El Diamante Más Brillante

Capítulo II: Una tarde tranquila

Cynthia y Diana se veían seguido, pero eran muy contadas las veces en que ambas podían pasar más de tres horas juntas, pues David tenía a su hija bajo un estricto orden de visitas.

Pero justo este día, después de unos cinco años más o menos, Diana por fin podría pasar medio día entero con su tía, cosa que alegró mucho a ambas partes.

30 de octubre del Año 2020.

—Entonces. ¿Hay alguien especial en tu vida, ahora? —preguntó Cynthia, a su sobrina.

Diana se sonrojó, y dijo —Como si eso fuera posible.

—Debe haber algún vecino… o vecina —sugirió Cynthia.

—Sería un vecino —dijo Diana, algo seria. —Pero no, no hay ninguno.

—Está bien. Todo llega a su tiempo. O no llega. Eso tampoco está mal —dijo Cynthia.

—¿Y Vos? ¿Hay alguien especial en tu vida? —Preguntó Diana, a su tía

—Nah —respondió Cynthia, sin tantos rodeos —Marta fue el mejor amor que tuve. Sé que ella hubiera querido que yo encuentre a alguien más… pero no quiero. No lo necesito.

—¿Cuántos años pasaron, ya? —Preguntó Diana —No tengo muchas memorias de ella.

—Este año van a ser dieciséis años que murió —contestó Cynthia —La viste un par de veces cuando eras bebé. Después, ella no quería que nadie la viera en su… peor momento. Quería que todos la recordaran sana.

—Claro —dijo Diana, sin saber que más decir.

—¡Cierto!, casi lo olvido —dijo Cynthia, para luego sacar, de su bolsillo, otro Ópalo rosa, y dárselo a su sobrina.

—¡No! ¡No puedo aceptarlo! ¡Mi padre va a romperlo! —exclamó Diana, horrorizada, mientras alejaba la mano de su tía y comenzaba a medio hiperventilarse.

—Tranquila, luz de luna. ¿Estás bien? ¿Acaso David hizo algo más que romper la piedra? ¿Acaso te pegó? —preguntó Cynthia, preocupada.

—No, nada de eso —respondió Diana, más calmada —Es solo que… la forma en que rompió el Ópalo fue…

—¿Estaba muy enojado? —preguntó Cynthia.

—No. Eso es lo que más me dio miedo. —contestó Diana —Él estaba calmado, solo tomó ese pisapapeles, y la rompió rápido y con fuerza. Me perturbó.

—Tu padre puede ser… atemorizante, a veces. —Dijo Cynthia —Pero no estamos aquí para hablar de él.

—Eso es cierto —dijo Diana —¿Qué vamos a hacer?

—Estaba pensando en que podríamos relajarnos y ver la tele solamente ¿te parece bien? —Preguntó Cynthia.

—Me parece perfecto —respondió Diana.

De repente, una alarma sonó en el teléfono de Cynthia, cosa que preocupó mucho a la mujer.

—¿Pasó algo malo? —Preguntó Diana.

—Nada malo. Es solo que me olvidé que tenía que entregar unos pedidos hoy —respondió Cynthia —Perdón, pero no voy a poder estar hoy a tiempo completo.

—Está bien. No importa —dijo Diana.

—Aunque si querés, podés acompañarme. ¿O te quedas en la casa? Lo que decidas, está bien —dijo Cynthia.

—Mi padre me va a retar si se entera que salgo de tu casa —dijo Diana.

—Yo no le voy a decir. Y te aseguro que la gente con la que trabajo, no lo conoce —añadió Cynthia. —Ey, no hay presiones. Si te querés quedar, no tengo problemas.

—No. Te acompaño. No me va a hacer mal salir un poco —dijo Diana, algo nerviosa.

—Perfecto —dijo Cynthia —ayúdame a cargar unas cosas en la camioneta, y salimos. No vamos a tardar mucho.

Tía y sobrina cargaron las cosas en la camioneta, y juntas fueron por varias partes del pueblo. Pero no iban a vender nada. Cynthia iba con varias personas que sabía que no tenían dinero, o tenían muy poco, y les llevaba pan casero y un bidón de Agua.

—Amo lo que haces por estas personas —dijo Diana, a Cynthia —Pero, ¿de dónde sacas el dinero para eso?

—De donde todos la mayoría sacan la plata. Del trabajo —respondió Cynthia.

—¿Y por qué esta gente no trabaja? —Preguntó Diana —Mi padre dice que todos deben trabajar para tener su propio dinero.

—Mira, luz de luna. No todas las personas pueden trabajar, algunas tienen discapacidades, o no tienen las oportunidades. No todes tienen la facilidad de obtener un trabajo, y si la tienen, no todos los trabajos pagan bien. Yo tengo la suerte de que gano lo suficiente para mantenerme a mí misma y ayudar a otres. —Respondió la mujer.

—Pero la plata que usas para darles comida a otros, la podrías usar para mejorar la casa y hacerle ampliaciones; o comprarte otro vehículo, y esas cosas —dijo Diana.

—No lo necesito —contestó Cynthia —Soy feliz con mi casa en el campo. Amo mi camioneta. Obviamente que uso dinero para mejorar las cosas de a poco. Pero no quiero una gran casa, o un gran auto. Tengo la oportunidad de tenerlo, pero no lo quiero. ¿Entendés la diferencia?

—Un poco —dijo Diana, la cual se quedó callada, pensando —Toda mi vida, mi padre me dijo que había que tener las cosas más nuevas y caras posibles para que la gente te respete.




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