado de ceguera. Aunque Gaebon percibió esto por algunos cambios en la luz, adrede no mostró ninguna reacción.
Dulio tomo una piedra. Gaebon captó esto por el sonido al quitarla de la tierra. Tenía planeado, seguramente, arrojársela para herirlo, y Gaebon estaría preparado, aunque le mostraría que no estaba tan indefenso como creía. Sin embargo, Dulio lanzó la piedra bastante a la derecha de Gaebon, quien entendió que esto era para hacerle creer que el ataque vendría por allí. Al darse cuenta de la estrategia tramposa, a propósito se giró hacia donde había oído caer el pedrusco. Prácticamente, había quedado de espaldas a Dulio, que se acercaba sigilosamente y traicionero, por detrás.