Admiraba las sombras que formaban sus manos sobre la húmeda pared.
Entre sombras y manchas podían verse imágenes realmente asombrosas. Aunque, Jim, con sus pequeñas manos, intentaba formar animales. Una araña. Una paloma.
Interiormente, él quería recrear un perro, pero no sabía cómo. Algo se removía por dentro, como un sentimiento oscuro y lleno de lágrimas. Un ahogo absoluto.
Con la mirada fija sobre el muro le pareció ver como la sombra comenzaba a moverse.
Se desprendía y comenzaba a tomar forma, aún cuando Jim permanecía inmóvil, con sus pequeños y esqueléticos dedos. Por primera vez, lo estaba sintiendo. Con muchísimo miedo, sí. Pero es algo que siempre sucede. Un sentimiento inútil que se interpone en nuestros planes, pero aún así existe.
Jim por primera vez era una presa. Un ser vulnerable.
La sombra crecía más y más sobre la pared. Se asemeja a un árbol creciente, pese a que a Jim se le manifestaba de una manera muy diferente.
La copa se exponía como un rostro, oscuro, con ojos desalmados, llenos de ira. Como aquella vez en la que le había arrojado piedras a aquel perro del vecino. Aquel pequeño demonio enseñaba sus colmillos con un gruñido alarmante, nada que a un niño de siete años lo pueda atormentar. Más, en éste instante, Jim se había perdido en ese rostro y sabía que a partir de ahora no existirían los finales felices.
Sus manos comenzaron a latir y ensancharse. La adrenalina se presentaba inconforme, y su pequeño cuerpo tiritaba tendido sobre el suelo. La saliva se acumulaba, mientras su vejiga, finalmente, se vaciaba.
El pobre Jim agredía su propio cuerpo con su nuevo sentimiento de culpa. Su violencia interior al fin se hacia presente, dejándolo en la oscuridad varios minutos.
•El sufrimiento no depende del remordimiento, sino de un corazón vacío•