La fiesta se desenvolvía con una cadencia elegante y armoniosa, como una sinfonía de conversaciones y risas ahogadas por el suave murmullo de la música. En la mansión Langford, el lujo no era un capricho, sino una tradición. Hombres con trajes a la medida y relojes que valían más que un automóvil levantaban copas de cristal fino, brindando por negocios cerrados y victorias futuras. La élite del boxeo estaba presente: promotores, inversionistas, jóvenes promesas y veteranos que aún sostenían su gloria con la punta de los dedos.
Salvatore Langford, el titán detrás de muchas carreras legendarias, observaba la multitud con la calma de un ajedrecista que planifica sus próximos movimientos. Su mirada se posaba de vez en cuando en ciertos jóvenes talentos, midiendo su potencial con la misma precisión con la que un joyero examina un diamante en bruto.
Entre los asistentes estaba Jake Langford, su propio sobrino. A pesar de llevar el apellido correcto y contar con uno de los promotores más influyentes a su lado, su carrera en el boxeo aún no había despegado. No por falta de talento, según él, sino por falta de oportunidades. Se debatió unos segundos consigo mismo, hasta que finalmente se levantó de su asiento y se acercó a su tío. Se inclinó y le susurró algo al oído.
Desde su mesa, Marcus Thompson, el actual campeón, observó la escena con curiosidad. Había aprendido que en el mundo del boxeo, las conversaciones en voz baja solían significar grandes cambios en el tablero.
Salvatore sonrió ante las palabras de su sobrino y, con la tranquilidad de quien ya tiene un plan en mente, se levantó de su asiento. Sin apurarse, ambos caminaron hacia el interior de la mansión. Lo que tenían que discutir no era para oídos indiscretos.
Marcus se recostó en su silla, disfrutando de su trago mientras su mirada recorría la escena. Sabía que no era invencible. Su éxito no se debía solo a su talento o esfuerzo, sino a haber estado en el lugar correcto, con el hombre adecuado manejando los hilos. Salvatore Langford lo había tomado bajo su ala, y eso marcó la diferencia entre ser un buen boxeador y convertirse en un campeón.
En la mesa, junto a él, Giuliana, su esposa, le sonrió con ternura.
—Tu hermano es todo un caso —comentó con dulzura.
Marcus soltó una risa ligera.
—Tienes razón.
Johnny Thompson, su hermano mayor, había pasado por la mesa minutos antes. Su presencia siempre era un torbellino de energía. Después de haber servido en el ejército, la vida no había sido fácil para él. Sus altibajos lo llevaban de la cima al abismo en cuestión de meses. El alcohol y el juego lo tenían atrapado en un ciclo vicioso, y quizás por eso su matrimonio había terminado.
Giuliana, con la curiosidad reflejada en sus ojos, observó la multitud.
—¿Conoces a mucha gente aquí?
Marcus paseó la mirada por la fiesta hasta que se detuvo en un hombre de cabello castaño con un tatuaje en el cuello.
—Por ejemplo, aquel de allí —señaló.
Giuliana giró la cabeza y lo encontró disfrutando de un cigarro.
—Era boxeador. Lo llamaban "El Torbellino". Salvatore lo descubrió cuando era un don nadie y lo convirtió en una estrella. Hoy sigue aquí, agradecido.
El nombre de Salvatore Langford volvía a aparecer. Todos los caminos en esa fiesta llevaban a él.
Dentro de la mansión, en una sala apartada, Salvatore se dejó caer en su sillón de cuero con la serenidad de un emperador en su trono. Uno de sus hombres le encendió un cigarro.
—Ahora sí, dime lo que quieras, hijo —dijo con una voz calmada pero firme.
Jake avanzó con cautela, como si cruzara un umbral invisible, y se sentó frente a él.
—No sé qué hacer, padrino. Ya intenté todo. Gané mis peleas, demostré mi nivel. En mi última pelea en Las Vegas noqueé a mi oponente. Y aún así, nadie me da una oportunidad.
Salvatore exhaló el humo lentamente, sus ojos nunca apartándose de su sobrino.
—¿Nivel? —repitió con escepticismo.
—Sí, padrino. He hecho todo lo que se supone que debía hacer. Pero si no tienes a alguien que te respalde en este negocio, es imposible avanzar.
Salvatore lo estudió en silencio, midiendo cada palabra. Finalmente, se levantó y caminó lentamente hacia él.
—¿No sabes qué hacer? —repitió con una ligera sonrisa—. Eso es porque no tienes un buen representante y aún no entiendes cómo funciona este mundo. Todo se trata de negocios, Jake.
El joven lo escuchaba con atención, absorbiendo cada palabra.
—Uno de mis deberes es encontrar jóvenes talentos y convertirlos en estrellas. Si tienes el talento, yo me encargaré del resto.
Jake se inclinó con respeto.
—Solo necesito una oportunidad. Hemos intentado conseguir una pelea contra "La Bestia" González, pero su representante se niega. Dice que no tengo el nivel.
Salvatore suspiró, con la mirada de un hombre que ya había vivido esa historia muchas veces antes.
—¿Quieres mi ayuda? —preguntó con una sonrisa ladeada—. Considéralo hecho.
Se giró y caminó hacia la puerta. Jake salió de la habitación con una sonrisa confiada.
—Yo me encargo de esto —murmuró Salvatore antes de cerrar la puerta tras él.
Sin perder el tiempo, llamó a su hombre de confianza.
Vincent apareció de inmediato. Alto, imponente, con un porte de soldado que nunca lo abandonaba.
—Escucha, quiero que investigues al representante de "La Bestia" González. Y dale una visita especial.
Vincent asintió, pero quería más detalles.
—¿Qué tiene en mente, señor?
Salvatore se sirvió un poco de vino, giró la copa con suavidad y la llevó a sus labios antes de responder.
—El ascenso de Jake depende de esto. Si pelea con González y gana, su nombre estará en todas partes. Y nosotros llenaremos nuestros bolsillos.
Vincent comprendió de inmediato.
—Podemos hacer que la pelea se concrete. Si González pierde contra un desconocido, será un escándalo.
Editado: 12.03.2025