El encanto de Clarrisse

I

A partir de los trece años de edad los padres de los clanes viajaban por el mundo para poder encontrar el hilo rojo que unía a sus hijos con aquellos que les ayudaría a conservar su fuerza.

La leyenda lo contaba, la sacerdotisa Clarrisse trabajó muy duro para forjar este hilo entre ambos clanes, haciendo que se formen parejas para avivar la magia de uno a otro; ayudándose entre sí.

A lo largo de la historia, los brujos podían encontrar el hilo mediante un encantamiento, nunca se equivocaba; incluso las personas unidas por ello, llegaban a un nivel de atracción masivo. Como si el alma fuese partida en dos, y solo al punto de consumar este amor, esto se unía. Dando fuerza y poder.

Todos dentro de ambos clanes sentían la fuerza, la magia, el poder. Solo así, se podía vivir. Pero al revelarse contra la mujer que les dio el beneficio de no desaparecer, de no quedarse en lo mundano; ella los castigo antes de morir.

Si un ekuseni de fuego, y un brujo del clan poniente, con la marca del sol negro, se unían por el hilo rojo. El poder expondría su magia, delatando a todos, poniendo en riesgo su reino. Llamando a los demás clanes para reclamar el poder de este; metiéndolos en una guerra en donde perderían todo.

Clarrisse lo pactó como una profecía. Y durante siglos cuando nacía un o una bruja con la marca del sol negro, era ocultado, incluso sacrificados a la hora del nacimiento. Pero eso cambio, al pasar de los años, los dejaron vivir, solo si se aseguraban de que jamás encontraran su hilo rojo. Emparejándolos con aquellos que no tenían la oportunidad de encontrar el suyo. Los que no podían imprimirse con nadie.

Mara y Luna eran mellizas, a la hora de su nacimiento se cercioró que ninguna era bruja, ambas, hadas. Mara era mayor por tres minutos. Y sus padres notaron algo extraño en ella conforme iba creciendo, era la primera hada de fuego desde hace cien años.

Esto alertó a todo el clan, que pedía ocultar a la niña; pero sus padres no podían hacer eso, la amaban tanto como a Luna. Se tomaron medidas extremas, pero cuando se dio a conocer que Luna no tendría el hilo rojo, sus padres hicieron un plan.

Un chico del clan poniente había nacido con la marca del sol negro; vinculando el hilo rojo con Mara, pero todo eso se les ocultó. Por ambas partes, fingieron, que el hilo lo uniría con Luna, y no con Mara, porque solo así, Mara no lo vería como alguien que podría relacionarse románticamente. Porque era el prometido de su hermana.

En julio la lluvia se cernía por toda la casa, cayendo como cascadas por la teja del techo. Mara se había puesto un vestido rosa, mientras que Luna uno lila. Recién habían cumplido los trece, y era hora de que Luna conozca a su hilo rojo.

Como de costumbre, se preparaba una cena, en la cena acudían todas las personas que quisiesen; tenían que ser testigos de la dicha que se sentía cada que un suceso así, ocurría.

Eran pasadas de las tres de la tarde, la lluvia comenzaba a cesar, y los invitados estaban ansiosos; pero nadie sabía que todo eso, era un plan muy bien elaborado. Mara de cabellos finos y rojizos, se tropezó con la alfombra mojada del recibidor, manchando el vestido de un inmenso borrón marrón por el lodo que las personas dejaban cuando limpiaban sus zapatos. No dijo nada, se colocó rápidamente tras su madre cuando anunciaron que el chico había llegado; Luna encabezaba a la familia, tenía que notarla a ella a como dé lugar.

La familia del clan de brujos entró por el recibidor, observando a la niña, que con cabello negro adornaba con un listón al color de su vestido. Muy bella, había pensado la madre, no podría no sentirse menos satisfecha.

El brujo le sonrió con timidez, como lo habían planeado días con sus padres en el estudio de su casa. A un lado, su hermana que al igual que él, llevaba el cabello dorado.

Los padres se saludaron con dicha, los invitados se regocijaron, y Mara, intento ocultarse, le avergonzaba que todos vean la horrorosa macha que marcaba su vestido. Leo, como se llamaba el brujo, sintió que su corazón se agitaba con revuelo, era la misma sensación que le habían descrito sus padres, eso sentiría al reunirse con su hilo rojo. Y esa noche, creyó que Luna era su hilo rojo. Lo creyó por años.

La fiesta terminó a media noche, todos tenían que irse a casa, menos las familias involucradas. Se les asignaron habitaciones, y se quedaron.

Mara no podía dormir, sentía que algo le estaba presionando las costillas, que no podía respirar y necesitaba algo de comer. Al pasar las tres de la madrugada, bajó para ir por un poco de leche a la nevera. Pero cuando salió al pasillo se encontró con Leo, y ambos se contemplaron por segundos que parecieron eternos.

—¿No puedes dormir? —preguntó ella, porque Mara era social, amable y le encantaba charlar.

Leo curvó una ceja, mirándolo detenidamente hasta que se acercó a él, dándose cuenta que no era Luna, sino su melliza, Mara. La duda se plantó dentro de él, porque sintió que era ella, pero no era Luna.

—¿No hablas? —inquirió Mara, acercándose a él.

—Iba al baño —respondió él, con una leve sonrisa de vergüenza.

Mara asintió señalando las escaleras que daban al piso de abajo.

—Debajo de las escaleras —dijo—, te acompaño, voy a la cocina.

Leo no hablaba mucho, y a decir verdad, estaba demasiado confundido ahora mismo como para hacerlo. Ella siguió su paso, y él se quedó ahí.

Ni siquiera iba al baño, tampoco sabía por qué había salido de la habitación y la necesidad de seguir a Mara. Y lo hizo.

Los del clan poniente tenían el don de poder tomar la forma de un animal, y a veces su instinto era fuerte. Y es por eso que la intensidad del hilo rojo se sentía más con ellos.

—Oh —murmuró Mara cuando lo vio entrar a la cocina—, ¿quieres algo de comer?

—No, solo que me da un poco de miedo subir solo.




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