El Diario Asesino

E30: El Último Acto

La luz de la puerta se apagó, dejando un vacío absoluto. Diana ya no sentía su cuerpo. Era como si su ser se hubiera desintegrado en fragmentos, flotando en un mar de oscuridad y ecos de lo que una vez fue su vida. No había dolor, pero tampoco paz. Solo la conciencia de que algo más estaba sucediendo.

Un murmullo resonó en la distancia, apenas audible al principio, pero luego más claro. Era una mezcla de voces: la risa de Gabriel, los susurros de su madre, las palabras del Vigilante. Y, entre todas, una frase persistía como un martilleo constante:
“No se puede cambiar el destino. Tal vez se pueda alargar… pero siempre encontrará su camino.”

De repente, Diana abrió los ojos. Estaba en el mismo campo vacío donde había visto a Gabriel por última vez. Pero ahora todo estaba diferente. El cielo estaba fracturado, como si las líneas temporales estuvieran luchando por estabilizarse. La brisa era pesada, cargada de energía. Y, a lo lejos, podía ver una figura de pie, inmóvil.

Caminó hacia ella con cautela, cada paso pesado, como si la tierra intentara retenerla. Cuando estuvo lo suficientemente cerca, la figura se giró. Era Gabriel, pero algo en él había cambiado. Sus ojos estaban llenos de desesperación y rabia contenida.

—Diana —dijo él, su voz temblando—. ¿Por qué lo hiciste?

Diana sintió un nudo en la garganta.
—No tenía otra opción. Era la única manera de detener el ciclo.

Gabriel negó con la cabeza, avanzando hacia ella.
—Pero te perdiste. Nos perdiste. No tenía que ser así.

Antes de que pudiera responder, el campo comenzó a desmoronarse, como si la realidad misma estuviera colapsando. Diana sintió una presión creciente en su pecho. Sabía que su tiempo estaba llegando al final.

En el laboratorio, Clara observaba cómo los restos del diario brillaban débilmente, como si intentaran reconstruirse una vez más. Sabía que significaba algo, pero no podía entender qué. Gabriel, aún conmocionado por lo sucedido, apenas podía hablar.

—Ella no puede estar realmente… —empezó a decir, pero su voz se quebró.

De repente, una última página apareció flotando entre los escombros del diario. Clara la tomó con cuidado y leyó las palabras escritas con la letra de ”iana:
“El destino no es el fin. Es solo el comienzo de algo más.”

En el vacío, Diana sintió que su cuerpo comenzaba a desaparecer, como si estuviera siendo absorbida por algo más grande que ella. Pero antes de desvanecerse por completo, una figura emergió de las sombras. Era el Vigilante.

—¿Por qué estás aquí? —preguntó Diana, su voz apenas un susurro.

El Vigilante la miró con una expresión que, por primera vez, parecía humana.
—Porque el destino nunca termina, Diana. Lo que hiciste creó una grieta, pero no destruyó el ciclo. Solo lo reinició.

Diana cerró los ojos, sintiendo la derrota arrastrarse sobre ella.
—Entonces, ¿todo fue en vano?

El Vigilante se inclinó hacia ella, sus palabras resonando como una advertencia:
—No necesariamente. Pero ahora el destino te pertenece a ti. Tú eres el puente, el nexo que mantiene el equilibrio. Pero recuerda: nadie puede cambiar el destino sin pagar el precio.

Diana sintió cómo su ser se dividía, una parte de ella desapareciendo en la oscuridad mientras otra permanecía, atrapada en el vacío.

El episodio termina con Gabriel mirando el horizonte desde el laboratorio. En la distancia, entre las sombras, parece distinguir una figura familiar. Pero antes de que pueda confirmarlo, esta desaparece.

Clara, observando el diario vacío, susurra:
—¿Realmente terminó?

Mientras tanto, en el vacío, la voz de Diana resuena una última vez:
“No se puede cambiar el destino. Tal vez se pueda alargar… pero siempre encontrará su camino.”




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