Gabriel sostuvo la hoja del diario con fuerza, el peso de las palabras de Diana clavándose en su pecho. “El destino te necesita. El ciclo todavía se mueve.” Las sombras que lo acechaban en sus sueños no eran alucinaciones, y ahora lo sabía con certeza: Diana estaba atrapada, en algún lugar entre las líneas de tiempo.
Se dirigió al laboratorio de Clara esa misma noche, su rostro marcado por la determinación. Clara estaba inmersa en sus cálculos, rodeada de diagramas y pantallas llenas de datos. No levantó la mirada cuando Gabriel irrumpió, pero su tono dejaba claro su frustración.
—¿Qué haces aquí a estas horas? —preguntó, sin apartar la vista de su trabajo.
Gabriel dejó la hoja sobre la mesa.
—Esto apareció en mi ventana. Es de Diana.
Clara alzó la vista con incredulidad.
—Eso es imposible.
—¿De verdad? Después de todo lo que hemos visto, ¿todavía crees que algo es imposible? —respondió Gabriel, con un deje de desesperación.
Clara tomó la hoja, estudiándola con atención. La tinta parecía reciente, fresca, como si alguien la hubiera escrito hace unos minutos.
—Esto no tiene sentido —murmuró—. Si Diana está atrapada, ¿cómo puede enviarnos mensajes?
—No lo sé —admitió Gabriel—. Pero no pienso quedarme de brazos cruzados.
Clara suspiró y señaló un mapa temporal que había estado construyendo en las últimas horas.
—Hay algo que encontré en las últimas páginas del diario. Diana mencionó un “nexo,” un lugar donde las líneas temporales convergen. Si está en algún lugar, debe ser ahí. Pero… —Clara vaciló—. No sabemos cómo llegar.
Gabriel cruzó los brazos, su mirada fija en el mapa.
—Debe haber una puerta, un acceso. El diario era la llave, ¿cierto? Si el diario sigue activo de alguna manera, entonces podemos usarlo.
Clara lo miró, sus ojos brillando con una mezcla de duda y esperanza.
—Es un riesgo enorme. El nexo no es un lugar fijo; es inestable, y nadie que haya intentado alcanzarlo ha regresado.
Gabriel dio un paso hacia ella, su tono firme.
—Diana arriesgó todo por nosotros. No voy a dejarla atrapada en ese lugar.
Clara sabía que no podía detenerlo. Con un suspiro resignado, comenzó a ajustar los cálculos para determinar la posible ubicación del nexo.
Horas después, los dos se encontraban en un lugar desolado, un campo cubierto de niebla espesa. Clara llevaba consigo el diario vacío, que emitía un tenue resplandor, guiándolos a través de la oscuridad.
—Esto es… aterrador —dijo Clara, sujetando el diario con fuerza.
—Diana está más allá de esto. No podemos detenernos ahora —respondió Gabriel.
Finalmente, llegaron a un punto donde el aire parecía vibrar. Un arco de energía fluctuaba frente a ellos, como una puerta invisible que ondulaba con cada paso que daban. Clara consultó el diario, que ahora mostraba un solo símbolo: un círculo con líneas cruzándolo, similar a un reloj roto.
—Este es el nexo —susurró Clara, su voz casi ahogada por el ambiente denso.
Gabriel avanzó sin dudar, pero Clara lo detuvo.
—Si entras ahí, no sé si podrás regresar. Y tampoco sabemos si realmente está ahí dentro.
Gabriel la miró con determinación.
—No importa. Si hay una mínima posibilidad de salvarla, la tomaré.
Sin esperar respuesta, cruzó el arco.
El nexo era un lugar inimaginable: un vacío donde fragmentos de recuerdos, lugares y personas flotaban como reflejos rotos en un espejo. Gabriel sintió un vértigo inmediato, pero se obligó a avanzar.
—¡Diana! —gritó, su voz resonando como un eco infinito.
Por un momento, creyó ver una figura entre las sombras. Corrió hacia ella, pero esta desapareció. Entonces, la escuchó:
—Gabriel…
La voz era débil, pero inconfundible. Giró y la vio, de pie en la distancia, atrapada dentro de una esfera de luz que pulsaba irregularmente.
—¡Diana! —corrió hacia ella, pero una barrera invisible lo detuvo.
Diana levantó la mirada, sus ojos llenos de tristeza y algo más… aceptación.
—No deberías estar aquí.
—¡No voy a dejarte! —exclamó Gabriel, golpeando la barrera con todas sus fuerzas.
Diana sacudió la cabeza.
—El nexo no permite cambios, Gabriel. Este es mi destino.
Gabriel negó con vehemencia.
—Siempre dijiste que lucharías contra el destino. ¿Por qué ahora lo aceptas?
Ella sonrió débilmente.
—Porque entendí que no se puede cambiar. Tal vez se pueda alargar, pero siempre encontrará su camino.
Gabriel cayó de rodillas, sus manos todavía apoyadas en la barrera.
—Diana… no puedo perderte.
Ella colocó una mano sobre la barrera, justo donde estaba la suya.
—No me pierdes, Gabriel. Mientras recuerdes, siempre estaré contigo.
La esfera comenzó a brillar más intensamente. Diana lo miró una última vez.
—Prométeme que seguirás adelante. Prométeme que encontrarás la manera de romper este ciclo, aunque yo no esté.
Antes de que Gabriel pudiera responder, la luz se intensificó y lo envolvió.
Cuando abrió los ojos, estaba de vuelta en el campo, la niebla disipándose. Clara lo encontró de pie, su rostro vacío, con el diario en sus manos.
—¿Qué pasó? ¿La encontraste? —preguntó Clara, pero Gabriel no respondió.
El diario estaba nuevamente vacío, salvo por una última inscripción en la última página:
“El destino no puede ser cambiado, pero tal vez… algún día… se pueda redimir.”
El episodio termina con Gabriel mirando al horizonte, una mezcla de dolor y esperanza en su rostro.
Editado: 14.01.2025