El diario de Mirella

Día 38 (jueves)

Ya conocía la casa de Rosa, Magaly ya no era indispensable para poder ir hasta allá.

La nana de Rosa abrió la puerta, sonriendo al verme, devolví la sonrisa algo tímida.

—Pasa, pequeña —dijo.

Nunca me gustó que me digan pequeña.

La mujer estaba más descansada, ya no estaba esas ojeras del día anterior. Lo tomé como una buena señal, que Rosa ya estaba mucho mejor.

—La niña Rosa está despierta —dijo mientras me hacía una señal para seguirla por los pasillos—. Es sorprendente como los jóvenes se recuperan, es envidiable esa vitalidad.

—¿Está mejor?

—Sí, en la madrugada se fue la fiebre. Incluso pensó en ir hoy al colegio, pero no la dejé. Me sorprendí en la mañana cuando ya estaba levantándose para irse, ella nunca ha sido muy adepta al colegio, es más cuando se enferma así siempre muestra satisfacción por no asistir a clases, pero esta vez fue diferente, era como si tuviera prisa —dijo pensativa.

Me sonrojé al pensar que yo podría ser esa motivación.

— Llegamos —dijo la anciana—. ¡Qué olvidadiza! ¿Cómo se llama, pequeña? —dijo avergonzada—. Ayer vino, pero ni le pregunté el nombre y hoy tampoco. Disculpe a esta anciana, la edad ya hace que nos olvidemos de muchas cosas.

—No se preocupe —dije—. Me llamo Mirella.

—Bien, Niña Mirella —dijo—. La dejo con la niña Rosa, cualquier cosa no dude en llamarme.

La nana se fue por los pasillos, mientras yo quedé mirando la puerta del cuarto de Rosa. Nunca había estado allí antes, me sentía nerviosa e inquieta. Toqué y la suave voz de Rosa me dio el pase.

—Pasa, nana —susurro.

—No soy tu nana —dije, entrando al cuarto—. Soy Mirella.

—Mirella — susurró y sonrió—. Lo siento, no he podido llamarte.

—Está bien, no es tu culpa enfermar de pronto —dije.

Rosa se hizo a un costado, dándole espacio para echarme a su lado.

—Estaba por ir al colegio, pero mi nana no me dejó. Es más, pensó que de nuevo tenía fiebre por querer ir al colegio —Rosa rió.

—Lo escuché de ella —dije, sonriendo.

Rosa se apoyó en mi pecho, y yo la rodee por la cintura, pegando su cuerpo al mío.

El calor del cuerpo de rosa era mortificante y enloquecedor.

Miré el rostro de Rosa, ella estaba durmiendo.

Era momento de irme, al menos, estaba tranquila al saber que mañana regresaba a clases.




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