el destino no espera

La sonrisa que nunca olvidó

La noche llegó con una lluvia tenue, como si el cielo quisiera limpiar el pasado con cada gota. Kasutora caminaba solo bajo un paraguas negro. Su destino: la casa de Eri. O, mejor dicho, la guarida de los seis asesinos.

El camino le parecía familiar, aunque sabía que no lo era. Cada paso lo acercaba a una familia que no conocía, pero que quería verlo muerto.

Y sin embargo… iba tranquilo.

No porque no tuviera miedo, sino porque ella lo había mirado con la misma sonrisa de siempre. La sonrisa que nunca olvidó. Una mezcla de inocencia, culpa y cariño. Una sonrisa que sobrevivió al accidente, al tiempo y a la sangre.

—Si me matan, que valga la pena —murmuró para sí.

Cuando llegó, la puerta ya estaba entreabierta. La casa era grande, antigua, con muros grises y un jardín descuidado. El silencio era tan espeso que podía cortarse con un cuchillo.

Entró.

Y allí estaba Eri, esperándolo con esa misma sonrisa, aunque ahora un poco más tensa.

—Llegaste —dijo con un tono que mezclaba alivio y temor.

—Prometí venir —respondió él.

—¿Sabes que uno de ellos te quiere matar?

—Sí. Pero también sé que tú estarás allí. Eso me basta.

Eri bajó la mirada, sonrojada. No estaba acostumbrada a que alguien confiara en ella. No desde que su familia cambió.

—Ven. La cena ya va a empezar.

Subieron al comedor. Una larga mesa de madera oscura los esperaba. Ya estaban los seis hermanos sentados, y cada uno tenía una mirada distinta… pero todos, peligrosas.

El hermano mayor, Akira, lo observaba como si leyera su alma. Alto, de cabello blanco y mirada afilada. En su mano, un cuchillo sin usar. Sonrió sin mostrar los dientes.

—Así que este es el “invitado” —dijo—. El famoso sobreviviente.

—Kasutora —corrigió Eri rápidamente—. Él tiene nombre. Y también historia.

—Ya veremos si tiene futuro —murmuró otro de los hermanos, con tono burlón.

Durante la cena, nadie hablaba mucho. Cada cucharada era como un juego de ajedrez. Cada mirada, una amenaza oculta. Kasutora no dijo palabra. Solo observaba, pensaba… y recordaba.

Recordaba cuando Eri era su vecina. Cuando corrían por el parque. Cuando le juró que siempre lo haría sonreír. Y en medio del silencio, la miró.

Y ella, como si escuchara su pensamiento, le sonrió.

La misma sonrisa.

Y Kasutora, por primera vez desde el accidente, sonrió también.

Esa sonrisa no era solo un gesto. Era una promesa. Una declaración silenciosa.

No importa cuántos asesinos se sienten a la mesa… mientras ella sonría, yo seguiré luchando.



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En el texto hay: supervivencia, accion, romanse

Editado: 26.06.2025

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