Era sábado. Era el gran día.
Estaba en la florería. El dinero de mis propinas sólo me sirvió para comprar una rosa de color azul y una pequeña cajita con tres chocolates caseros que me los vendió una señora. Me sentí deprimida. No era los regalos que quería darle a la chica más hermosa que he visto. Un ramo de rosas y una caja de doce bombones era lo mínimo que podría categorizar como presentable.
Es difícil estar enamorada y no tener dinero para obsequiar a la chica de tus sueños.
Rosa dijo que llegaría cerca de las 3 de la tarde, sólo faltaba cinco minutos.
Caminé hasta el parque con las manos nerviosas y sudorosas, sentía que la rosa y la pequeña caja de chocolates se me resbalaban. ¿Qué le iba a decir? No había pensado cómo declararme, sólo pensé en los presentes.
«-¡Ay, Mirella!, qué tonta eres -pensé»
Palabras, ¡Qué palabras le diría! ¿Un poema? No, se me hace muy memorista y eso no sería lo ideal. Podría decir lo que piense y como me salga, aun teniendo en alternativa de cometer algún error tonto.
Llegué al parque y allí estaba Rosa con un vestido rosado, que se veía más niña de lo que era. Y yo estaba con las manos en la espalda, no quería que vea mi solitaria rosa y mis insípidos chocolates hasta que me haya declarado.
Ella me vio desde su asiento y yo estaba que moría de nervios, hasta que llegué hasta donde estaba ella. Me miró curiosa porque mis manos estaban en mi espalda en todo momento, ocultando mis objetos de declaración.
-Qué tienes allí, Mirella -dijo Rosa, mirándome curiosa y tratando de ver en mi espalda.
Yo hice un rápido movimiento de manos para colocar los obsequios delante de ella.
-¡Me gustas, me gustas mucho!¡Sé mi enamorada, por favor! - Le grité mientras le mostraba la caja de chocolates y la rosa.
Ella se quedó impresionada, me miró a los ojos por unos segundos, y después desvió la mirada de mí y mis presentes.
-No puedo, ya te dije que Magaly es mi amiga y ella tiene sentimientos por ti -contestó.
No, Magaly, no iba hacer de nuevo esa mancha molesta que opaca nuestra felicidad. Ella tenía a alguien a quién querer o por lo menos no estaba sola.
La miré con determinación a Rosa. Yo no iba a irme hasta que me acepte. Nuestros sentimientos eran mutuos, no teníamos porqué sacrificar nuestra felicidad por los demás.
-Ella está saliendo con Laura, la patrona. Las vi en el baño hace algunos días -dije.
Rosa estaba impresionada, dudosa. Le tomé de las manos. Le entregué la caja de chocolate y la rosa.
-No lo sé, Mirella. Es decir, ya me había hecho a la idea que serías sólo mi amiga.
Me mordí los labios.
Yo no quería ser sólo la amiga, sino su amante, su compañera de aventuras.
-¿Qué sientes por mí, Rosa?
Ella se sonrojó y desvió la mirada, murmuró muy bajo.
-Te quiero, mucho. No sé si sea amor o no, pero siento que te quiero de una forma diferente a la que quiero mis otras amigas.
Me armé de valor y la besé, en el parque, sin importarme que alguien nos viera. Sólo éramos yo y ella, nuestras declaraciones y nuestros sentimientos.
-Yo siento que te amo, Rosa. No sé si desde el primer día, pero fue imposible no sentirme así contigo.
Ella tomó los chocolates, la rosa y mi mano. Nos sentamos en el banco del parque. Estaba callada, comió dos chocolates y yo uno, en todo momento estaba nerviosa, esperando una respuesta.
-Sí -susurró cuando terminó su último bocado.
No podría describir la felicidad que sentí al verme aceptada. La besé de nuevo, esta vez sintiendo adrenalina y felicidad. Nunca he consumido bebidas alcohólicas, pero podría estar segura que esto era mucho mejor que todas esas drogas.
La besé varias veces y la abracé en el parque, hablamos de nosotras, de nuestros gustos. No había nadie más en nuestra conversación. Era Rosa y yo, sólo las dos, sin terceros que malogren nuestro momento.
Rosa era oficialmente mi enamorada desde ese día. Y yo no pude dormir esa noche de la felicidad de saber que ella era mi pareja.