18/01/2022
Decidí cambiarme de institución dos años antes de entrar a la universidad. Mis padres habían insistido tanto que al final cedí. Ahora, por fin, me siento lista.
Por alguna extraña razón, había recibido muchísimas oportunidades para ingresar al Cambridge Rose Institute, pero nunca me sentí preparada. Hasta hoy.
Mañana empiezan mis clases. Mañana se cierra un capítulo y comienza otro. ¿Qué es lo peor que podría pasar?
El primer día llegó más rápido de lo esperado. Mientras esperaba al conductor, repasaba mi vida. Lo feliz que había sido. Le agradecí a Dios porque mi corazón estaba completo, sin heridas.
No estaba asustada, pero sí me sentía rara al llegar a un lugar donde no conocía a nadie. Detestaba esa sensación de no saber qué hacer. A mí me gustaba tener el control.
Cuando entré al Cambridge Rose Institute, no pude evitar fijarme en sus enormes árboles y en la cantidad de autos. Era grande, colorido, impecable.
—Llegamos, señorita —dijo mi conductor.
Salió del auto y me abrió la puerta. Caminé hacia la entrada, respirando hondo. Un paso antes de cruzar, me recordé a mí misma: Es un nuevo comienzo. Disfrútalo. Sé la mejor, como siempre. Esa era mi misión: ser la mejor.
En la entrada había varios profesores dando la bienvenida y guiándonos hacia la fiesta del primer día de clases. Al llegar, me interceptaron dos docentes.
—Bienvenida —me sonrió él—. Soy Jorge, y ella es la profesora Jazmín.
—Encantada —respondí.
Me guiaron hasta la zona donde estaba mi nuevo grupo. No conocía a nadie. Me senté sola, sintiéndome algo incómoda.
Pasaron unos minutos hasta que se acercó una chica.
—Hola, soy Madison, la presidenta de nuestro grupo. Bienvenida. Daniela, ¿verdad?
Asentí, agradecida.
—Te enseño el lugar y te voy presentando a nuestros compañeros.
Caminamos por los pasillos repletos de estudiantes. Justo antes de entrar al auditorio, dos muchachos venían hacia nosotras. Madison bajó la voz.
—Ellos son de nuestra clase. El alto es Alejandro. Es el más inteligente del aula. Y como puedes ver... —me lanzó una mirada cómplice—, el más guapo. Cualquiera que tenga ojos lo nota. Pero cuidado: es orgulloso, egocéntrico. Si quieres problemas, acércate. Si no, evítalo todo lo que puedas.
Hizo una pausa dramática.
—Olvidé mencionarte: le pertenece a Diana. Fueron novios hace un año, terminaron, pero ahora lo están intentando de nuevo.
—No te preocupes, Madison —respondí con una pequeña sonrisa—. Las personas como él no me interesan.
Ella soltó una risita.
—Vamos a ver cuánto tardas en no caer en sus encantos.
—¿Y el otro? —pregunté, curiosa.
—Sebastián. Su mejor amigo. Todo lo opuesto a Alejandro.
Mientras avanzábamos, no pude evitar analizar a los dos. Había algo extraño en Alejandro. Un pequeño destello de dolor en su mirada que apenas duró un segundo.
Entramos al auditorio, donde estaban los demás. Madison me presentó a sus amigos y me advirtió:
—Aquí la sección se divide en grupos. Son muy selectivos. Ten mucho cuidado con dónde decides sentarte.
Ese día pasó de forma “normal”. Pero su mirada no salió de mi cabeza. Ese destello de dolor me taladraba la mente. Mi complejo de querer ayudar a quien sufre me perseguía.
Aun así, me repetí con firmeza: Estoy aquí para ser la mejor. No para hacer caridad.
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Editado: 17.07.2025