El diario de Damiana

Abril 23. Algunos problemas de salud

 

Recuerdo muy bien aquella noche.

La tengo impresa en mi memoria, tan nítida como si ahora nuevamente la estuviera viviendo. Recuerdo perfectamente las palabras de mi padre:

Elizabeth, Jonathan.... dentro de unas semanas me voy a casar.

¿Qué? pregunté más que molesta, desconcertada.

No podía creerlo, ¡iba a casarse! Por qué hasta ahora nos lo decía. Indignada censuré su falta de consideración. Titubeante quiso explicarme sus razones: "Necesitaba tiempo", "quería estar seguro", "temía equivocarme", en fin, ninguna convincente. Y mientras yo me consumía en la indignación por el atropello de ser los últimos en enterarnos. 

Jonathan rumiaba colérico su desacuerdo, solo que sus razones no eran nada similares a las mías; pero no articulaba palabra alguna, los destellos carmesíes que expulsaba su mirada lo decían todo. Sin embargo, Víctor procedió para que la situación se calmara un poco. Después de algunas réplicas y discusiones entendí por fin que, al fin y al cabo, esa era su decisión; además yo siempre había deseado que él rehiciera su vida, que encontrara una mujer que lo amara, que fuese su compañera. 

Por eso era precisamente que no entendía por qué hasta ahora nos lo decía. Me hubiese gustado conocerla desde un principio, no sé, hablar con ella, pero, bueno... después de todo lo único que me tocaba era esperar que por lo menos fuera una buena mujer, pero ante mi inocente comentario, Jonathan se desbordó en punzantes ironías sobre la nobleza y virtud de la futura contrayente.

¡Basta, Jonathan! gritó papá

Jonathan se levantó desafiante, enfrentándolo. El aire de la sala se volvió pesado y faltaba poco para que el enfrentamiento se tornara violento. Ante esta situación, me paré temerosa entre los dos. Les preguntaba confundida y angustiada de qué se trataba todo aquello, pero Jonathan alegó que las explicaciones no debían proceder de él pero que tampoco estaba interesado en escucharlas y dicho esto, se marchó.

Traté de detenerlo, pero fue inútil. Desconcertada me acerqué a Víctor pidiéndole las aclaraciones que Jonathan se había rehusado a dar. No alcanzaba a comprender el porqué de aquel absurdo enfrentamiento. 

Víctor solo se limitó a defender la integridad de su prometida manifestando que ella era una excelente mujer, pese a la insolencia y grosería de Jonathan. No me quedó más remedio que aceptar las ambiguas razones de mi padre y tolerar la idea de aquel inesperado matrimonio.

Solo una condición le puse a Víctor: traerla a casa lo más pronto posible, a lo cual accedió gustoso y prometió solemnemente. Pero esa ha sido la peor decisión que he tomado en mi vida y la única promesa que jamás debí pedirle a mi padre.

 

 

Pasaron los días y no tenía noticias de Daniel.

No sabía nada de él y contrario a lo que supuso Catiana, día tras día, sin entender el porqué, lo extrañaba más y más. Quería hablarle, verlo. No podía entender por qué sentía todo aquello, no lo lograba comprender. 

Trataba de no pensar en él, de no recordarlo, pero el sentimiento era más fuerte que mi voluntad. Lo peor era que cada día que pasaba me hundía más y más en una profunda tristeza. Mantenía de mal humor, sufría de constantes dolores de cabeza.

Jessica fue a visitarme en varias ocasiones; estaba preocupada por mi salud ya que desmejoraba notablemente.

En una de sus visitas le hablé de Daniel. Indagó sobre su identidad, ya que si estuvo en la fiesta de la playa ella tal vez lo conocía, pero cuando me disponía a darle mayores detalles sobre su aspecto físico, entró Nana Letty en la habitación. Informaba que, de casa de los Regueiro, la familia de Jessy, habían llamado solicitando su presencia en ese lugar. 

Papá Ricardo seguía delicado de salud y aquella llamada nos puso muy nerviosas. Jessy salió apresurada y no pudimos terminar nuestra conversación. Es que, obviamente, en esos momentos eran mucho más importantes los asuntos que Jessy y su familia iban a tratar.

Una vez salió Jessy, quedé nuevamente sola. Los recuerdos de Daniel no se hicieron esperar. Parecía como si estuviera hechizada, como si fuera víctima de un encantamiento mágico.

 

 

Una mañana, dos meses después de aquel día en que lo encontré nuevamente en el parque, me levanté peor que nunca; estaba bastante indispuesta; me sentía muy mal física y emotivamente. La depresión, mi fiel compañera me tenía envuelta en un amargo y sofocante abrazo desesperanzador. Sin embargo, aun así, decidí ir a clases, era mucho más agobiante quedarme en aquella enorme y solitaria casa, por eso tomé esa decisión.

En el transcurso de la mañana me atormentó un fuerte dolor de cabeza y casi todo el tiempo reposé en la enfermería. Cuando por fin salí de clases y llegué a casa, aun sin cambiarme el uniforme escolar, decidí irme caminando hasta el parque. 

Fue una idea descabellada encontrándome en aquel estado, pero es que, en casa me sentía tan abrumadoramente sola, que quise irme, huir de ahí; quería caminar, distraerme, recibir un poco de aire. Caminé por largo tiempo, sin darme cuenta tomé una vía diferente al parque. 

Mientras caminaba sentía fuertes punzadas en las sienes, tan insoportable que me detuve. Caminé un poco más pero nuevamente me detuve apoyándome en una farola. Cerré los ojos. Sentía que estaba a punto de desfallecer, que poco a poco la vida se me estaba yendo.



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En el texto hay: romance, drama, amor

Editado: 13.04.2024

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