El día que besé a mi mejor amigo

¿Alguna forma de retroceder?

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Podía fingir que aquello no había pasado, pero para eso ya era demasiado tarde. Todo el maldito instituto se había fijado en aquel beso, tal y como esperaba. Sin embargo, lo que no me esperaba era el hecho de sentirme así: ¿acaso ese beso estaba cargado de algo más aparte de buenas intenciones? Lo único que buscaba era la manera de ayudar a una amiga, a la mejor de todas, Meraki. Pero claro, esa sensación desconocida que alteraba todos y cada uno de mis sentidos era algo de lo que preocuparse. Además, ella parecía seguir en shock a pesar de todo, y yo me sentía culpable porque puede que hubiera sobrepasado una línea infranqueable.

A pesar de mis sensaciones, el plan había funcionado, por lo que estaba feliz y satisfecho. Si había algo que me alegraba el día es que los planes salieran bien, así no debía pensar de más y recurrir a algún plan B.

Todo el mundo estaba pendiente de Mera, era como si la hubieran descubierto hacía escasos segundos; una especie nueva, escondida a la vista y que, sin lugar a dudas, estaba dando de qué hablar. Incluso Gabe se dignó a intercambiar cuatro palabras con ella sin forzar nada en absoluto. Aunque, claro está, Mera estaba más rígida y fría que una pizza congelada y eso no ayudaba a que las cosas fluyeran. En el fondo deseaba que así fuera, aunque con tal de ayudarla intenté que esta le echara ovarios: todo sea por mi amiga.

Igual resultaba demasiada presión, porque al final de esa mañana canceló nuestra comida habitual porque se encontraba mal. Intenté buscar toda explicación, y ella defendía que tan solo estaba cansada. Por supuesto lo acepté, aunque su comportamiento era muy diferente cuando sufría de insomnio. Sospechaba que todo aquello era culpa mía, pero qué puedo decir: cuando Meraki dice algo no intento llevarle la contraria, y menos con lo tensa que estaba.

Así que, resignado, comí en mi casa lo que quedaba entre los armarios, aproveché para adelantar cierto trabajo y terminar todos los deberes para el día siguiente. Todavía era temprano para cuando terminé con todas mis obligaciones, por lo que tenía tiempo para mí. Sin embargo, mi cabeza estaba centrada en otra persona: Meraki. «¿Qué estará haciendo? Seguramente esté echándose una gran siesta reparadora, o incluso hablando con Gabe al fin sin presión. Sí, seguro que está despierta, y si no lo está ya va siendo hora de despertarse. Iré a verla, a ver cómo está». Seguramente, debí haberme dado cuenta de ello, sin embargo, procuraba no centrarme en aquellos sentimientos tan contradictorios. Bueno, éramos como hermanos, claro que aquello había resultado extraño… ¿Verdad?

Al salir de casa, respirando un poco de aire fresco y ya con la cabeza más despejada, decidí llamarla para ver cómo estaba y avisar antes de presentarme allí. Había confianza, y sabía que tanto Dylan como Henry no pondrían pegas, pero por simple educación debía de hacer la llamada. Había dos opciones: coger el teléfono al toque o saltar el contestador. Si se daba la primera, significaría que estaba despierta desde el principio viendo memes en el móvil sin más, y, por lo tanto, no tendría ningún problema. Si, por el contrario, se daba la segunda opción, quizás mi visita le viniera bien para levantarle el ánimo. En cualquier caso, cualquier excusa era buena para verla.

Por lo visto sí que necesitaba de horas de sueño, puesto que al llamarla no me lo cogió y al presentarme en su casa Dylan me abrió la puerta, expresando claramente lo que pasaba sin decir palabra. Ese hombre tenía una capacidad especial para transmitir sin mediar palabra que, a día de hoy, me sigue sorprendiendo.

—Hola, Wilmer, me alegra verte. Te hemos echado de menos en la comida —dijo este, con cara de preocupación e inminente sosiego.

—Sí bueno, ya sabes, muchos deberes y eso…

—No hace falta que la excuses, ya nos ha contado un par de cosas sobre el día de hoy. Algo le pasa, lo noto, pero confío en que si tuviera que preocuparme nos lo diríais.

—No te preocupes Dylan, creo que tan solo está cansada, y ya sabes lo que le cuesta dar pasos nuevos con esto de Gabe. Aunque hemos hecho avances te lo digo yo.

—Mira que sois raritos los adolescentes. Anda pasa, está en su cuarto. He escuchado canciones Disney en su habitación, supongo que está, o bien superemocionada, o profundamente dormida —dijo este, invitándome a pasar señalando en dirección a su habitación—. Tú, en cualquier caso, sé gentil, ya sabes cómo se pone cuando la interrumpen, y ni hablar cuando perturban su descanso.

—Descuida, sé lo que me hago. —Después de tantos años de series, películas, musicales y charlas insaciables, sabía perfectamente lo que necesitaba Mera en aquel preciso momento: un compañero de viaje.

Su habitación se encontraba vacía, pero la televisión encendida y el rastro de azúcar por la cama. Cogí varios envoltorios del suelo y los tiré a la basura antes de que volviera. Me fijé en lo que estaba viendo y me reí para mis adentros porque nunca fallaba en adivinarlo. En ese momento olí su gel, era difícil no hacerlo porque era una mezcla de vainilla y canela que te despertaba por completo. Se quedaba grabado en su pelo y cada vez que lo movía o nos abrazábamos podía olerlo. No podía creerme que se estuviera duchando de nuevo, eso no era muy normal en ella y por eso cuando volvió a aparecer a la habitación intenté burlarme un poco. Al verme se sobresaltó, cada vez me parecía que se encontraba más extraña e intentaba convencerme de que no había sido por el beso. Si estropeaba nuestra amistad por ello, no me perdonaría jamás. Ella lo era todo para mí.

Limpié la cama, me tumbé en ella porque creí que necesitaba eso, un rato con un amigo de confianza y ver esas películas que tanto le gustaban. Cuando guardó aquella distancia tan rara la miré desconcertado, me reí e intenté contener aquella preocupación en mí. De normal, ya hubiera invadido mi espacio, incluso se tiraría encima de mí recordándome que aquella era su cama y yo no era digno de ella. Habría jugado con mi cara y empujado varias veces más hasta acabar tumbándose a mi lado sin dejarme mucho espacio. Después de intentar relajar ese ambiente tenso que parecía haberse formado, se acercó a mí con una sonrisa cansada, como si lo estuviera haciendo por obligación. La rodeé con mis brazos, aquella fragancia me inundó la nariz y me hizo sentir una calidez indescriptible por todo el cuerpo. Eso me hizo abrazarla con sutileza.




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