el destino no espera

El ataque nocturno

El dolor ardía en el brazo de Kasutora, pero más que eso, ardía el pensamiento de que alguien dentro de la casa —una familia que se decía suya— había intentado matarlo. El beso, aún fresco en su mente, se sentía ahora como una provocación a la muerte.

—Vamos adentro —dijo ella, ayudándolo a levantarse mientras él apretaba la herida con su camiseta rota.

La mansión estaba en silencio. Demasiado silencio. Como si todos supieran lo que había pasado... o lo estuvieran esperando.

Ella lo guió por un pasillo oculto, una ruta secreta que solo los hermanos conocían. Kasutora notó la urgencia en sus movimientos, el miedo disfrazado de calma en sus ojos.

—No irás a la enfermería —dijo ella en voz baja—. Si alguien quiso matarte, lo intentará de nuevo allí. Te llevaré a la habitación de mi hermana menor. Ella no hace preguntas.

La habitación era pequeña, cálida y llena de plantas. La hermana menor, de no más de 12 años, lo miró sin sorpresa.

—Sabía que esto pasaría —murmuró, trayendo vendas y alcohol sin necesidad de explicación.

—¿Sabías qué...? —gruñó Kasutora.

—Que cuando el amor entra a esta familia, alguien más saca un cuchillo.

El alcohol quemó, pero la frase quemó más. Ella le curó en silencio, como si fuera parte de su rutina.

Horas después, mientras el reloj marcaba las tres de la mañana, un crujido en el techo los alertó. Kasutora se incorporó como pudo, el brazo envuelto en vendas. No tuvo tiempo de pensar. Solo actuar.

—¡Cubran la puerta! —gritó.

Un vidrio estalló y una sombra cayó dentro como un gato nocturno. No hablaba. Solo atacaba. Rápido, letal, con movimientos calculados.

Kasutora esquivó el primer corte por instinto. El segundo le rozó el abdomen. Pero entonces, con el brazo bueno, lo golpeó con una silla de metal, lanzándolo contra la pared.

La máscara del atacante cayó.

Era uno de los hermanos. El tercero mayor. El más silencioso.

—¿Por qué...? —preguntó Kasutora, respirando agitado.

—Porque no eres uno de nosotros —escupió el atacante, levantándose—. No importa a quién beses, a quién abraces, o cuánto sufras. Tú no llevas sangre asesina. Eres una amenaza a nuestra herencia.

Kasutora lo miró fijamente.

—¿Sabes qué es una amenaza real? El amor. Porque rompe cadenas… incluso las de sangre.

La pelea estalló de nuevo. Golpes, gritos, pasos corriendo desde los pasillos. La casa despertó. Uno a uno, los hermanos aparecieron, armados, confundidos, divididos.

Ella llegó última. Gritando su nombre.

—¡Basta! ¡Ya basta! —se interpuso entre ellos, con lágrimas en los ojos—. ¡Él ya es parte de esta familia, lo quieran o no!

Silencio. Todos respiraban rápido, pero nadie se movía. El hermano atacante bajó su cuchillo.

—Entonces que lo pruebe… —dijo, antes de marcharse.

Kasutora se tambaleó, pero no cayó. Su cuerpo dolía. Su alma también. Pero esa noche… había sobrevivido de nuevo.

Ella se acercó y apoyó su frente contra la de él.

—Perdón… —susurró—. Esto es solo el comienzo.

Kasutora cerró los ojos. Sabía que el beso había abierto una puerta. Y del otro lado… lo esperaba la oscuridad.



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En el texto hay: supervivencia, accion, romanse

Editado: 26.06.2025

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