El Edén de los amores prohibidos

Capítulo 2

La noche fue tranquila. Sintió su cuerpo adolorido y la cabeza perdida, mientras abrió los ojos, motivado por la luz que entraba fácilmente por ventanas con cortinas blancas. Observó los cuadros colgados y más cuadros sin terminar esparcidos por la habitación, barras de pintura en una esquina y pinceles sueltos en el piso. Era la habitación de un artista. Aun adormitado, pudo concluir: Estaba en su apartamento. Pocas veces pasaba la noche en ese lugar. Especialmente cuando salía muy tarde del trabajo como para llegar a casa.

Tiró de la sabana y salió de la cama cómodamente para dirigirse al baño, los rayos de sol se reflejaron en su piel desnuda, su espalda ancha, brazos fuertes, abdomen marcado y sus piernas definidas. Su apariencia era la de un hombre atractivo. Ejercitaba su cuerpo sin falta. Un cuerpo prominente era la prueba clara de masculinidad. Como todo alfa, Gabriel prefería verse como uno.

Al abrir la ducha y recibir las gotas de agua fría, rodeando cada parte de su piel, pudo percibir como todo el malestar comenzaba a desaparecer, e iba despertando. ¿Qué diablos había hecho anoche? Pequeños fragmentos llegaron a su mente como una luz parpadeante. Se paró frente al espejo, logró ver su rostro: totalmente agotado y con ojeras que sobrepasaban sus límites.

Se veía fatal.

Gabriel ubicó su teléfono en la cocina, las gotas de agua se dispersaron por el piso durante todo su traslado. Abrió los ojos por segunda vez, como si hubiera despertado de una ensoñación, tenía mensajes y llamadas perdidas que no había logrado escuchar.

“Está bien si no me acompañas hoy, descansa”

Lo había olvidado por completo. Tenía una reunión importante esa misma tarde, y ahora solo perdía el tiempo. Sin embargo, ¿por qué razón Vasil le diría algo como eso? ¿Qué es lo que lo había motivado a escribir un mensaje como ese?

Gabriel retrocedió de la impresión. Solo ahí pudo ser consciente de su alrededor y la fecha que marcaba su celular. No era lunes, era miércoles por la tarde.

La cocina separaba la sala por un mueble para desayunar. Era un apartamento cómodo pero pequeño, perfecto para una sola persona. No esperaba vivir solo todo el tiempo, pero tampoco que de un día para otro apareciera alguien violando su intimidad.

Un hombre de cabello plateado se encontraba recostado cómodamente en su sillón, observándolo fijamente.

—Ah, despertaste — No saludó, ni se presentó, ni mucho menos mostró aire de preocupación— ¿Puedes ponerte algo de ropa? No es como si odiara lo que tengo frente a mí —Se acomodó en el sillón, apoyando su cabeza en sus brazos y prosiguió con una mirada resuelta:— Pero ni siquiera sé cuál es tu nombre, ¿eso en que me convierte?—solo ahí pudo fingir una cara triste.

...

Los archivos se acumularon rápidamente. Gabriel tenía que leer cada párrafo y verificar si todo estaba en orden. El director, era muy estricto. No había lugar para errar. El despacho de su amigo, era el indicado. ¿Cuántas noches habían madrugado juntos, revisando documentos e ideando estrategias en reuniones u opiniones compartidas?

Sin embargo, hoy todo era diferente. Para comenzar, al cruzar la puerta a una hora desmedida, luego de no justificar su falta de ningún modo, ni siquiera pensó en sentarse frente a Vasil, como acostumbraba, sino que tomó el asiento más alejado a su disposición.

Eso no le impidió sentir una mirada penetrando todo su ser. Ojos feroces, dorados como el brillo del sol, una expresión totalmente diferente de las muchas que habían visto en Vasil, durante años, apuntaban su bello rostro, y carcomían desde el fondo de su alma. Claro que soñaba con ser observado por ese hombre, pero no de esa manera. Era como una presa.

Si Gabriel estaba siendo observado, Vasil no lo fue en ningún segundo. Gabriel se había esforzado en mantener distancia, al menos hasta recordar que es lo que había sucedido a noche.

Tosió un par de veces, mostrando su incomodidad de la forma más evidente que se le pudo ocurrir. El día era un caos, tanto en casa como en el trabajo.

Vasil no ocultó su rostro, ni fingió, tampoco respondió. Dejó que el silencio acumulase más tensión. El aire entraba por las ventanas, e incluso así el ambiente se sentía pesado. Ese juego de quien hablaba primero, quien arrojaba la primera piedra, agonizaba en un túnel sin final. La comunicación no era una estrategia practicada por ninguno de ellos.

Gabriel se detuvo en alguna página del documento, y no la giró hasta hallar la manera de acabar con todo ese circo. Pero, ¿no eran muy grandes para esto? Claro, ambos a punto de cumplir treinta, solo ahí Gabriel tuvo una idea.

—Así qué… ¿28 años verdad?

—No respondes el teléfono. ¿Cuántos años tienes?

La pregunta con la que Vasil contraatacó lo hizo enmudecer.

—¿No estás enfermo? Debiste quedarte en casa.

¿Acaso estaba diciendo que se fuera? Gabriel arrugó su rostro de forma infantil: —No soy alguien a quien debas cuidar.

—¿No? —preguntó sarcásticamente y se acercó a Gabriel, los pasos se escucharon como ecos, pesados y profundos.

Gabriel levantó su cabeza, encontrándose con la mirada fugaz de su amigo, ojos dorados que brillaban como el amanecer.

—No has terminado ningún documento —Y fue atacado por el mismo brillo que acariciaba su piel.

Era cierto, pero Gabriel no pudo evitar ofenderse. Se estaba esforzando, y tan solo eso era merecedor de mínimo un cumplido.

—Tus ojos están cansados, tu piel pálida y tienes ojeras —continuó Vasil, analizando cada parte de Gabriel. Observó la mueva preocupada de su amigo que lo enterneció. Solo ahí Vasil sonrió.

Gabriel se puso de pie: —Yo… ¿Qué es lo que estás tratando de decir? No… —Sin embargo, no pudo excusarse. Tomó el archivo con los documentos y procedió a retirarse de la oficina— Me iré.

Vasil estuvo a punto de perseguirlo, pretendiendo molestarlo aun más; sin embargo, una llamada lo obligó a detenerse.




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