El tiempo parecía haberse detenido alrededor de Diana. El caos de las líneas temporales colapsadas hacía que cada instante se sintiera como un eco interminable. Todo a su alrededor fluctuaba: rostros conocidos aparecían y desaparecían como reflejos en agua turbulenta. Sin embargo, en medio de todo ese caos, el Vigilante permanecía inmóvil, su figura envuelta en sombras pero con una voz que cortaba como un cuchillo.
—Siempre quisiste respuestas, Diana —dijo el Vigilante, avanzando hacia ella—. Ahora es el momento de saber la verdad.
El entorno comenzó a cambiar. Diana se encontraba ahora en un espacio que reconocía: el laboratorio de su madre, pero todo estaba congelado en el tiempo. El Vigilante extendió una mano, y el diario destruido apareció flotando frente a ella, reconstruido pero lleno de grietas que brillaban con una luz inquietante.
—¿Qué es esto? —preguntó Diana, con una mezcla de miedo y asombro.
—El diario nunca fue un arma contra el destino —respondió el Vigilante—. Fue creado para observarlo, registrarlo y preservarlo. Tus intentos de cambiarlo no son más que parte de un ciclo que siempre se reinicia.
Diana sintió un escalofrío recorrer su espalda. Sus pensamientos volvían a cada decisión que había tomado desde que encontró el diario, y la amarga realización de que cada acción había llevado al mismo punto.
—Entonces… ¿todo esto ha sido en vano? —murmuró.
El Vigilante la miró con una expresión que parecía casi humana, casi compasiva.
—No es en vano, pero tampoco es lo que piensas. El destino no puede ser cambiado. Tal vez se pueda alargar, pero siempre encontrará su camino. Ese es el propósito del diario: asegurarse de que el equilibrio se mantenga, sin importar cuántas veces alguien intente desafiarlo.
En otro lugar, Gabriel y Clara trabajaban frenéticamente en el laboratorio. Clara había encontrado entre las cenizas del diario destruido una inscripción que no había visto antes: “El que desafíe el destino, sellará su propia eternidad.” Las palabras parecían brillar bajo la tenue luz, y Gabriel sintió un nudo formarse en su pecho.
—¿Qué significa esto? —preguntó Gabriel, su voz llena de ansiedad.
Clara, con la frente fruncida, respondió:
—Creo que Diana está en un punto de no retorno. Si sigue luchando contra el ciclo, podría quedar atrapada en él para siempre.
Mientras tanto, en el espacio entre realidades, Diana enfrentaba su propio dilema. El Vigilante le ofreció una visión: una Diana diferente, en una vida que nunca había vivido, pero que parecía estar llena de paz. Sin embargo, esa vida no era real; era una ilusión creada por el diario como una forma de tentarla a abandonar su lucha.
—No quiero escapar —dijo Diana, con firmeza—. Quiero que esto termine de verdad, no solo para mí, sino para todos los demás.
El Vigilante sonrió débilmente.
—Eso es lo que todos dicen, pero pocos entienden el precio. ¿Estás dispuesta a pagarlo?
Diana sintió que el peso de sus decisiones caía sobre ella. En ese momento, recordó las palabras que Clara le había dicho alguna vez: “No importa cuánto luches, si no tienes algo que perder, nunca sabrás lo que significa ganar.”
De repente, una puerta luminosa se abrió frente a ella. No era como las que había visto antes; esta parecía inestable, como si temblara al borde de un colapso. Diana supo de inmediato que esa puerta era la clave para terminar el ciclo, pero también el camino a su propia destrucción.
El episodio termina con Diana tomando un paso hacia la puerta mientras la frase del Vigilante resuena en su mente:
“El destino no puede ser cambiado. Tal vez se pueda alargar… pero siempre encontrará su camino.”
Editado: 14.01.2025