El Distrito X

PRÓLOGO

                             ¿¡Qué es lo que pasa!?

     Cuando miró en derredor todos sus compañeros habían sido asesinados; ‹‹ ¿cómo era posible? ›› pensó impertérrito. No le importaba en absoluto verlos en el suelo ahogados en un mar de sangre pútrida, parecía como si el tiempo fuera intransigente, el color rojo pletórico y oneroso de la sangre daba a aquella escena la más tétrica de una película de horror. Empero, él seguía como si nada, inmutable e incluso contemplando aquel desagradable hecho.

     -No hay forma -dijo el hombre en tono irascible-. Una persona no puede sobrevivir a seis disparos en el tórax, pero tu...tú has quedado vivo ¡cómo es esto posible!

     Parecía que aquel hombre se mostraba impaciente al ver a uno de los heridos; este último era un hombre alto, mediría aproximadamente un metro con noventa, tenía los ojos apagados, de color negro como el carbón, de cara alargada y nariz aguileña, sus cabellos estaban embutidos en un gorro viejo de lana color violáceo. Estaba agonizando como un pollo ahorcado, respiraba de una manera irritante y profundamente febril, sin duda este desdichado individuo perecería en un periquete. Lo extraño en este sujeto era su peculiar resistencia vital, no era de extrañarse que aquel hombre iracundo profiriera semejantes sentencias e inquiriera confuso el cuerpo del moribundo.

     Cuando el hombre dio su último aliento y cesó por fin su trémula, aún enojado y confundido T-13 —que así se llamaba— propinó una tremenda patada al recién difunto que pareció haber articulado un grito, al oírlo chasqueó los dientes, fastidiado

     La noche aún no había llegado, serían las dos de la tarde, pero el sol parecía haberse ocultado, la tormenta era segura. Con gran desidia y obstinación, T-13 agolpó los cadáveres cerca de una roca angular en forma de herradura. Cansado de su tarea decidió reposar un momento antes de la borrasca; se limpió sus zapatos y con un pañuelo se adecentó lo mejor que pudo. Tomó una pistola que había tirada en el suelo, comprobó el cargador del arma y le arrebató otros más a uno de los cadáveres, escabullándose de ahí lo más rápido posible.

     Al siguiente día el acontecimiento corría a oídos de cada habitante de aquella cuidad, en la escena del crimen concurrían algunos espectadores de todo tipo, aterrados ante el espeluznante hecho, susurraban con precaución:

     -Esto es terrible, seguro fueron los monstruos -dijo una voz.

     - ¿Pero ellos no eran de la Brigada? - preguntó otra voz que parecía la de una mujer.

     - ¡Apártense del camino! –gritó un hombre de traje formal mientras tomaba su bastón para apartar la cinta de seguridad y abrirse paso. Luego se giró hacia los presentes.

 ›› De parte de la fuerza pública de esta honorable cuidad les ofrecemos nuestras sinceras disculpas, lamentamos que tuvieran que presenciar este suceso a plena hora del día, pero por favor regresen a sus viviendas, después de que hayamos limpiado el lugar, informaremos por los medios los detalles. Gracias. -Parecía que aquel hombre estuviera azuzado por impedir que la multitud se quedara más tiempo.

     -Siempre es lo mismo -exclamó alguien desde la aglomeración-. Los humanos no pueden competir en fuerza con "Ellos". -Su voz se estremeció y aun sobresaltado prosiguió:

     -Todos aquí sabemos que desde la creación de la Brigada esos especímenes solo han causado más problemas. En todo este tiempo solo hemos perdido nosotros mientras que "Ellos" se multiplican y crecen en número.

     La multitud unísona protestaba con un ¡Si! que parecía retumbar en el silencio de la atmósfera. Levantando los brazos y sacudiéndolos, sugerían una gran euforia que estremeció a los guardias que protegían la cinta. Evidentemente las palabras de aquel inoportuno originaron una algazara feroz como un lobo. Mostraban sus dientes y gritaban autoritarios todo tipo de sandeces. Mientras la algarabía se pronunciaba estoica, Carl Silver, el hombre de traje formal, miraba con desesperación a sus colegas, dando a entender su deseo de retirar aquel tumulto, hizo señas a uno de los guardas y este inmediatamente corrió fuera y llamó a unos que estaban parados haciendo guardia, entonces empezó la verdadera odisea. La hueste intentaba apaciguar a los vándalos (que así parecían) con sus bolillos, cada uno mostraba en sus rostros la manifestación de la duda y el furor de sus corazones. Mientras el bullicio trataba en vano de abrirse paso a través de sus opositores para Carl Silver esta era una escena de lo más cómica, y sin vacilar, empezó a reír a carcajadas resonantes que espantaron a los pájaros que pululaban sobre un árbol.

     Entretanto, los presentes yacían inmóviles por lo que presenciaban, Carl, que aún dejaba ver parte de su dentadura, levantó sus brazos como Cristo y adoptó una posición semejante a la de un predicador.

     - Escúchenme -gritó con tenor y de inmediato sus guardaespaldas adoptaron una posición erguida-. Ustedes, gente bella y respetada del Distrito X, les pido con toda sinceridad desde lo profundo de mis pensamientos el favor de acatar las órdenes que...

     - Así que piensa que somos sus subordinados para darnos órdenes- manifestó un hombre sobresaltado.

     - ¡Guarden silenció! -chilló Carl despojándose de toda formalidad-. Solo... es una petición. -Parecía que a Silver le costaba pronunciar su último término; los veía a todos con desavenencia y con un gesto lóbrego en su cara estrujó una manzana que extrajo de una bolsa.




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