El eco de un amor qué se niega a morir

El calor de un hogar

Cada día con él era una nueva aventura. Recuerdo vívidamente aquella noche fría en la que decidimos hacer bananos con chocolate. La idea surgió de manera espontánea, como siempre sucedía entre nosotros. Con risas y entusiasmo, nos dirigimos al supermercado, llenando el carrito con todo lo que se nos ocurrió: chocolates, tres leche, cacao con leche pero, en medio de nuestra emoción, olvidamos comprar los bananos.

Mientras caminábamos de regreso al apartamento, la brisa fresca acariciaba nuestros rostros. Hablamos locuras , de lo que esperábamos de la vida y de nuestro dia .ciudad brillaba con luces, y el camino parecía un recorrido mágico, hasta que, al poco tiempo, nos dimos cuenta de nuestro olvido.

“¡Los bananos!”, exclamo, y ambos soltamos una risa. Sin pensarlo dos veces, decidimos regresar al supermercado. No importaba que el clima se volviera más frío; la idea de compartir esos momentos juntos me llenaba de una calidez indescriptible.

Finalmente, tras una segunda visita al supermercado, regresamos a casa con los bananos en mano. El lugar se convirtió en nuestro pequeño laboratorio, y, aunque nuestro intento de hacer bananos con chocolate resultó en un completo desastre, la alegría de estar juntos fue lo que realmente importaba. La mezcla se volvió un caos, y al final, cuando por fin los sacamos del plato, se veían horribles. Pero las risas no faltaron, llenando el ambiente de una alegría contagiosa.

Mientras limpiábamos el desorden, él se sentó en la cama con su guitarra, su mirada se iluminó y comenzó a tocar. Las suaves notas comenzaron a fluir, llenando el espacio con su voz armoniosa. Las canciones de amor que tocaba parecían narrar nuestra historia, cada letra resonando con los sentimientos que compartíamos.

Esa música era un refugio que nos unía aún más, creando un lazo invisible entre nosotros. La calidez de su compañía y la melodía de su guitarra me hacían sentir en casa. Aquella era nuestra vida, llena de momentos espontáneos, de risas, de dulces fracasos y de canciones que hablaban de un amor auténtico.

Mientras me acomodaba a su lado dejé que la música me envolviera. En aquel pequeño apartamento, comprendí que esos momentos, por simples que fueran, eran los que realmente contaban. La noche avanzaba, y aunque los bananos con chocolate fueron un fracaso, la experiencia se transformó en un recuerdo hermoso, uno más en el largo camino que habíamos comenzado a recorrer juntos.

Con cada día que pasaba, nuestra conexión se fortalecía. Me di cuenta de que lo que compartíamos era más que amor; era una vida construida sobre la confianza, la complicidad y el deseo de vivir intensamente cada instante. En aquel pequeño apartamento, estábamos creando nuestra propia historia, una que abarcaba cada sonrisa, cada error y cada nota de guitarra que nos recordaba lo que significaba amarnos.




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