Inicia mi historia un jueves 13 de junio, con algo intrascendente para alguien inhabituado a lo no real, con un sueño…
Soñé un lugar imposible de describir con palabras, una ciudad hecha de lo que sólo puedo tratar de describir como luz sólida, brillante y limpia, fría, como metal pulido, pero no hecho de materia, sino de energía.
Un ser, casi de tres metros de estatura, un hombre de raza Negra con rasgos elegantemente marcados de tipo oriental, parecía una bella mezcla de una persona de color, posiblemente un esbelto guerrero africano, y una delicada persona japonesa. Sus ojos, parecían contener el brillo de cien soles furiosos y rojizos. Como auténticas hogueras celestes. Sus ropas eran como las de cualquier otra persona, una camisa verde de manga larga, pantalón de mezclilla azul deslavado y roto a la altura de la rodilla derecha, mostrando en este y otro orificio más pequeño en la pierna izquierda, su piel oscura. Zapatos tenis blancos, sucios y húmedos, como si hubiera corrido a través de un campo verde donde hubiera llovido, aún había hebras de pasto verde en ellos.
Nada lo haría lucir diferente o distinto a cualquier otra persona, excepto dos cosas, sus ojos casi llameantes, y su sonrisa… similar a la de un recién nacido al estar en brazos de su madre… sincera, alegre, tranquila y segura. Sólo un leve asomo de humana ferocidad parecía transparentarse en la piel, sus manos, enormes aún para alguien de su estatura y talla, parecían estar listas para todo, desde una palmada cariñosa en la cabeza de un niño, hasta un golpe letal… No había duda en mis instintos, estaba frente a un guerrero. No un matón de bar, no un sicario mal entrenado en campos de batalla improvisados entre narcotraficantes, no un soldado entrenado por alguna fuerza de élite… un guerrero de verdad, elemental, primigenio… natural.
Me miró, intenté sostener la mirada ante sus ojos, solo eso, intentarlo… Pero no pude. Dos veces más, hasta la tercera vez consigo mi objetivo… Mirarlo a los ojos, intentando mostrar seguridad y desafío en mi mirada, con toda la “fiereza” que pude… Pero sólo obtuve una simple sonrisa, comprensiva, que me tranquilizó. “Serás un Juez, no necesito proponértelo”. La voz me recordaba algo, un viejo amigo, un pariente lejano o la voz de un teniente… tal vez la mezcla de todo eso. Luego vi como si todo se alejara… O, mejor dicho, como si yo, calmadamente, cayera desde una gran, inmensa altura…
Desperté en mi cama, tranquilo y consciente, a mi lado mi esposa aún dormía plácidamente, con un poco de envidia y alegría la miré, con ternura y amor… así que hice lo único que podía hacer en un caso como este. ¡La desperté estrepitosamente! (¿De qué privilegios goza para dormir así mientras yo estoy más que despierto?, Justicia divina -jejeje-).
Un mes después volví a tener un sueño raro… Abrí los ojos y me encontré en un verdadero paraíso tomando en cuenta mi avanzada edad… ¡UN INMENSO BAR CON TABLEDANCE! Había gente bailando, cantando, riendo, bebiendo, fumando, chicas que podrían ser mis nietas bailando con poca ropa (y más importante, ¡NO SON MIS NIETAS!), ¡ESTO ES EL CIELO! Grité con emoción, la música, aunque desconocida, era alegre y cada quien bailaba a su ritmo.
Una bellísima mujer, idéntica a mi esposa en nuestra ya lejana juventud, se acercó y me invitó a salir, la acompañé ; afuera una elegante limusina aguardaba por nosotros, en el camino pude ver donde estaba en realidad, mientras viajábamos a una velocidad impresionante pude ver... Hasta donde la vista alcanzaba... Yo pude ver inmensos desiertos quemantes, planicies llenas de espinas, glaciares con gigantes encadenados, selvas llameantes y mares oscuros con el acre aroma a sangre y fluidos orgánicos en descomposición. Una nueva definición de la palabra “putrefacción” se agrega a mi diccionario personal.
Finalmente llegamos a un edificio enorme y con un lujo increíble, jardines inmensos bellamente decorados y muy cuidados lo rodean, fuentes con agua cristalina y estanques con peces Koi de brillantes colores. Acabados en mármol y acero, maderas preciosas, cristal y espejos, estatuas y fuentes dentro de amplias salas con música de fondo tranquilizante y un ambiente empresarial, frío e impersonal, profesional y envidiable.
Fui recibido en una oficina elegante y, en la cabecera de una mesa de juntas con acabados en mármol y cristal, ví a un hombre pulcramente vestido con un traje de tres piezas en seda italiana hecho a mano de varios miles de dólares, conozco la marca. Sus ojos era como los de cualquiera, excepto por su expresión, denotaba inteligencia y astucia, su voz sonaba familiar, y un tanto cavernosa… “Así que tu eres uno de los Jueces, ¡Bien! Limítate a ser imparcial y justo”. No parecía haber intención de entrevistarme o permitirme hacer preguntas, posiblemente no le estaba permitido, aun así mientras salía le pregunté; “¿Y el bar?”, “No existe, es sólo tu versión personal de este lugar, cada uno crea su realidad, tú lo creaste, si regresas será tuyo”. “¿Este lugar?” pregunté intrigado, aun dudando de lo que la lógica indicaba, y justo mientras salía, con elegancia y voz firme alcance a escuchar “Este sitio NUNCA ha sido un lugar de torturas, es sólo… mala publicidad de la competencia. Esto es más un complejo militar y político. Pero el cómo deseas que sea, cuenta mucho”.