El Diario Asesino

E1: El hallazgo

La tormenta había oscurecido la ciudad desde la mañana. Las gotas de lluvia golpeaban con furia las ventanas del apartamento de Diana, un pequeño espacio en el que el único sonido era el eco distante de truenos y el clic de su pluma contra el escritorio. Trabajaba como periodista independiente, aunque últimamente su carrera parecía estancada. El editor rechazaba sus ideas, y la sensación de insignificancia la carcomía.

Esa noche, el aburrimiento la llevó a explorar el desván del viejo edificio en el que vivía. Una escalera chirriante y una puerta oxidada la condujeron a un cuarto polvoriento lleno de cajas olvidadas. Sin pensarlo, comenzó a hurgar entre los objetos.

Fue entonces cuando lo encontró.

Entre libros viejos y papeles amarillentos, había un cuaderno de cuero negro. La portada estaba marcada con símbolos extraños, algo entre un lenguaje olvidado y simples garabatos. Pero lo que la detuvo fue la fecha grabada en la esquina superior: 22 de diciembre. La misma fecha que tenía su calendario.

Lo abrió con cautela, y al ver las páginas, un escalofrío recorrió su columna.

Las palabras en el diario
Cada página estaba llena de notas escritas en una letra apresurada. Las primeras líneas describían el clima de ese día con una precisión inquietante: “Tormenta en la ciudad, ráfagas de viento a 70 km/h, corte eléctrico en el barrio al norte de la plaza.”

Diana frunció el ceño. Había leído esas noticias esa misma mañana. ¿Coincidencia? Pensó que alguien simplemente había anotado lo que veía. Pero conforme pasaba las páginas, encontró algo que hizo que se le helara la sangre.

En una sección, el diario hablaba de un accidente en una esquina cercana a su apartamento. Específicamente, un autobús que perdería el control y arrollaría un taxi. La fecha estaba clara: 22 de diciembre, 8:15 p.m. Miró su reloj. Eran las 7:45 p.m.

Impulsada por una mezcla de curiosidad y miedo, decidió comprobarlo.

El accidente
Diana salió bajo la lluvia y se dirigió a la intersección mencionada. Se quedó allí, sintiéndose absurda, esperando algo que quizá nunca ocurriría. Pero a las 8:15 en punto, escuchó el chirrido de neumáticos y un estruendo ensordecedor. Un autobús se estrelló contra un taxi justo frente a sus ojos.

El caos se desató. Personas gritaban, y Diana, aturdida, dio un paso atrás. El diario lo había predicho. Pero ¿cómo?

Cuando regresó a su apartamento, empapada y temblorosa, no podía apartar la vista del cuaderno. Pasó página tras página, buscando algo que le diera respuestas. Y entonces lo vio.

Su propia muerte
Una entrada más adelante, una anotación corta y precisa la dejó sin aliento:

“Diana Pérez. Muere el 6 de enero, 11:37 p.m. Café Magnolia.”

Diana dejó caer el diario al suelo. Sentía como si todo el mundo se tambaleara a su alrededor. Era imposible. ¿Cómo podía un simple cuaderno saber algo así?

Decidida a entenderlo, volvió a recogerlo. Revisó cada detalle, tratando de encontrar alguna pista. Pero lo único que encontró fue otra frase, escrita al final de esa misma página:

“Siempre hay ojos observándote. Ellos saben que tienes el diario.”

Un ruido detrás de ella la hizo saltar. Al girarse, no vio a nadie, pero la sensación de ser vigilada la envolvió como una manta helada. Corrió a las ventanas, cerró las cortinas y bloqueó la puerta, pero no podía deshacerse de la idea de que alguien la estaba siguiendo.

Una sombra en la ventana
Esa noche, mientras intentaba dormir, volvió a escuchar algo. Pasos, suaves pero inconfundibles, justo afuera de su puerta. Se acercó con cuidado, pero al mirar por la mirilla, no vio a nadie. Sin embargo, cuando volvió a su cuarto, notó algo en la ventana. Una figura oscura estaba parada en el edificio de enfrente, inmóvil, observándola directamente.

Diana apagó las luces, esperando que la figura desapareciera. Pero cuando volvió a mirar, ya no estaba.

El diario cobra vida

A la mañana siguiente, despertó con el diario abierto en su mesa, aunque estaba segura de que lo había guardado en un cajón. Había una nueva anotación que no recordaba haber visto antes:

“Diana, cada acción tiene un precio. Lo que leas cambiará tu destino. Prepárate para lo que viene.”

El tono de las palabras era diferente, más personal. Sentía como si alguien se las estuviera dirigiendo directamente. ¿Era posible que alguien más estuviera escribiendo en el diario?
Diana decidió buscar ayuda, pero al revisar su teléfono, notó algo extraño. Todas las llamadas recientes habían desaparecido. Los mensajes también. Era como si alguien hubiera borrado cualquier rastro de su comunicación.

Cuando volvió a mirar el diario, las páginas comenzaron a llenarse de palabras frente a sus ojos:

“No confíes en nadie. Te están observando. El tiempo no está de tu lado.”

Un nuevo golpe en la puerta la hizo sobresaltarse. Esta vez no eran pasos. Era alguien, golpeando con fuerza. Diana sintió que el pánico la consumía. Miró la hora: eran las 11:37 p.m.

El sonido se detuvo de repente, dejando un silencio ensordecedor. Diana respiró hondo y, con el diario en la mano, se acercó lentamente a la puerta.

Al abrirla, no había nadie, pero en el suelo encontró un pequeño papel arrugado. Lo desdobló con manos temblorosas, y solo había tres palabras escritas:

“Confía en mí.”

Dentro del apartamento, las luces comenzaron a parpadear, y el diario cayó de sus manos al suelo. Una nueva frase apareció en sus páginas:

“La primera pieza ya se ha movido. No puedes escapar.”




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