El Diario Asesino

40. La Página Perdida

La calle estaba en silencio. No un silencio común, sino uno que parecía absorber el sonido, como si el mundo contuviera la respiración.

Alex aún sostenía la fotografía. Su pulgar rozaba el papel viejo y húmedo, sintiendo el relieve de los bordes gastados. La imagen de Diana, tomada en su antiguo departamento, no debería significar nada para él. No la conocía. Nunca la había visto en persona. Pero ahí estaba, impresa en el reflejo del espejo, mirándolo.

Como si siempre hubiera sabido que él llegaría.

El viento helado recorrió la calle, y con él, un eco. Un susurro.

—No estás solo…

Alex giró sobre sus talones, pero la calle estaba vacía.

Y entonces, lo vio.

A pocos metros, al final del callejón donde la luz de la farola parpadeaba como un corazón moribundo, una figura se mantenía inmóvil.

Era una mujer.

No se movía, pero tampoco parecía pertenecer a ese lugar. La sensación de verla era como encontrarse con un recuerdo olvidado, algo que estaba allí pero que su mente aún no había procesado del todo.

Alex sintió que el tiempo se ralentizaba mientras daba un paso hacia ella.

—Diana…

El nombre escapó de sus labios antes de que pudiera evitarlo.

La mujer inclinó ligeramente la cabeza.

—Tú…

Su voz era quebrada, como si no estuviera acostumbrada a usarla. Como si hubiera pasado demasiado tiempo en el silencio.

Los faros de un auto pasaron por la calle, iluminando su rostro por un instante.

Y en ese instante, Alex sintió que algo se rompía dentro de él.

Era ella.

La misma mujer de la fotografía. La misma mirada que había encontrado en cada página del Diario.

Pero no debería estar allí.

No debería ser real.

El frío en su espalda se intensificó cuando Diana avanzó un paso hacia él.

—¿Quién eres? —preguntó ella, su voz apenas un susurro, pero con una intensidad que lo obligó a sostenerle la mirada.

Alex tragó saliva.
—Yo… No sé por qué estoy aquí. Solo seguí las pistas.

Diana pareció procesar sus palabras con la calma de alguien que ya esperaba una respuesta así.

—Siempre lo hacen.

—¿Siempre?

Diana no respondió de inmediato. Bajó la vista hacia sus propias manos como si acabara de notarlas, como si su propia existencia en ese momento aún fuera un concepto extraño para ella.

—He estado atrapada —susurró—. No sé por cuánto tiempo. Pero el Diario… Él me mostró la salida.

Alex sintió un escalofrío recorrer su piel.

—¿Él?

Diana levantó la mirada y, por primera vez, Alex vio algo en sus ojos. No miedo. No confusión.

Determinación.

—El Diario no solo registra la historia —dijo—. La crea.

Alex sintió que el aire a su alrededor cambiaba, como si algo invisible hubiera despertado con esas palabras.

Las farolas parpadearon de nuevo.

Y entonces…

Una risa.

No de Diana.

No de él.

Algo más estaba allí.

Diana se tensó de inmediato.

—Nos encontraron.

Alex sintió que su estómago se hundía.

—¿Quiénes?

Diana le tomó la muñeca con una fuerza inesperada.

—No hay tiempo. Debemos irnos. Ahora.

El viento aumentó, arrastrando susurros entre las hojas secas.

Alex miró una última vez la fotografía en su mano antes de guardarla en el bolsillo.

Entonces, corrió.

Diana iba adelante, guiándolo a través de las sombras de la ciudad, mientras la risa continuaba, retorciéndose en el aire como un eco de algo que jamás había sido humano.

Y en ese momento, Alex supo que lo que había comenzado como un misterio en las páginas de un Diario ahora se había convertido en su única realidad.

Un secreto que nunca debió descubrir.

Y que tal vez… nunca lo dejaría ir.




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