CAPITULO I
VIENDO CON OTROS OJOS
A veces… es necesario ver las cosas desde otro punto de vista, la vida no está pintada del mismo color para todas las personas… y sobretodo, la vida es como el arte, puede ser interpretada de muchas formas, cuando vemos algo que nunca vivimos y lo relacionamos con nuestras vivencias, es ver la vida de otros con nuestros propios ojos, nuestras reglas y recuerdos, es difícil a aprender a mirar de ese modo cuando estamos tan apegados a nuestros propios principios.
¿Yo? Mi nombre es Carolina Pilar Fernández Serna, donde sea que me estés leyendo, prepárate para ver con otros ojos, sentir empatía por mi empatía y conocer la verdad… porque te contaré la historia más fuerte por la que tuve que transitar, tiempo donde no fui una persona muy sociable, ni mucho menos agradable para todos, pero de lo que te puedo asegurar, es que los errores que cometí me llevaron a las respuestas que me plantearon las dudas de los intentos, porque podemos negar que nuestros miedos existan, convencernos de que no son reales, pero de todas formas, aparecen, para recordarnos nuestra humanidad y lo débiles que podemos llegar a ser a veces, el destino los coloca como piedras en nuestro camino retándonos, desafiándonos a pelear para superarlos.
Lo importante para poder ver con mis ojos, es recordar cada cosa, ya que lo que ahora mismo te contaré… te marcará por completo sobre la vida y te dará un punto de vista distinto de cómo ver a alguien, así sea una simple persona que esté caminando a tu lado, o algún compañero de tu escuela, debes tener en cuenta que todo en tu vida repercute, cada palabra, cada pensamiento y cada acción, pero sobretodo como tratas a los demás y como estos te tratan.
Todo comenzó un día cualquiera de marzo, donde regresábamos a clases, lo cual era demasiado tedioso para todos por lo difícil que era aceptar que las vacaciones eran un suspiro comparado a la gran respiración de un año de clases, pero en cuanto a mí, era algo emocionante, porque podía regresar a ver a mis amigas y poder comenzar experiencias nuevas como las de todos los años. Nunca me consideré inteligente, tenía mis subidas y bajadas en la montaña rusa de las notas, conocía bien aquel cliché de que una nota no nos define, pero nadie sabe que lo que en verdad importa, es el esfuerzo que le das a las cosas, aunque sea un intento en vano, aún sabiendo que estas perdida/o, aunque desapruebes o saques la nota más baja de todas, el esfuerzo es más glorioso que la victoria, saber de lo que puedes ser capaz de hacer sin importar el resultado… es eso a lo que me refiero.
Aquel año comenzó normal, todos sentados en nuestros bancos tono beige mientras el sonido de todas las voces del curso creaban el ambiente típico escolar, aunque sabía que con el tiempo me cansaría de aquello, después de todo, aquello me hacía suspirar, era un sonido que en verdad había esperado por volver a escuchar, pero nunca pensé que ese suspiro cambiaría por un rostro boquiabierto al ver a un simple desconocido, que estaba entrando en mi salón, explicar lo que sentí era difícil… pero en verdad fue como dicen: “amor a primera vista”.
Entró con tanto fervor y bravura como si supiera que el mundo fuera suyo y lo tuviese a sus pies, aquella mirada que este poseía la había visto muy pocas veces en mi vida, era una mirada de alguien que se conocía lo suficiente como para conocer al mundo, sin miedo de dar un paso en falso con alguien o algo…para no salir perjudicado. Al verlo aproximarse, se me aceleraba más y más el corazón, y aunque deben pensar que soy una desesperada, se con exactitud que todos alguna vez hemos visto el amor frente a nuestros ojos, como si todo nuestro cuerpo fallara mientras nuestra mente generara preguntas que nunca antes hizo, una tras otra, hasta volverla una completa obsesión, tanto para bien como para mal, aunque funcione o nunca haya existido.
Parecía perfecto, parecía…porque lo perfecto nunca es eterno, aunque sea un simple momento, inesperadamente, mi amiga como siempre-haciendo de las suyas- me metió el dedo en la boca provocando que comenzara a toser de manera desesperante frente a aquel chico, Emilia Galardón, siempre fue mi amiga hasta en las malas, pero con sus “chistes” de vez en cuando me sacaba de mis casillas:
— ¿Quieres dejar de estar en la luna?—Dijo Emilia Riendo.
Sin responderle le di una mirada de “odio” mientras sentía en mi boca el sabor amargo de sus dedos. En cuanto a aquel misterioso chico, lo perdí de vista por completo, me arrepentiría de comenzar a buscarlo con la mirada entre los bancos sigilosamente para ver en que sitio se había sentado. Nuevamente se me congeló la sangre del cuerpo en un segundo, seguido de un escalofrió que tocó más que mi alma, al ver que estaba sentado detrás, mirándome, mi reacción fue girar la cabeza hacia delante con vergüenza y más vergüenza:
— ¿A quien buscas? —Me dijo—. ¿Pasa algo?
Sabía que si no le contestaba, iba a saber que obviamente lo estaba buscando como una idiota a el, a veces ignorar puede significar mucho más que ignorar, muchos ignoran por miedo a que ambos no sientan lo mismo…
—No… nada —Dije—, quería ver si la profesora había llegado, porque hemos ingresado y aún nadie llega al salón.
Pero este, era el caso en que ignorar a veces podía ser bueno cuando no conoces a esa persona… o si solo vas a abrir tu boca para decir estupideces como la que dije, ya que después de todo, el si me ignoró… no me respondió nada en lo absoluto, pero cuando parecía que iba a hacerlo, Emilia lo saludó presentándose sin que antes la puerta del aula se cerrara vigorosamente haciendo que todas las voces del lugar se apagaran como un soplido a una vela encendida.
Era la profesora Mercedes, la más temida de todo el colegio, aunque su aspecto también provocaba miedo-enana y gorda (como solían llamarla) con unos grandes lentes gruesos y cabello rubio que poseía canas en sus costados, que iban acompañadas de una cara de amargura, que para ser sincera, le combinaban bien- siempre a pesar de su conducta recta, la admiré porque era demasiado sabia y no muchos de nosotros lo veían así, ella era muy diversa en sus clases, no siempre era el tema de la materia, sino que nos enseñaba de lo políticamente incorrecto, sexualidad, pensamientos, la vida misma… son algunos ejemplos de algo que ella solía mencionar y eso de verdad lo apreciaba, no todas las profesoras iban y se decidían a mostrarles la realidad a sus alumnos.
—Nos volvemos a encontrar —Dijo Mercedes, mirando directamente a aquel chico que tan inquieta me tenía.
Este, sin decir una sola palabra, se levantó de su banco y le dio un beso en la mejilla, lo cual a decir verdad, me sorprendió demasiado, nunca nadie desde que había entrado a aquel colegio tenía tal valor y confianza como para saludar de tal manera a una profesora, ni por mucho… a la más temida.
—Me llamo Nicolás—Dijo con un tono elevado.
Este giró hacia nosotros que estábamos observando el momento, su voz nos impactó, sonaba limpia y fresca, la cual dudo que la mayoría olvidara…parecía decidido al hablar, pero algo creído, la confianza en el mismo desbordaba por todo su ser.
Nicolás se sentó en su lugar nuevamente y luego de un largo tiempo de la típica presentación pesada para todos, comenzó la clase y para ser el primer día, Mercedes llenó la pizarra y luego de terminar de copiar, mi mano se estremecía del cansancio, ya que había llenado la pobre pizarra dos veces seguidas sin parar…con ella no había comienzos de año, sino tiempo que ya estaba corriendo y un programa por completar de su materia (Ética) ya que en nuestro ultimo año de secundaria, aquella materia era extensa y larga. Parecía que habían pasado horas de clase escribiendo en mi cuaderno, el cual tenía algunas letras corridas por la maldición de ser zurda, cuando al ver la hora noté que habían pasado solo quince minutos, suspiré cansada, lo cual era algo raro de mí, ya que en verdad no me desagradaba del todo estar ahí y más aun siendo el primer día de clases.
Algo que siempre me pasaba cuando estaba aburrida en clase, me sucedió nuevamente, mi mente se nubló como un tornado arrasando una ciudad, dejándome completamente inmóvil viendo un punto fijo del salón mientras respiraba relajada.
La voz en mi cabeza me hacía preguntas una y otra vez sobre aquel chico que tanto me había llamado la atención, odiaba como me sentía, fue un fastidio para mí sentirme así de “rara”, siempre fui la misma a pesar de los años: Aquella chica de metro setenta, ojos y cabello color café claro, un modelo que me había comenzado a cansar, por años había pensado en un cambio, odiaba muchas cosas de mí, algunas que comencé a odiar por demás personas…solo porque a ellos les molestaba, es tan loco pensar como los demás pueden notar más nuestros defectos que nosotros mismos, pero en ellos, no pretenden usar su don de “detector de perfección”…perfección la cual es uno de los estigmas de la sociedad, tan naturalizado que sería imposible de cambiar.
Si…odiaba muchas cosas de mí, pero nunca me animé a decírmelo a mí misma frente al espejo, prefería que los demás siguieran hablando, pensaba que en algún momento se cansarían… pero las personas nunca se cansan de criticar, es como si fuera el sentido común y justo que les permitiera alimentarse del dolor de los demás… pero sería irme mucho del tema, en cuanto al amor…nunca lo sentí forma original, de hecho, nunca antes me había enamorado apasionadamente, siempre que sentía algo desconocido en mí, me hacía la cabeza pensando en ello hasta que me asqueara el tema, rechazando todo lo inexplorado en mí. La única vez que sentí algo que se asemejara al amor verdadero, no fue una relación… fue a temprana edad, era muy pequeña cuando un niño de mi vecindario, con el cual frecuentaba casi siempre en el parque, me regaló una flor, una flor única que en la actualidad no crece en mi ciudad.
Y ahí estaba yo, tardando como quince segundos en recibirla y otros más en decir unas miserables gracias, que obviamente al pequeño no le gustó para nada, desde aquel día, no volví a verlo nunca más, era mi único amigo en ese tiempo y que desapareciera de tal modo para mi cumpleaños, fue inoportuno, además de que siempre me sentí culpable de no volverlo a ver…por no darle las gracias por la estúpida flor.
Todo en mi siempre fue reservado, mis padres siempre me cuidaban en todo lo que hacía, hasta salir con mis amigas, TODO era muy extremista y preocupante para ellos, a pesar de que puertas para dentro… fueran unos desconocidos amantes del trabajo, tal vez eso influyó en mi vida adolecente, pero eso tal vez… y solo tal vez lo descubra cuando crezca más de lo que ahora para notar los cambios de mi vida ya transcurrida.
Un golpe en la parte de mi cien me hizo estremecer y despertar de mi “pensamiento nublado” fue provocado por otra mis amigas, Jimena, la cual era otra inseparable camarada de mi vida, aún recuerdo cuando la conocí a temprana edad, en una de sus presentaciones de baile, cuando estaba comenzando, era la más pequeña en estatura del salón con una simple cola de caballo atada en su pelo castaño y con una sonrisa exageradamente grande en su rostro, tan grande… que juraría que es falsa, lo digo porque así fue al conocerla, todos en el colegio, donde la maltrataban, haciéndole creer que su cuerpo era el problema, cuando en realidad era lo más normal del mundo, durante la primaria fue duro ver como bajo una sonrisa podía esconderse tanto dolor, al conocerla mientras bailaba, aquella sonrisa era autentica, pero la primera vez que le hablé… fue dentro de los baños de la escuela, donde esta se encontraba forzándose a vomitar entre lagrimas, nunca conocemos a alguien realmente si no lo hemos visto llorar y ser quienes son sin vergüenzas de la presión que tiene la sociedad, pero desde aquel día la protegí y defendí hasta que las cosas parecieron calmarse, en cuanto a ella, siempre fue una buena acompañante durante toda mi infancia, ella nunca cambió en su forma de ser y realmente valoraba eso.
— ¡Ya deja de dormir! — Me dijo Jimena sonriente—. No vamos a estar despertándote una a la vez.
—Bien, pero no estaba dormida— Le dije.
Miré la hora y habían pasado quince minutos más, los cuales yo había estado pensando cosas sin sentido mientras Mercedes había hecho de las suyas escribiendo y borrando el pizarrón por tercera vez consecutiva.
No sabía que me sucedía, tal vez porque era el último año de la secundaria y me sentía algo estresada por acumulación de pensamientos de años anteriores, más que nunca necesitaba un descanso, decir lo que siempre quise decir y aunque fuera el primer día de clases… me había estado preparando para ello durante días, pero al parecer no había dado resultado alguno.
Llegó el recreo y como todos los años, se me acercó Ezequiel Caccini, abrazándome cariñosamente mientras me saludaba, en verdad yo no sabía como todos los primeros días del año llegaba tarde, aunque por fin parecía que había madurado un poco, ya que cuando lo conocí era un adicto al animé, por lo cual era acosado bastante en nuestro colegio políticamente incorrecto, con unos grandes lentes y ortodoncia que llevó durante hace 3 años, con su pelo perfectamente peinado… perfectamente lamido por una vaca. Ahora no solo le había cambiado la voz, sino que su pelo estaba diferente, al igual que las gafas y su ortodoncia había desaparecido completamente, ahora podía ver sus cristalinos ojos verdes sin obstrucción alguna.
Ezequiel siempre había sido mi “pretendiente”, haciendo lo posible para poder abrir la puerta oxidada de mi corazón, pero con aquel chico nuevo, no tenía ninguna posibilidad alguna de hacerme sentir algo. Mis ojos dieron una rápida mirada al patio del colegio, buscando tímidamente al tan como dicen “amor a primera vista”, aún no quería llamar a ese sentimiento amor, era la etiqueta que más detestaba, porque aún era desconocido y raro para mí, ya que lo había visto antes… todos al principio se prometen el sol y las estrellas, sin saber que al bajarlas, el dolor por las quemaduras es insoportable, tanto como una ruptura.
Cuando por fin lo encontré, de espaldas contra un pilar de color verde césped cerca del bufet de la escuela, no supe cuanto tiempo estuve mirándolo “disimuladamente”, hasta que devolvió la mirada con un rostro enfadado, la primera reacción que tuve fue girar la cabeza rápido hacía otro lado, sintiendo como los huesos de mi cuello sonaron acompañados de la calentura provocada por la vergüenza que se podía notar en mi rostro que se teñía colorado, y aunque era obvio lo que sentía, no lo veía por completo.
Aquel día pasó rápido, aunque usualmente en clases, el tiempo parecía correr con lentitud- según mis compañeros- caminé hasta mi casa luego del colegio, como siempre, ya que amaba caminar y despejar mí mente un poco mientras me oxigenaba y veía mis pies ponerse uno delante del otro.
Luego de un tiempo cruzando calles, parecía que por fin había llegado a casa-la cual estaba sola y silenciosa como siempre, ya que mis padres trabajaban y eran extraños los momentos en los que los veía-…o mejor dicho, los veía juntos, ya que ambos siempre creían tener la razón en todo lo que decían y casi siempre surgían las “típicas peleas familiares”, ellos siempre le decían “típico” a algo que para mi nunca lo fue, en especial mi padre, siempre parecía tener una buena relación conmigo, pero solo hacía falta hacerlo enojar un poco para ver lo que tenía que decirme realmente, lo que le molestaba, insinuaba y pensaba de mí.
Ingresé directo a mi habitación, al entrar me tiré a mi cama donde me la pasé mirando hacia arriba durante unos 30 segundos, bien contados. En un parpadeo, se me vino la imagen del rostro de Nicolás, seguido de eso se me escapó una risa corta y un suspiro apasionado.
De repente escuché como gotas comenzaron a golpetear mi ventana, me gustaba la lluvia a pesar de que de pequeña le temía más que a nada a las tormentas, pero como estaba comenzando un nuevo ciclo en mi vida, abrí la ventana y dejé que el viento se mezclara con las gotas frescas, dejando que las gotas rociaran mi rostro apaciblemente, mientras mis ojos dejaban de ver el nublado cielo para cerrarse y dejarse llevar por tal sensación, que me encantó. Para aclarar, he sentido la lluvia antes pero aquella vez fueron sentimientos de amor mezclados con fragancias y sonidos, solo necesitaba eso para que mi mente fantaseara un poco, inesperadamente comencé a oír como sonaba teléfono, me había quedado dormida entre tanto extraño deleite, y al ver al reloj, noté que habían pasado no más de media hora, pensé que mi madre podía haber llegado ya a casa, pero no fue así, corrí rápidamente, bajando las escaleras, dirigiéndome hacia mi living para atender el teléfono.
Era mi abuela, Pilar Flores, mí segundo nombre fue por ella, en verdad era una persona muy importante en mi vida, me había llamado especialmente a mi, quería invitarme a comer a su casa ya que había recibido una rápida llamada de mi madre diciendo que llegaría tarde a casa, de nuevo. Al colgar el teléfono, recordé que quería algo diferente… algo que rompiera mi rutina diaria de todos los años. Me coloqué mi campera de color morado oscuro y me solté el cabello, caminé hasta el garaje de mi casa y evité por completo mi auto, el cual solo debía usar para ir al colegio según mi padre, tomando la bicicleta que no usaba en años, salí por el garaje, el cual se cerró automáticamente.
Y parándome en medio de la calle, suspiré sin dejar de lado el pensamiento de cambio, pedaleé a toda velocidad como nunca antes, ya que no se veía ningún auto cerca, mientras las gotas y el aire nuevamente me daban esa sensación de tranquilidad extrema. Mi abuela no vivía a mas de cinco cuadras de mi casa, asique lo disfruté al máximo, un auto imprudentemente se paró a frente a mí tapándome el paso, fruncí el seño mientras me preparaba para insultar a quien me había arrebatado la calma, lo primero que se me ocurrió fue no dejar nada dentro de mi, si debía decir algo que pensara, así fuese un insulto, debía salir de mí.
Cuando este bajó del auto, descubrí que…se trataba de Nicolás, solo imaginen la cara que puse en el momento, mejor dicho, la cara que puso el al verme toda mojada con un rostro boquiabierto frente a el. Dejé que mi cuerpo actuara al doblar frenéticamente con la bicicleta mientras el corazón me latía a mil por segundo, parecía que mi vergüenza había llegado a su fin cuando el borde de una vereda me tiró con bicicleta y todo hacia adelante, raspándome las manos y la frente, quedando algo adolorida, por suerte... había caído frente a la casa de mi querida abuela, la cual se estaba riendo por tal brutal caída desde la entrada.
A pesar de ser una persona longeva, rápidamente me cubrió con una manta, me colocó una curita en la palma de mi mano por donde comencé a sangrar, también me dio una tasa de nuestro té favorito de manzanilla. Nuestra relación era casi como la que tenía con mis amigas, hablábamos de todo lo que nos pasaba en el día y nos reíamos de ello. Obvio no le dije de Nicolás, porque me moría de vergüenza aún y no estaba segura de lo que sentía era amor.
Cuándo llegó la hora de comer, la ayudé a cocinar mientras escuchábamos la canción favorita de su época, todo salió perfecto después de todo, nos divertimos demasiado. Rondando las dos y media, para pasar el rato, mi abuela sacó una caja enorme con fotos familiares mientras me preguntaba el porque aquella caja no existía en mi casa, nunca había visto tal.
—Tú madre cada vez que tomaba una foto tuya o de la familia me la entregaba a mí— Dijo como si hubiera leído mi mente—. Y yo la guardaba en esta preciosa caja.
Entre tantas fotos encontré una de mi abuelo, Ricardo Serna, que en paz descanse, mi abuela tardó mucho en olvidarlo y superar a tan atroz asesinato, el cual sucedió en una noche fría y lluviosa, donde mi abuelo fue a comprar a una tienda que se encontraba a una cuadra, cuando ya habían pasado treinta minutos… mi abuela Pilar decidió ir a buscarlo, encontrando su cuerpo ensangrentado y tirado en la acera sin vida, si había una de las peores situaciones en la vida de mi abuela, sin dudas era ese.
Fue cuando encontré una foto que había tomado junto a mis mejores amigas al finalizar el año pasado, no sabía como mi madre se la había dado a mi abuela antes que a mí, amaba esa foto.
Mirándola, noté que era la misma físicamente, siempre con el pelo atado y con las gafas de color celeste marino, que no le llamaban la atención ni a mi oculista, aunque este siempre me decía que mis ojos marrón claro lo tranquilizaban cada vez que me veía, verme con esas gafas, me traía recuerdos… ya que las había dejado de usar desde que mis compañeros comenzaron a burlarse de mi… y ese había sido un error del cual me arrepentía toda la vida, haber optado dejar de usarlos cuando debía hacerlo, porque al resto no le gustaba, deseaba cambiar esa parte de mi vida, pero era tarde.
En esa misma foto, a mi lado se encontraba otra de mis amigas, quien había faltado en el primer día de clases, su nombre es Magali o como le decíamos en su niñez “la rulos”, su cabeza estaba llena de ellos, era la que siempre me había confiado sus secretos y yo le confié los míos.
Podía ver pasar mi vida delante de todas esas fotos, en un parpadeo eran las cinco y cuarto, debía regresar a mi casa para ordenar algunas cosas de mi colegio para el próximo día, y a pesar de que era el segundo día, siempre era así. Me despedí velozmente y caminé hacía la puerta.
— ¡CAROLINA! — Me gritó antes de que pudiera salir—. Espera…casi me olvido, te quería dar algo antes que te vayas pero bueno, sabes como tengo la cabeza hoy en día.
Retrocedí unos pasos y solo esperé viendo como esta me traía un diario, el cual a primera vista parecía un cuaderno por su tamaño.
Al abrirlo noté que estaba completamente en blanco, cada una de las páginas, estaba decorada con unos pulcros renglones celestes y en la tapa del cuaderno había una cinta turquesa atada con un viejo bolígrafo de tinta azul.
—Gracias abuela— Le dije.
Ya había comprado mis cuadernos para todo el ciclo escolar pero no lo rechazaría por nada, no sería yo si lo hiciera, pero como ya dije es como si estuviese leyendo mi mente.
—No es para tu escuela— Me dijo—.Todas las mujeres de esta familia han tenido un diario de esto. Aquí solemos escribir nuestra etapa de adolecentes, para recordarla de ancianas olvidadizas como yo, debería habértelo dado hace años pero tu madre no quería, ella tuvo su propio diario pero lo quemo el día que se casó, mismo día que murió mi querido Ricardo, su adolescencia murió ese día.
Los ojos de mi abuela se llenaron de lágrimas, tales como el día en que dejó partir a su queridísimo Ricardo, no le dije nada más que gracias y le di un abrazo mientras secaba de su arrugada cara las lágrimas de dolor que caían lentamente. Mis padres nunca me lo dijeron, nunca dijeron que mi abuelo murió el día de su casamiento, yo solo era una pequeña niña no lo recordaba, me habían dicho una fecha totalmente falsa toda mi vida. Todo lo anterior a mi conciencia esta completamente nublada, fue fácil para ellos mentirme de tal modo.
Las nubes en el cielo se habían despejado dejando una fría noche estrellada con todas las calles y viviendas de la ciudad húmedas y mojadas. Regresé a casa saludando a mis padres apresuradamente, estaba algo enojada por lo que mi abuela me había contando. Si había algo peor que las mentiras era saber la verdad por otra persona.
Solo me senté y me decidí a escribir sobre lo que estaba pasando en mi vida y como me sentía con ello, estaba comenzando el año y podía escribir lo que me sucedía durante el, en pleno dos mil dieciocho tener un diario intimo era patético, lo sabía, pero después de todo era algo que me había otorgado una de las mujeres mas importantes en mi vida, y como ella dijo… era algo que todas las mujeres de mi familia alguna vez tuvieron, no estaba dispuesta a romper tal racha.
El despertador me despertó de una manera inesperada, la noche había pasado en un parpadeo, estaba boca abajo con la cabeza arriba de mi diario y sin más, luego de una preparación trivial, me dirigí a mi escuela, ya había pasado el primer día, pero… lo peor aun no había acontecido, ya que habían faltado demasiados y entre ellos los peores del curso y de todo el establecimiento, por así decirse el primer día fueron la mitad de los que deberían haber asistido, como todos los años.
Y al llegar vi que ahí estaban…las tres personitas mas insoportables en mi vida escolar, te diré quienes y como son esas personas que al igual que a mi, de aseguro no te caerán del todo bien.
Todo grupo tiene a alguien al mando, la cual da que pensar sobre los demás a sus horridas acompañantes, en este caso sería Brenda Gómez, una chica muy descuidada en su apariencia ya que solo se ocupaba de ver la de las demás y criticarlas, narcisista por naturaleza y mala compañera por excelencia. Estaba acompañada siempre de Fernanda Pérez, su mano derecha y también una espina molesta clavada en mi costado, aquella que usaba gafas pero molestaba a quienes las tenían y no podemos irnos sin mencionar a la querida Yamila Rivas, la suripanta del grupo, la que mayormente se encargaba de difundir rumores de mí todo el tiempo, la boca que todos querían escuchar… juntas eran el trió dinamita para los problemas, me culpaban de algunas de sus fechorías y aun así ellas salían victoriosas, no me gustaba vengarme de ellas por que me estaría volviendo como ellas. Todos tenemos un límite y con el tiempo lo descubrimos, podemos ser la persona más gentil del mundo hasta que nos cortan las cadenas con la tenaza del odio, aunque gracias a ellas descubrí que el odio que muestran a su alrededor las personas de su tipo, no son más que el reflejo al rechazo que se tienen a si mismas, pero como no son lo suficientemente fuertes para decírselo a ellas mismas en el espejo, lo reflejan en los demás que encuentran con sus errores, por eso dicen que una mente hueca hace mas ruido, porque no son capaces de procesar de que errores tenemos todos, pero aquellos que deberían merecer “la perfección” son aquellos que de dan cuenta de que los tienen y conviven con ello, sin criticar al resto.
Por eso cada vez que alguien me molestaba, le ignoraba, porque sabía que en el fondo solo se estaban haciendo daño a ellas mismas, desgalgándose en el reflejo de su propia escoria de vida, hasta en cierto punto me daba gracia, pero no sabía por que habían pasado para poder tratar así al mundo, probablemente de alguien mas… el rechazo causa rechazo, como una pelota que va cayendo de escalón en escalón.
Entre la multitud del patio escolar también noté a un prejuicio en vida bajando de las verdes escaleras que llevaban a los salones del segundo piso. Su nombre era Edgar López, definirlo con tres palabras: Arrogante, creído y falso, pero sobre todo era aquel que siempre imitaba a quienes eran mejor que el, en si no tenía una actitud propia definida ya que solo era un frankstein construido de actitudes de otros, alguien que sufrió del rechazo social y la decisión que tomó fue la peor… volverse un agresor más, dejó de lado su propia aceptación y dejó que su mente creara un perfil que lo asemejara con los que alguna vez le molestaban. Era la típica persona que busca al grupo más débil para no solo maltratarlos, sino hacerles creer que es su amigo, para manipularlos y agredirlos prometiéndole una amistad que solo utilizaba como espejo para utilizarlos y sacar provecho.
El timbre sonó despejando mi mente de recuerdos de todos aquellos que pasaron por mi vida alguna vez por esa escuela, pero no del todo, ya que cerca de la formación se encontraban los profesores, no cualquiera por que estos para mi fueron los mejores que podría tener, había estado en otras escuelas pero particularmente en la que me encontraba, todos parecían tener una faceta distinta que jamás había visto en profesores.
No por su tratar o carácter sino por que cada uno de ellos era muy distinto a lo que tenia planeado que podría ser un profesor común y corriente como con los que frecuentaba en mis otras escuelas.
Un ejemplo exacto era la profesora Carmen Maldonado, no era una profesora común y corriente que se enfocara solo en su trabajo como profesora, sino que era en sus tiempos libres una buena deportista y daba clases de religión a niños dos días a la semana o La profesora María Ingrid Páez tenia un buen sentido de la moda, hasta fabricaba su propia ropa. Uno de ellos, mi profesor de educación física era quien más utilizaba su tiempo para hablarnos como personas, siempre enseñando sobre como era nuestra realidad y si estábamos listos para enfrentarla, siempre me entendía con el, la frase que siempre era dicha por sus labios me daba a entender que en el pensar teníamos eso en común, el siempre decía; “El que no piensa, se cansa, pero sobre todo, el que no piensa, no actúa”.
Había muchos profesores peculiares en la escuela, pero en verdad sabía que sin ellos, aquella escuela no sería nada, ocultaba mucho de vez en cuando, pero por fuera era la mejor institución de mi ciudad...La ciudad Oak. El día transcurrió bien y mi amor platónico llegó tarde a clase, y con los días eso se volvió recurrente, tan recurrente que le colocaron una nota para qué tome conciencia y pudiera comenzar a llegar más temprano.
No me separaba de mi diario, lo tenía a cada momento en la mochila y lo sacaba para escribir sobre lo que sucedía, lo que me molestaba y lo que quería que sucediera.
Los días pasaron y como otros Nicolás llegó tarde, asique la profesora Carmen nos comenzó a asignar grupos de trabajo, lo cual comenzaría a promediar el trimestre. Finalmente el destino me encontró, y me encontró enamorada, es como si nos hubiese querido ver juntos pero aun no nos conocíamos del todo bien.
—Carolina— Dijo la profesora—.Tu iras con Nicolás, une tu banco con el de el y comiencen a trabajar en esto juntos.
Nicolás me miró y mi corazón latía tan rápido que no podía procesarlo, tomó mi banco para ponerlo con el de el rozando así accidentalmente su mano con la mía. Y aunque mi vida parecía un cliché mal hecho…mí vergüenza lentamente se estaba yendo, y yo comenzaba a dar rienda suelta a mi amor, que por fin lo reconocí como tal…amor.
Editado: 11.05.2020