Día 24

Todos los días cuando me despierto me repito a mí mismo: tenés que hacerlo por ellos, tenés que hacerlo por ellos. Por su memoria.

Creo que con el tiempo va perdiendo el efecto. Espero que me funcione el suficiente hasta que termine la historia, sino no sé qué haré.

Hoy mientras me duchaba noté que estoy mucho más flaco que cuando entré en las casas. Eso que no pasó ni siquiera un mes.

Anduvimos hasta que el sol comenzó a ocultarse y decidimos estacionarnos lo más lejos del camino que nos permitimos.

La primera guardia fue de Carlos y Adrián, mientras los demás nos quedamos dentro debatiendo cómo seguir, a dónde ir, y cuánto tiempo nos duraría la comida que logramos llevar con nosotros. Bueno, los más grandes decidían… yo todavía era demasiado chico como para que me tengan en cuenta. Igual yo escuchaba todo en silencio y analizaba las cosas en mi mente.

—Una semana —Dijo mamá—. Si racionalizamos bien todo nos alcanza para una semana, máximo. Tenemos que volver a la ciudad.

—Es muy peligroso… —Murmuró Eduardo.

— ¿Cuál es la alternativa? —Replicó mamá— ¿Quedarnos acá y morirnos de hambre? ¿Esperar a que los híbridos nos encuentren y nos maten? No podemos volver, solo avanzar, conseguir un nuevo refugio e intentar sobrevivir la mayor cantidad de tiempo posible.

— ¿Y eso de qué nos sirve? ¿Por qué seguir viviendo si no hay futuro? —Estalló Eduardo con lágrimas en los ojos—. Damián era mi mundo ¡Estoy cansado de perder gente que quiero! No quiero vivir más así.

—No diga eso, mijo —Dijo la abuela apretando cariñosamente el brazo de Eduardo— ¿De verdad pensás que a Damián le gustaría que te rindieras así? ¡Todavía queda esperanza mientras sigamos vivos!

Esperanza. Que palabra tan curiosa. Nos parece tan estúpida por momentos, y tan valerosa por otros ¿Qué habría sido de nosotros sin ella? No creo que hubiésemos hecho ni la mitad de las cosas que hicimos. La esperanza fue nuestra única guía, cuando todo lo demás estaba en tinieblas.