La mañana siguiente llegó con un sol engañosamente cálido. Kasutora se despertó con la ropa aún húmeda por la lluvia de la noche anterior, pero con una extraña paz en el pecho. La promesa hecha bajo la tormenta seguía vibrando en su mente como una melodía que no podía —ni quería— olvidar.
Sin embargo, esa paz duró poco.
Cuando bajó al comedor, todos los hermanos estaban allí. Sentados en una mesa larga, elegante, silenciosa. Los seis. Y ella en medio.
Lo esperaban.
—Kasutora —dijo Hiroshi, el mayor, con un tono seco pero cortés—. Toma asiento. Hoy conocerás verdaderamente a esta familia.
Kasutora, sin apartar la mirada de los ojos fríos del hermano mayor, se sentó. Nadie sonreía. Nadie parpadeaba más de lo necesario. Solo lo miraban.
—Antes eras un extraño —habló la hermana número dos, Akari, con voz calmada—. Pero después de lo de anoche… pasaste la primera prueba.
—¿Primera prueba? —repitió él, entre sorprendido y molesto.
—Esta familia —intervino el tercero, Kaoru— es más que una casa llena de asesinos retirados. Somos un linaje, una organización con reglas antiguas. Nosotros decidimos quién entra... y quién no sale.
Kasutora entrecerró los ojos. El ambiente se volvió denso. Podía sentir la tensión como cuchillas en el aire.
—Ella te eligió —continuó el cuarto hermano, Taro—. Así que, aunque no nos guste… te aceptaremos. Pero antes, necesitas saber en qué te estás metiendo.
De pronto, Hiroshi chasqueó los dedos.
Entraron dos personas: un joven con vendas en todo el cuerpo y una mujer ciega con una katana en la espalda. Ambos se colocaron frente a Kasutora.
—Ellos también fueron parte de esta casa —dijo Hiroshi—. Pero cuando fallaron nuestras reglas… les dejamos marcas que jamás olvidarían.
—¿Por qué me están mostrando esto? —preguntó Kasutora, con la mandíbula apretada.
—Porque amar a alguien de esta familia —dijo la hermana más joven, Yuri— no es solo un sentimiento. Es una condena. Es una espada que no puedes dejar de cargar.
Ella, su amiga de la infancia, tomó la palabra finalmente.
—Quiero que te quedes, Kasutora. Pero debes saber algo: si algún día decides traicionar mi confianza… ellos no dudarán en matarte. Ni siquiera yo podré detenerlos.
Kasutora bajó la mirada por un segundo. Luego la alzó con determinación.
—No pienso traicionarte. No pienso correr. Si tengo que enfrentar a todos ustedes por protegerla, lo haré.
Un silencio tenso llenó la sala.
Y luego, algo inesperado: Hiroshi sonrió por primera vez.
—Bienvenido… a la familia de los cuchillos.
Editado: 26.06.2025