el dios dragon

Capitulo 2

En la frontera del olvido, un grupo de avanzada del Imperio tomaba un punto de control. Lo integraban cinco Alas Rojas y dos nobles. Mientras tanto, los hombres bestia trabajaban arduamente, escarbando el Polvo de Hade que se encontraba en los asentamientos por todo el Continente Oscuro.

—¡Rápido, esclavo! —vociferaba con voz de mando un guerrero al hombre bestia.

—¡Sí, señor! —respondió este, con un miedo palpable a ser castigado.

La atmósfera del lugar era inusualmente tranquila. No se escuchaba nada en kilómetros a la redonda, y eso podría significar un día de mucha ganancia para la avanzada de Imperia.

De pronto, mientras los hombres bestia trabajaban en la tierra, un Ala Roja sintió una breve variación en sus alas. Al mismo tiempo, un tatuaje en el ala de su compañero brilló con una intensidad color esmeralda.

—¡A sus posiciones! —Las guadañas en sus espaldas fueron tomadas por sus manos. Sus alas se estiraron para cubrir una circunferencia de tres veces sus tamaños.

—Ya es demasiado tarde, Icarus —dijo, volteando a ver la cara de desesperación de su compañero.

El desconcierto en los nobles era evidente. En primer lugar, no entendían por qué los Ala Roja desenvainaban sus guadañas; en segundo, quién podría oponerse a la magnífica raza de los dragones.

—¡Malditos Alas Rojas! —El desprecio en el tono de voz de los nobles era más que palpable.

—Siempre decepcionando a los dioses con sus acciones —continuaron los nobles, riendo mientras se burlaban de los plebeyos—. No tienen nada que temer mientras estemos aquí.

Cuando esas últimas palabras salieron de su boca, su cabeza dejó de estar conectada a su cuello. El otro noble, lleno de pavor, cayó sentado en su lugar mientras veía caer un río dorado de lo que antes era la cabeza de su fiel amigo.

Una voz oscura y siniestra se escuchó desde las sombras: —Hakai vino a acabar con los dragones bebé que están lejos de casa —escupió los cadáveres de los nobles y, a su vez, lamió la sangre dorada de su katana.

De la oscuridad, se vieron diez pares de ojos verdes brillantes.

—Icarus, debes irte e informar al regente. —La mirada de su compañero tenía una misión: ganar la mayor cantidad de tiempo posible para que él lograra escapar.

El cuerpo del combatiente dragón creció al doble de su tamaño. Su sistema sanguíneo bombeó cuatro veces su límite y sus alas tomaron un aspecto salvaje; su fuerza se triplicó. Era una transformación suicida.

Hakai gritó, dando una orden: —¡Arashi, destruye a esa escoria mientras nosotros nos encargamos del conejo que escapó! —.

Arashi, un Osaru Lomo Plateado y soldado de élite de Airipem, también optó por usar su transformación parcial, adoptando un aspecto de oso. Su fuerza era mayor que la de un Ala Roja.

El Ala Roja flexionó sus rodillas para una explosión de velocidad. «Aunque ellos sean más fuertes, nosotros somos más rápidos», pensó para sí en los pocos segundos que le quedaban de vida.

Al disponerse a soltar la explosión de tensión en sus piernas para el ataque, una gran nube de polvo se erigió a su alrededor.

—Ven, aquí te espero —dijo Arashi, empuñando su katana con una voluntad asesina.

El Ala Roja liberó su cuerpo y saltó a toda velocidad, pero no hacia su oponente de delante, sino hacia los adversarios que seguían a Icarus. Estaba superado en número, «diez a uno», y sus pensamientos volaban a una velocidad vertiginosa. «Calculo que puedo aguantar a lo mucho un minuto», pensó. Su estrategia no consistiría en atacar, sino solo en defenderse.

Sin embargo, en su estrategia no contaba con la desinformación de quién era la verdadera fuerza de ataque que tenía delante.

Arashi llegó un segundo después. —Lo siento, no fue mi intención —murmuró. Mientras el Lomo Plateado se disculpaba, se escuchó una bofetada.

Hakai tomó cartas en el asunto: —¡Inútiles! —Su voz estaba exasperada y llena de odio—. Seguramente debes estar pensando que ganarás tiempo para que tu noviecito se escape. —La dirección de su cuerpo estaba fija, lista para avanzar.

Cada paso que el Osaru daba era como si una montaña cayera sobre los hombros del Ala Roja. —¡Arrodíllate, asqueroso dragón! —Sin poder hacer nada más, el soldado se arrodilló, tratando con todas sus fuerzas de no ceder. El gran dragón de casi cuatro metros estaba siendo doblegado como un simple perro. Un solo movimiento de la katana de Hakai fue suficiente para ponerle fin a la vida del soldado de Imperia.

—Ahora sigues tú —su voz reflejaba locura y sed de sangre.

En cuestión de segundos, alcanzó a Icarus. Dos movimientos de sus manos hicieron que este dejara de volar a toda velocidad. Mientras Icarus caía al suelo, pudo sentir la inmensa presión que Hakai ejercía sobre él. La capacidad de respirar le había sido removida. Icarus buscaba oxígeno, pero era como si una ley invisible le prohibiera encontrarlo.

Justo cuando la katana de Hakai estaba a punto de terminar el trabajo, este sintió la voluntad de un dragón que se acercaba.

—La suerte está de tu lado, bebé dragón —dijo. Sin más, envainó su katana y activó su runa de camuflaje.



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En el texto hay: batallas, magia, dragones

Editado: 05.08.2025

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