El Diario Asesino

E22: El primer Portador

El silencio del tiempo parecía aplastante mientras Diana despertaba en un lugar desconocido. El paisaje era desolador: un pueblo abandonado, cubierto de niebla densa, con casas derrumbadas que susurraban secretos de épocas pasadas. El diario en su mochila comenzó a vibrar con una intensidad que nunca había sentido antes.

Al seguir sus indicaciones, Diana llegó a una iglesia antigua, con vitrales rotos que dejaban pasar una luz mortecina. En el altar, un hombre esperaba, envuelto en una túnica negra, su rostro marcado por cicatrices profundas y ojos que parecían contener siglos de dolor.

—Sabía que vendrías —dijo el hombre, su voz cargada de gravedad—. Soy el Escriba, el primero en portar el diario.

Diana, desconfiada, retrocedió un paso.
—¿Qué es esto? ¿Dónde estoy?

El Escriba la miró con una mezcla de compasión y resignación.
—Estás en el lugar donde todo comenzó, donde el diario fue creado. Este pueblo fue el epicentro de un experimento. Querían controlar el tiempo, manipular el destino… pero no entendieron el costo.

El Escriba la llevó a una habitación subterránea oculta bajo la iglesia. En el centro, había una máquina gigantesca con engranajes de oro y plata que brillaban como si aún estuvieran vivos. Sobre la máquina, un cuenco contenía tinta negra, pulsante, casi orgánica.

—El diario nació aquí, alimentado por la ambición y la desesperación de aquellos que querían reescribir sus vidas —explicó el Escriba—. Pero adquirió conciencia. Cada vez que alguien lo usa, lo fortalece. Cada cambio crea más caos, y cada intento de detenerlo… fracasa.

Diana sintió el peso de sus palabras como una losa.
—¿Por qué yo? ¿Por qué me eligió?

El Escriba sonrió tristemente.
—Porque no te eligió a ti. Tú lo elegiste al abrirlo, al escribir en él. Ahora eres parte de su ciclo.

De repente, el diario comenzó a brillar con un resplandor rojo, y Diana sintió que algo la arrastraba hacia las páginas. Imágenes del pasado, presente y futuro se entrelazaron en su mente: Gabriel gritando su nombre, el Vigilante observándola desde las sombras, y una versión de sí misma completamente distinta… oscura, peligrosa.

—¡Tienes que detenerlo! —gritó el Escriba—. Pero ten cuidado, porque si fallas, te convertirás en aquello que más temes.

La habitación comenzó a temblar, y Diana vio cómo las paredes se desmoronaban, dejando entrever un vacío infinito. Antes de desaparecer, el Escriba le entregó un último mensaje:
—El diario no puede ser destruido, pero hay un modo de contenerlo. Encuentra la llave.

Diana despertó nuevamente en el presente, el diario ahora cerrado y silencioso en sus manos. Pero sabía que algo había cambiado. Una nueva página en blanco la esperaba, y en su corazón, un temor creciente: ¿podría alguna vez escapar de este ciclo?




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