El Diario Asesino

E20: La eternidad silenciosa

La batalla final había dejado cicatrices en la tela del tiempo. Diana y Gabriel, agotados pero decididos, se encontraban frente al imponente reloj celestial, que ahora giraba lentamente, emitiendo un brillo pulsante. En el centro del mecanismo, el diario flotaba, sus páginas pasando sin sentido, mostrando palabras que nadie había escrito aún.

Lucien, gravemente herido, se apoyaba en un pilar fragmentado, observando cómo el Vigilante se materializaba una vez más. Su presencia era distinta ahora: más corpórea, menos etérea, y sus ojos brillaban con una intensidad que hacía temblar el aire a su alrededor.

-Llegaron al final -dijo el Vigilante, su voz resonando en todo el espacio-, pero no todos los finales traen respuestas.

Diana dio un paso adelante, con el fragmento restante del diario en sus manos.

-Ya no queremos respuestas. Queremos terminar con esto.

El Vigilante inclinó la cabeza, como si estuviera evaluando su determinación.

-El diario no es solo un objeto. Es una idea, una paradoja, un reflejo de quienes lo tocan. Si destruyen este núcleo, destruirán todo lo que han sido... y todo lo que podrían ser.

Gabriel apretó los puños.

-No nos importa el precio.

Sin embargo, Diana lo miró, con dudas en sus ojos.

-¿Y si tiene razón? ¿Y si no podemos escapar de esto, ni siquiera destruyéndolo?

El Vigilante extendió una mano hacia ellos, mostrándoles algo inesperado: una visión. En ella, se veían a sí mismos atrapados en un bucle interminable, viviendo las mismas decisiones una y otra vez, cada vez con resultados más catastróficos.

-El diario no puede ser destruido porque ustedes lo perpetúan -dijo el Vigilante-. Sus miedos, sus deseos, sus errores... lo alimentan.

Diana sintió un escalofrío recorrer su espalda. Miró a Gabriel y luego al diario, flotando en el centro del mecanismo.

-Entonces... ¿qué hacemos?

Lucien, desde su lugar, levantó la voz con dificultad.

-No lo destruyan... pero tampoco lo dejen aquí. Háganlo desaparecer, más allá del tiempo, más allá del alcance de cualquiera.

El Vigilante se rió, un sonido frío y desprovisto de emoción.

-Y así, condenarán a otros a encontrarlo. Lo que está escrito en sus páginas ya no puede borrarse.

Diana cerró los ojos, sintiendo el peso del fragmento en sus manos. Entonces, una idea se formó en su mente, una posibilidad que nadie más había considerado. Abrió los ojos y miró al Vigilante con determinación.

-Si no puede destruirse... lo usaré.

-¡Diana, no! -gritó Gabriel, pero ella ya había avanzado hacia el núcleo.

El diario comenzó a vibrar con fuerza mientras Diana colocaba el fragmento en su lugar. Las palabras en las páginas cobraron vida, formando una corriente de luz que se enroscaba a su alrededor. Ella gritó, no de dolor, sino de algo más profundo, una conexión indescriptible con el tiempo mismo.

El espacio a su alrededor comenzó a fracturarse, y el reloj celestial se detuvo por completo. El Vigilante observó con interés, sin intervenir, como si estuviera esperando el desenlace.

Finalmente, la luz se desvaneció, y Diana cayó de rodillas, sosteniendo el diario ahora cerrado en sus manos. Su rostro estaba pálido, pero sus ojos brillaban con algo nuevo: conocimiento.

-Lo he reescrito -dijo, su voz apenas un susurro.

Gabriel se acercó a ella, ayudándola a ponerse de pie.

-¿Qué significa eso?

Diana lo miró, con una expresión de tristeza y esperanza.

-Significa que el ciclo ha cambiado. Pero no sé cómo.

El Vigilante dio un paso adelante, inclinando la cabeza.

-Eres valiente... pero también imprudente. El diario siempre encuentra una manera.

Antes de que pudiera responder, un portal se abrió detrás de ellos, una espiral oscura que parecía absorber toda la luz del lugar. Diana sostuvo el diario con fuerza, mirando a Gabriel y Lucien.

-Tengo que llevármelo. Lejos de aquí, lejos de todo.

Gabriel negó con la cabeza, sus ojos llenos de desesperación.

-No voy a perderte otra vez.

Ella le acarició el rostro, dejando caer una lágrima.

-No es un adiós. Es solo... otro comienzo.

Antes de que pudiera detenerla, Diana entró en el portal con el diario. La espiral se cerró tras ella, dejando a Gabriel y Lucien en un silencio inquietante.

El reloj celestial comenzó a desmoronarse, y el espacio a su alrededor colapsó en una explosión de luz.

Cuando la luz se desvaneció, Gabriel y Lucien estaban de vuelta en el mundo real, en un lugar familiar: el apartamento de Diana. En la mesa, el diario estaba allí, aparentemente intacto, pero con un detalle diferente. Las palabras en la cubierta ahora eran ilegibles, como si alguien las hubiera borrado deliberadamente.

Gabriel lo miró con una mezcla de miedo y esperanza.

-¿Diana?

No hubo respuesta, pero en la última página del diario, algo comenzó a escribirse lentamente, como si una mano invisible lo estuviera haciendo. Las palabras eran simples, pero escalofriantes:

"El ciclo nunca termina."

Gabriel mira al diario, mientras en el reflejo de la ventana aparece la silueta del Vigilante, observándolo desde las sombras.




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