El eco de un amor qué se niega a morir

¡¡En qué momento nos perdimos!!

Pasaron los meses, y tú nunca volvías. Cruzábamos miradas en la calle, como si el destino se burlara de mí, recordándome constantemente que seguías ahí, pero también, que no me pertenecías más. Cada vez que nuestros ojos se encontraban, el silencio entre nosotros era ensordecedor. Una parte de mí quería correr hacia ti, hablarte, pero había una barrera invisible que me detenía, un miedo profundo de que al intentarlo, me rompiera de nuevo.Finalmente, no pude más. Un día, con las manos temblorosas y la voz rota, te hablé para intentarlo de nuevo. Te pedí, casi suplicando, que nos diéramos otra oportunidad. Pero tu respuesta fue fría, casi indiferente: “No estoy listo para una relación seria”. Esas palabras se clavaron en mi corazón como puñales. Todo lo que habíamos sido, todo lo que habíamos vivido, parecía haberse desvanecido en esas pocas palabras.

El dolor era insoportable. Me alejé sin saber qué más decir. No había argumentos ni promesas que pudieran cambiar lo que ya estaba roto.Los días que siguieron fueron un caos. Me encontré atrapada en un ciclo de llanto interminable y una falta de hambre que me dejó debilitada, tanto física como emocionalmente. No comía. No dormía. Las horas pasaban en una mezcla de lágrimas, silencio, y una desesperanza que consumía cada parte de mi ser. Mi cuerpo finalmente no aguantó más, y colapsé. Todo a mi alrededor se sentía irreal, como si mi vida estuviera atrapada en una pesadilla interminable.Intentaba retomar el control, pero nada funcionaba. Todo estaba mal. Todo estaba básico. Cada día era una repetición del anterior, una rutina vacía donde lo único que cambiaba era la profundidad del dolor. Y entonces, de repente, tú volvías. Sin previo aviso, aparecías en mi vida con un simple “hola”, como si eso fuera suficiente para calmar la tormenta que habías dejado atrás. Pero luego, te desvanecías otra vez.

Era un juego cruel. Cada vez que volvías, te preguntabas sobre mis ligues, como si ese fuera el único interés que tenías en mí. Era como si todo lo que habíamos sido se hubiera reducido a esa absurda conversación.Al principio, me resistía. Quería que las cosas fueran diferentes. Pero con el tiempo, me adapté. Acepté ese ciclo tóxico de idas y venidas, porque al menos, era algo. A pesar de lo doloroso que era, prefería sentir algo que enfrentar el vacío absoluto que tu ausencia dejaba. Cada vez que te ibas, me quedaba esperando tu regreso, aunque sabía que solo traería más preguntas y más incertidumbre.Pasaron los días, y mi vida se convirtió en un caos constante. De la universidad a la casa, mi mente estaba atrapada en un bucle de tristeza y desesperación. El hambre se había convertido en una sensación distante, algo que mi cuerpo ya no reconocía. Lo único que era constante eran las lágrimas. Lloraba por las noches, lloraba en silencio, lloraba cuando nadie me veía. Era como si todo el dolor que estaba intentando reprimir saliera en forma de lágrimas que nunca se agotaban.

Me sumergí en una depresión profunda. La oscuridad era impenetrable, y por más que intentaba encontrar una salida, me encontraba perdida en un laberinto de pensamientos oscuros. Mi madre, la misma mujer que había regresado a mi vida después de tantos años de abandono, decidió darme la espalda una vez más. Esta vez, no solo desapareció, sino que dejó tras de sí un rastro de veneno. Hablaba mal de mí, contaba mentiras sobre mí, y pronto me encontré completamente sola.Mis tías, aquellas que siempre habían estado en mi contra, se unieron al coro de críticas. Parecía que no podía confiar en nadie.

Cada persona que alguna vez había creído que me apoyaba, ahora se había vuelto en mi contra. El colapso fue inevitable. Me hundí en un abismo del que no veía salida, al borde de la muerte ,cada vez que me miraba al espejo, no reconocía a la persona que veía. Mi rostro era una sombra de lo que había sido, y mis ojos, antes llenos de vida, estaban vacíos, apagados. Me preguntaba cómo había llegado hasta aquí, cómo había permitido que el amor que sentía por ti me destruyera de esta manera. Intentaba recordar los momentos felices, los días en que todo parecía perfecto, pero esos recuerdos estaban manchados por la realidad de lo que éramos ahora: dos desconocidos atrapados en un ciclo de dolor y resentimiento.

El colapso no fue algo que sucedió de un día para otro. Fue un proceso lento, casi imperceptible, que se fue apoderando de mí, hasta que un día ya no pude más. Mi cuerpo dejó de responder. La falta de comida, el constante llanto, y la soledad que me rodeaba me llevaron al borde de la muerte. Me despertaba cada mañana con la esperanza de que ese sería el día en que todo cambiaría, en que tú regresarías a mí, pero ese día nunca llegaba.Las pocas veces que cruzábamos miradas en la calle, sentía una punzada en el corazón. ¿Cómo habíamos llegado hasta aquí? ¿Cómo era posible que alguien que una vez fue mi todo, ahora no pudiera ni sostenerme la mirada? Intentaba buscar respuestas, pero lo único que encontraba era más preguntas. Sabía que tenía que seguir adelante, pero cada paso que daba me parecía más difícil que el anterior.

Mientras tanto, mi relación con mi madre se deterioraba aún más. Había vuelto a mi vida después de 17 años, y durante un breve periodo de tiempo, pensé que podríamos reconstruir lo que habíamos perdido. Pero esa ilusión no duró mucho. Pronto, ella se mostró como realmente era: una mujer incapaz de amarme, incapaz de aceptar mi relación contigo. Me sentí traicionada, una vez más.El abandono de mi madre fue un golpe del que no pude recuperarme fácilmente. Me encontraba sola, sin el apoyo de nadie. Mis tías, quienes siempre habían sido críticas conmigo, se sumaron a las mentiras y rumores que mi madre esparció sobre mí. La situación se volvió insostenible. Cada palabra que ellas decían era como un cuchillo clavándose en mi corazón.

No podía creer que mi propia familia, las personas que se suponía debían amarme y apoyarme, se hubieran vuelto en mi contra de esa manera.Las noches eran lo peor. La soledad se sentía más profunda en la oscuridad, y el silencio de la casa amplificaba mis pensamientos más oscuros. Me acostaba en la cama, deseando poder apagar mi mente, pero los recuerdos no me dejaban en paz. Las imágenes de los momentos felices que habíamos compartido juntos se mezclaban con el dolor de tu ausencia, creando una tormenta emocional que me desgarraba por dentro.Me encontraba atrapada en un ciclo de autodestrucción. Intentaba distraerme con la universidad, con las tareas cotidianas, pero nada funcionaba.




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