El dije

Capítulo 1

Zoey dejó que sus ojos vagaran por las aguas del río, mientras los dedos se aferraban a las rejas del puente.

Un grupo de patitos en fila nadaba contra el fuerte viento que traía la tormenta y en ese momento solo atinó a preguntarse por qué hacía semejante cosa. Negó con la cabeza, incrédula. Esas curiosidades de la naturaleza servían de forma perfecta para distraerla un poco de lo nerviosa que estaba en ese momento.

Levantó la mirada cuando una gruesa gota de agua le golpeó la mejilla y entrecerró los ojos, deseando huir de allí. Odiaba mojarse más de lo que odiaba nada más en ese mundo. Las tormentas no le gustaban ni un poco

Se volteó entonces, bajando la vista hacia Jessica, que se tocaba de forma casual su corto cabello negro. Suspiró, y vio que su amiga y sus demás compañeras hacían lo mismo. En verdad, ninguna quería empaparse, pero no podían entrar al colegio hasta que la profesora de Educación Física regresara.

Miró hacia el final del puente. La costanera del río estaba desierta porque, claro, los habitantes del pequeño pueblo de Villa Helena estaban bien refugiados en sus casas. Ellas eran las únicas que estaban allí, congelándose los brazos. Justo cuando comenzaba a impacientarse y a mirar la creciente caída de gotas con rencor, la profesora apareció, caminando apresurada.

Antes de llegar hasta ellas, la mujer las instó a que se acercaran a las rejas y las niñas obedecieron, muertas de frío. Sacando un manojo de llaves del bolsillo de su chaqueta de algodón, se metió entre las señoritas y abrió la gran puerta de barrotes negros y adornados.

Las alumnas bajaron las escalinatas y corrieron a través de la plaza circular hasta el abrigo del hall de entrada del colegio. En ese momento la lluvia se lanzó estrepitosamente sobre el lugar.

Zoey bufó, realmente molesta con el clima. No solo no le gustaban las tormentas sino que, a causa de ella, todos sus planes de la tarde libre de los miércoles estaban arruinados. Casi pudo ver a Jess rezongar de la misma forma por el rabillo del ojo. La idea, desde hacía días, era pasar la tarde echadas en el jardín tomando sol y comiendo dulces. Y eso era lo más divertido que se podía hacer allí.

Entraron finalmente al vestíbulo tibio del edificio, observando con desgano las señas de la profesora para continuar la clase de Educación Física en algún aula, de forma escrita.

Era el colmo, eso creía Zoey. A ella le gustaba el ejercicio y la tormenta entorpecía esas actividades porque el campo de deportes, del otro lado del río, a dos cuadras de la costanera, quedaba fuera de su alcance. Se arriesgaban a quedar varadas en el gimnasio en medio de un diluvio de principios de otoño.

Su escuela no contaba con un gimnasio techado, así que no había otra. Era hora de copiar en las carpetas los nombres de los músculos y los huesos, o escribir las reglas del voleibol. Por eso también ahora odiaba la lluvia.

Frotándose los brazos, se apresuró a alcanzar a Jessica para caminar junto a ella, por el pasillo de la planta baja, rumbo a las aulas.

—Esto es genial —masculló Jess. Zoey asintió mientras continuaba masajeándose los codos; tenía piel de gallina—. Es todo lo contrario de lo que me imaginaba de la tarde del miércoles —suspiró—. ¿Puedes creer que hizo un calor horrible y un sol terrible desde el lunes, y debido a las clases no hemos tenido tiempo de disfrutar del aire libre?

Ella hizo una mueca.

—Piensa que la lluvia supone un alivio para el calor —dijo, casi a la fuerza—, al menos quiero convencerme de eso.

—Pero todos nuestros planes se van directo a la basura.

Se sentó en el fondo del aula, decidida a no poner atención a lo que fuera que la profesora pretendiera hacer. Cuando Jess se sentó a su lado, apoyó la cabeza en la mesa y sonrió tontamente. Tan solo había visto por dos minutos el bello rostro de Zack Collins en aquel nefasto día y su recuerdo era suficiente como para olvidar la molesta realidad por largos minutos.

¡Qué daría por una mirada de sus ojos grises! Era capaz de regalar cada una de sus muñecas de colección, las cuales guardaba desde niña con cariño. En verdad sería capaz incluso de arrancarles la cabeza si él lo pedía.

Pero eso no ocurriría, por supuesto, porque Zackary Collins era el chico más popular de ese viejo colegio de construcción colonial. Estaba siempre rodeado de amigos y, para colmo, de chicas. Una de ellas, Mariska Sullivan se la pasaba coqueteándole y la mayoría sabía que Zack se dejaba coquetear.

Zoey no tenía esperanzas. Era menuda, de un cabello rubio oscuro que poco la hacía notar; tenía los ojos bastante grandes para su gusto y así decía todo el tiempo que era igual a una libélula. Por más que Jessica insistiera en lo contrario, ella seguía buscando trucos de maquillaje en internet para que sus ojos se vieran un poco más chicos.

Zack nunca iba a notarla teniendo junto a él a esa morena glamorosa y bella, que le meneaba las faldas delante de su nariz. Pero soñar no costaba nada y ella inventaba, cada noche antes de dormir, que él, su príncipe azul, la descubría de una forma romántica y boba para no dejarla ir nunca más.

—Zoey —inquirió Jessica, inclinándose sobre ella—, ¿qué estás haciendo?

Soltó la lapicera con la que había estado escribiendo el pupitre. En color azul, ahora rezaban las palabras: Zack & Zoey.

—Nada —murmuró.

Jess arqueó una ceja.

—¿Sabías que esta es el aula que usan los de tercero para la clase de Literatura? —Jessica observó cómo su mejor amiga se ponía cada vez más pálida.

—¡No! —gritó Zoey, apresurándose a tomar el corrector líquido blanco.

Zack estaba en tercero; cuando fuera a Literatura vería las palabras escritas en ese pupitre. Pasó el corrector por encima de las palabras y rezó para que a nadie se le ocurriera rasparlo para ver qué había debajo.

Jessica suspiró.

—Vaya cabeza hueca —la criticó sin malicia.



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En el texto hay: maldicion, paranormal, magia

Editado: 27.03.2020

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