El eco de un amor qué se niega a morir

Un hogar en sus brazos

Los días pasaban y cada vez que llegaba a su apartamento, sentía que no solo era un lugar, sino un refugio. La universidad había sido agotadora; las largas horas de clases y las interminables lecturas pesaban sobre mis hombros. Sin embargo, al abrir la puerta de su hogar, una paz profunda me envolvía. No era solo el calor de sus abrazos, sino la conexión que habíamos creado.

Recuerdo aquellos momentos después de un día largo. Entraba y él me recibía con una sonrisa, como si supiera exactamente lo que necesitaba. “¿Qué te apetece hoy?” me preguntaba mientras yo me arrecostaba en su cama. Nunca fue por el deseo sexual; era mucho más que eso. Era el deseo de estar juntos, de compartir nuestras vidas en esos pequeños momentos cotidianos.

A menudo, me encontraba caída en la cama, con los ojos pesados por el cansancio. Él se sentaba a mi lado y comenzaba a hablarme suavemente sobre su día, sus palabras fluyendo como un bálsamo para mi cansancio. A veces solo quería escuchar su voz, sin pensar en nada más.

Mientras yo me sumergía en un sueño profundo, él se quedaba despierto. Recuerdo cómo lo veía inclinado sobre la mesa, sus cejas fruncidas de concentración mientras resolvía mis tareas de matemáticas y anatomía. “Amor, ya hice tu tarea”, me decía al finalizar, con una mezcla de orgullo y cansancio en su voz. Era un gesto tan simple pero lleno de amor.

Después de que él terminaba, siempre se acercaba a la cama donde yo dormía plácidamente. A menudo ocupaba todo el espacio mientras él se acomodaba en el rincón, asegurándose de no molestarme. A veces despertaba para encontrarlo ahí, observándome con una sonrisa tierna que iluminaba la habitación.

En esos instantes fugaces entre el sueño y la vigilia, podía sentir su presencia a mi lado. Me encantaba cómo podía ocupar todo el espacio sin necesidad de decir una palabra; su compañía era suficiente para hacerme sentir segura y amada.

Sin embargo, también había momentos en los que la realidad golpeaba fuerte. Había días en los que las tareas acumuladas parecían abrumadoras y yo sentía la presión del mundo exterior. Él notaba mi ansiedad y se acercaba para abrazarme con fuerza, como si quisiera protegerme del estrés que me rodeaba.

“Todo estará bien”, solía susurrar al oído mientras acariciaba mi cabello. Su voz era un ancla en medio del caos académico para ambos ; con él a mi lado, sentía que podía enfrentar cualquier cosa.

A medida que pasaban los días y compartíamos esas pequeñas rutinas cotidianas, cada vez más comenzamos a construir nuestro propio hogar dentro de ese apartamento pequeño pero acogedor. Las risas llenaban las paredes y los sueños compartidos empezaban a tomar forma.

Así era nuestra vida: llena de amor silencioso y gestos significativos que construían un vínculo único entre nosotros.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.