El diario de Mirella

Día 26 (sábado)

Era sábado. Era el gran día.

Estaba en la florería. El dinero de mis propinas sólo me sirvió para comprar una rosa de color azul y una pequeña cajita con tres chocolates caseros que me los vendió una señora. Me sentí deprimida. No era los regalos que quería darle a la chica más hermosa que he visto. Un ramo de rosas y una caja de doce bombones era lo mínimo que podría categorizar como presentable.

Es difícil estar enamorada y no tener dinero para obsequiar a la chica de tus sueños.

Rosa dijo que llegaría cerca de las 3 de la tarde, sólo faltaba cinco minutos.

Caminé hasta el parque con las manos nerviosas y sudorosas, sentía que la rosa y la pequeña caja de chocolates se me resbalaban. ¿Qué le iba a decir? No había pensado cómo declararme, sólo pensé en los presentes.

«-¡Ay, Mirella!, qué tonta eres -pensé»

Palabras, ¡Qué palabras le diría! ¿Un poema? No, se me hace muy memorista y eso no sería lo ideal. Podría decir lo que piense y como me salga, aun teniendo en alternativa de cometer algún error tonto.

Llegué al parque y allí estaba Rosa con un vestido rosado, que se veía más niña de lo que era. Y yo estaba con las manos en la espalda, no quería que vea mi solitaria rosa y mis insípidos chocolates hasta que me haya declarado.

Ella me vio desde su asiento y yo estaba que moría de nervios, hasta que llegué hasta donde estaba ella. Me miró curiosa porque mis manos estaban en mi espalda en todo momento, ocultando mis objetos de declaración.

-Qué tienes allí, Mirella -dijo Rosa, mirándome curiosa y tratando de ver en mi espalda.

Yo hice un rápido movimiento de manos para colocar los obsequios delante de ella.

-¡Me gustas, me gustas mucho!¡Sé mi enamorada, por favor! - Le grité mientras le mostraba la caja de chocolates y la rosa.

Ella se quedó impresionada, me miró a los ojos por unos segundos, y después desvió la mirada de mí y mis presentes.

-No puedo, ya te dije que Magaly es mi amiga y ella tiene sentimientos por ti -contestó.

No, Magaly, no iba hacer de nuevo esa mancha molesta que opaca nuestra felicidad. Ella tenía a alguien a quién querer o por lo menos no estaba sola.

La miré con determinación a Rosa. Yo no iba a irme hasta que me acepte. Nuestros sentimientos eran mutuos, no teníamos porqué sacrificar nuestra felicidad por los demás.

-Ella está saliendo con Laura, la patrona. Las vi en el baño hace algunos días -dije.

Rosa estaba impresionada, dudosa. Le tomé de las manos. Le entregué la caja de chocolate y la rosa.

-No lo sé, Mirella. Es decir, ya me había hecho a la idea que serías sólo mi amiga.

Me mordí los labios.

Yo no quería ser sólo la amiga, sino su amante, su compañera de aventuras.

-¿Qué sientes por mí, Rosa?

Ella se sonrojó y desvió la mirada, murmuró muy bajo.

-Te quiero, mucho. No sé si sea amor o no, pero siento que te quiero de una forma diferente a la que quiero mis otras amigas.

Me armé de valor y la besé, en el parque, sin importarme que alguien nos viera. Sólo éramos yo y ella, nuestras declaraciones y nuestros sentimientos.

-Yo siento que te amo, Rosa. No sé si desde el primer día, pero fue imposible no sentirme así contigo.

Ella tomó los chocolates, la rosa y mi mano. Nos sentamos en el banco del parque. Estaba callada, comió dos chocolates y yo uno, en todo momento estaba nerviosa, esperando una respuesta.

-Sí -susurró cuando terminó su último bocado.

No podría describir la felicidad que sentí al verme aceptada. La besé de nuevo, esta vez sintiendo adrenalina y felicidad. Nunca he consumido bebidas alcohólicas, pero podría estar segura que esto era mucho mejor que todas esas drogas.

La besé varias veces y la abracé en el parque, hablamos de nosotras, de nuestros gustos. No había nadie más en nuestra conversación. Era Rosa y yo, sólo las dos, sin terceros que malogren nuestro momento.

Rosa era oficialmente mi enamorada desde ese día. Y yo no pude dormir esa noche de la felicidad de saber que ella era mi pareja.




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