El susurro aún flotaba en el aire cuando la farola murió por completo. La oscuridad era densa, como si se hubiera tragado la ciudad en un solo parpadeo.
Alex no podía ver nada. Solo escuchar.
Respiraciones.
Una cerca. Muy cerca.
Y otras más… al fondo.
El impulso de correr volvió a recorrer su cuerpo, pero algo más fuerte lo detuvo. Si esto era real… si ella estaba allí… no podía huir.
—Diana… —su voz fue apenas un susurro.
El sonido de un paso se arrastró en la niebla. Luego otro.
Un latido ensordecedor llenó su pecho cuando sintió algo frío rozarle la muñeca. Una presión leve. Un contacto efímero, pero inconfundible.
Un dedo.
—Alex… —la voz era quebrada, ahogada. Casi inhumana.
Y entonces, la luz volvió.
El parpadeo de la farola iluminó por una fracción de segundo la escena ante él.
Un rostro.
Blanco. Incompleto.
Los ojos de Alex se abrieron de golpe.
La luz se apagó otra vez.
Su corazón golpeaba con fuerza mientras retrocedía, sintiendo el aire cada vez más pesado.
Y de repente…
Una risa.
Un sonido distorsionado, entre la risa de una mujer y algo que no pertenecía a este mundo.
Las luces del alumbrado público se encendieron de golpe, bañando la calle con su resplandor opaco.
Alex giró la cabeza en todas direcciones.
Nada.
La figura había desaparecido.
Lo único que quedaba era la marca en la farola… y algo más.
Un objeto en el suelo.
Alex se agachó con cautela y lo tomó entre los dedos. Era una fotografía, desgastada y rota en los bordes.
Cuando la giró, sintió que la sangre se le helaba.
Era Diana.
En su antiguo departamento.
Pero había algo más en la imagen.
En el reflejo del espejo detrás de ella… había alguien más.
Y esa persona… lo estaba mirando directamente a él.
Editado: 11.03.2025