La noche cayó como un telón espeso sobre la casa de los Seijuro. La cena había terminado, pero en el ambiente aún flotaba la tensión que ni las sonrisas fingidas ni las bromas suaves lograron disimular.
Kasutora se encontraba en la habitación de invitados, recostado en el futón, con los ojos abiertos mirando al techo. Sentía que algo no estaba bien. No era paranoia. Era experiencia. En su pecho aún palpitaban los recuerdos del accidente que le había arrebatado todo… y la sensación de que esta familia no le mostraba aún su verdadero rostro.
Escuchó pasos. Su cuerpo se tensó. No eran pasos normales. Eran suaves, calculados. Como los de alguien que aprendió a matar sin ser escuchado.
Su mano se deslizó lentamente bajo la almohada, donde había escondido un cuchillo pequeño que siempre llevaba consigo. Respiró hondo, y esperó.
La puerta se deslizó apenas unos centímetros. Silencio. Luego una sombra entró como un susurro.
Kasutora se movió con precisión. Rodó fuera del futón y en un instante se puso en pie, apuntando con el cuchillo a la figura encapuchada que sostenía una navaja larga. El brillo metálico se reflejó en los ojos del atacante.
—¿Por qué no estoy sorprendido? —murmuró Kasutora con una media sonrisa—. ¿Quién eres?
La figura no habló. Solo se lanzó. El enfrentamiento fue rápido y brutal. Golpes secos, cortes que rozaban la piel, esquivas al límite. Pero Kasutora no era un adolescente común. Había entrenado solo, empujado por el dolor y el instinto de supervivencia.
Con un movimiento certero, desarmó al atacante y lo empujó contra la pared. Le quitó la capucha.
—¿Tú...? —Kasutora parpadeó, atónito.
Era uno de los hermanos de su amiga de la infancia. El segundo mayor. Su expresión era fría, sin rastro de arrepentimiento.
—No debiste volver —escupió con rencor—. No sabes lo que esta familia es. No sabes lo que ella es.
—¿Ella? —Kasutora frunció el ceño—. ¿De qué hablas?
Antes de que pudiera responder, otro de los hermanos apareció y lo sujetó por la espalda.
—¡Detente! —gritó una voz femenina.
Era ella. La amiga de la infancia. Entró corriendo a la habitación con lágrimas en los ojos.
—¡¿Qué están haciendo?! ¡¿Están locos?!
El hermano que atacó primero bajó la mirada, y sin decir nada, salió de la habitación. El segundo lo siguió, murmurando algo sobre "órdenes equivocadas".
Kasutora respiraba agitadamente, aún con el cuchillo en mano. Miró a su amiga, tratando de encontrar en sus ojos alguna explicación.
—¿Qué está pasando aquí…? —preguntó con voz tensa.
Ella no respondió de inmediato. Solo lo abrazó, con fuerza.
—Confía en mí —susurró—. Todo esto es más complicado de lo que imaginas… Pero no dejaré que te hagan daño.
Kasutora no supo si sentirse más tranquilo… o más preocupado.
Editado: 26.06.2025