El Diamante Más Brillante

Capítulo I: Hi!, !Hola!

 

Y ahí estaba ella, Diana Alejandra Adams Martínez, la única hija de David Alexander Adams y de Eva Laura Martínez. Su madre había muerto en el parto, y su padre tuvo que hacerse cargo de ella. David era un hombre con mucho dinero, y le daba a su hija las mejores cosas, además que le inculcaba modelos y determinados modos de cómo relacionarse con las personas. Pero debido a su ojo ciego, las habilidades sociales de Diana eran muy pocas veces llevadas a la práctica, pues su padre decidió criarla y educarla en casa, ya que no quería que nadie vea que no era “Perfecta” …

15 de octubre del año 2020, en Tucumán, Argentina.

Diana estaba en medio de una sesión de estudio.

—No lo entiendo —le reclamó Diana, a su maestra.

—In english, please —dijo Miss Cecilia, la cual sostenía una libreta en donde anotaba las evaluaciones que hacía a sus estudiantes.

—But I understand english already. Why I keep learning? —cuestionó Diana.

—It is because you keep saying the words in a wrong way —constestó Cecilia.

—Can we start talk Spanish, please? —sugirió Diana.

—Bien —dijo Cecilia —Cómo decía, tenés que aprender a hablar inglés perfectamente. Tu padre insistió en hacerte saber.

—Eso no es necesario, y vos lo sabés —dijo Diana, mientras se acomodaba su largo y rubio cabello —Solo porque él lo dice, no significa que lo siga necesitando. —En ese momento, la joven fue interrumpida por su padre.

—¿Por qué razón estás levantando la voz?, Diana —Preguntó David, a su hija.

David Adams daba mucho miedo con su sola presencia, pues tenía una imagen bastante singular, debido a que era un hombre alto, con una pequeña cicatriz en la mejilla, y una cicatriz mediana en la parte calva de su cabeza. Además de su marcado acento Inglés Norteamericano.

—Sorry, Dad —se disculpó Diana, en voz baja y encogida de hombros.

—Recuerdo haber sido bastante insistente en cuando a mi tolerancia a la falta de respeto. —dijo David, enojado, pero a la vez con un tono de voz frío y sin sentimiento —Tu actitud merece una represaría, hoy no saldrás a comprar con la sirvienta.

—¡Pero, papá! —exclamó Diana, haciendo referencia a que la decisión de su padre era injusta.

—That´s Enough! —gritó David, enojado, que luego dio un suspiro y dijo —Perdón. Cecilia. Class is over.

—That´s okey. —Dijo Cecilia, asustada, que rápidamente recogió sus cosas; pero antes de irse se dio la vuelta y dijo a su estudiante —See you next week, Diana.

—See you next week, miss —respondió Diana, con preocupación.

Después de que Cecilia se fuera, David tendría una fuerte charla con su hija.

—No puedo creer que me avergonzaste frente a tu maestra. —le reclamó David, a su hija.

—Lo siento mucho —dijo Diana —No era mi intención. Yo solo quería decirte que tu decisión fue injusta.

—No lo fue para nada —dijo David —mi padre me habría dado un golpe si yo lo enfrentaba de tal manera. Yo soy más piadoso. Tú me faltas el respeto, y yo te quito algo, de esa forma vas a saber lo que está bien o mal en esta casa.

—Llevo más de diecisiete años viva. Sé muy bien las reglas de la casa. —Contestó Diana.

—Entonces, ¿por qué no las sigues? —añadió David.

Diana miró hacia abajo, y se quedó callada.

—Ve a tu cuarto, te llamaré cuando esté listo el almuerzo —dijo David.

Diana obedeció, y fue a su habitación. Al llegar, la joven se fue a su cama, se acostó boca arriba, puso una almohada sobre su cabeza, y soltó un gritó de impotencia, frustración y tristeza.

Luego de su llanto diario de cinco minutos, Diana fue a su escritorio, en donde vio el portarretratos que mostraba la foto de una mujer, la cual llevaba una remera color negro, sin mangas y cuello alto, un collar de plata que tenía una piedra de “Peridoto”; esta mujer era de tez olivácea, pero con manchas debido al vitíligo, tenía pecas, una pequeña cicatriz cerca del mentón, un largo y ondulado cabello color castaño claro, y unos hermosos ojos color oliva.

—Hola, mamá —dijo Diana. a la mujer del portarretratos —No entiendo porque te casaste con ese idiota. Espero que tus razones hayan sido buenas, porque no creo que lo haya valido en su momento.

De pronto, un mensaje llegó al teléfono celular de Diana. Era de su tía, hermana de su madre.

-Hola luz de luna

-Vas a querer que te busque para merendar hoy?

Escribió Cynthia

-Hola, tía

-No sé

-Mi papá me castigó y no me deja salir a hacer las compras

-No sé si me dejará salir con vos

Escribió Diana

-Bueno, pregúntale y me avisas

-Trata de usar las palabras correctas




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