El día que besé a mi mejor amigo

Me quedo al margen

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Subí el volumen de la música, me apoyé en el escritorio y cerré los ojos para dejarme llevar. Aquella supuesta hora que debíamos aprovechar para estudiar, yo la utilizaba para relajarme con las mejores canciones de mi lista. Había decidido irme a dormir pronto la noche anterior después de que Wilmer se quedase a cenar; eso pareció ayudarme a que se relajasen aquellos sentimientos contradictorios. Debía de haber comido algo que me sentó mal, un desajuste hormonal o algo similar. No había nada romántico, tampoco quería que eso ocurriera y le veía bien ligando con Olivia. A veces me preguntaba qué tenía ella que llamaba tanto la atención en los chicos, dudaba de que fuera por su cuerpo por muy bien esculpido que estuviera. Sus ropas eran diferentes a las mías y desde luego debía de pasar frío. Pero Wilmer no se fijaría en eso, a mí jamás me ha mirado de una forma sexual o al menos no que yo supiera. No miraba culos ni pechos, tampoco hablaba de lo buena que estaba o se hacía fantasías sexuales en su cabeza. Aunque yo no pudiera saber exactamente qué había dentro de ella, estaba segura de que ni se le ocurriría pensar en ello.

Noté un toque en mi hombro, me saqué los auriculares estirando del cable y miré a Gabe, que me mostraba una sonrisa con aquellos dientes relucientes.

—Hola —susurró agachándose a mi altura—. ¿Estás ocupada?

«Habla, habla Meraki, no te quedes callada o creerá que eres idiota».

Negué con la cabeza y le mostré una sonrisa, al menos aquella mañana me había lavado los dientes. Aunque fuera con una pasta infantil con sabor a algodón de azúcar.

—Dime. —Tiré los auriculares a la mesa y me crucé de brazos. No me gustaba cuando me molestaban en una canción a medias.

Se pasó los dedos por los mechones de pelo y sonrió. Cogió un auricular y se lo llevó a la oreja. Quise detenerle, no es que me avergonzase de la música que escuchaba, pero Morat a todo volumen era algo que solo yo y Wilmer escuchábamos. Desde luego a él nunca le había escuchado hablar sobre la banda, quizás podía estar equivocada. Por sus expresiones supe que no era así. Le quité el auricular cuando vi que la siguiente canción era de Mamma mía! No pensaba sobrepasar esa línea, le ofrecí mi mejor sonrisa y paré la música.

—¿Te gustan las canciones románticas? —Aquella pregunta me dejó un tanto patidifuso, ¿acaso no había escuchado a esos hombres? Por favor, estaba claro.

—Sí, demasiado. —Me temblaban las manos, no podía pasarme aquello, tan solo estaba teniendo una conversación normal y corriente.

—Entonces te gusta el amor. —Cogió una silla cercana y se sentó a mi lado—. Wilmer no parece muy romántico.

¿Wilmer? No pude evitar tener una sonrisa burlona en el rostro, él era el chico más romántico que había conocido nunca. Era capaz de hacerte sentir única en días en los que ni siquiera te sentías tú. Como aquel día en que me encontraba de bajón y se plantó en mi edificio con un ramo de flores moradas porque es mi color favorito. El día en el que preparó un pícnic en el atardecer sin sentido aparente y allí me dio un collar en forma de hongo porque sabía que tenía una obsesión con esas cosas. A día de hoy, sigue colgando de mi cuello y no me lo quito para nada. Todas las noches que se encuentra la luna llena en el cielo prepara un telescopio en mi terraza para que lo observásemos juntos, y no había día que se le pasase. Sabe cuánto me gusta. Aprendió a cocinar una tarta de chocolate que dejaron de traer al supermercado porque le gustaba ver lo feliz que me pongo al comérmela. Es la mejor tarta del mundo y eso nadie me lo puede negar. Me repite lo orgulloso que está de mí y me apoya en todas las decisiones locas que tomo pese a que pueden salir muy mal.

Los días de mi cumpleaños me llena de globos la habitación y de ellos hay fotos nuestras con frases llenas de amor. Hace que un día se convierta en un mes, porque sí, todo lo que pudiera ofrecerme me lo daba y nunca pedía nada a cambio. Pensar que aquella chica rubia podría recibir todo eso y más me mataba. Era como un dolor punzante en mi pecho que formaba un nudo en mi garganta. El hilo estaba sujeto a mi mente y mi corazón, pero el nudo estaba en mi garganta tirando hacia ambos lados.

Me había quedado sin palabras, parecía que mi lengua no podía moverse y solo podía ofrecerle una sonrisa boba.

—¿Quieres venir el viernes a mi casa? —Aquello me aceleró el corazón—. Como amigos, vendrán más personas y, como mis padres no vendrán hasta tarde, tenemos total libertad.

Sabía lo que era eso, Wilmer había asistido a esas quedadas, pero yo no. Mis padres eran muy estrictos con el tema del alcohol, ni una sola gota de personas extrañas debía de entrar a mi cuerpo y si lo hacía, solo yo era la responsable. Había bebido, no era una monja de cláusula ni mucho menos, pero sí que desconfiaba un poco de lo que otras personas pudieran ofrecerme. Wilmer tampoco me dejaba, apartaba las manos que me ofrecían vasos y se disculpaba con una sonrisa amable. Sabía que yo no podía decir que no, no era por educación, más bien por vergüenza. En el caso de que me ofrecieran algo y lo aceptase, no sabría medir bien la cantidad ingerida porque era una despistada. Me pondría tan nerviosa que bebería por instinto, siguiendo lo que los demás hacían.

—No sé si Wilmer querrá ir. —Debía de pensar como si fuéramos una pareja, aunque claro, él estaba sentado con esa chica que le miraba como si fuera comestible. Quería lanzarle un bolígrafo para que parase.

Asintió, desde luego parecía estar interesado en mí o eso dejaba caer sutilmente. Pero cuando me acarició la mano de esa forma consiguió que me volviese a quedar de piedra. «Lo que me faltaba». Se marchó y yo apreté mis ojos y labios, miré hacia donde se encontraba Wilmer, quien me miraba extrañado. Su plan había funcionado, no entendía por qué ahora tenía aquella expresión.




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