La fe mueve montañas, pero entre mas descubro al ser humano más segura estoy que lo que mueve al ser humano eran los condicionamientos internos, los llamados traumas. No puedo negar que en mi vida sigo ciertos ideales cegados por el ego y la necesidad de agradar, pero si quiero triunfar es necesario guiarse a veces por tales conflictos mentales.
En un pueblo a 40 minutos de Granada capital llamado Orgiva me encontraba yo, Valeria Herrera, dirigiéndome a la iglesia principal del pueblo, que tenía un aspecto descuidado. Aquí había pasado mi infancia y adolescencia lejos del bullicio de la ciudad. Fue en este lugar donde conocí el fracaso. Todos en el pueblo se conocen y si fracasas todo el mundo se entera y yo desde pequeña supe evitar esto. Seguramente por esa razón es mi fascinación de analizar a la gente psicológicamente, quiero saber lo que están pensando y aún más que están pensando de mí.
Era un día soleado de verano, un domingo en la mañana cualquiera, estaba entrando a la iglesia con la mejor ropa que encontré, alisándome mi pelo pelirrojo, tenía que impresionar a cierta persona. Entro a la capilla y me encuentro con Daniel, el sacerdote más joven del pueblo, esperándome como siempre. Me miró con una sonrisa sexy o talvez fue solo mi imaginación.
- Se ve que tienes ganas de confesarte hoy Vale - Dijo Daniel riendo suavemente, no puedo evitar pensar en mil situaciones donde el me besa con esos labios jugosos, madre mía, ya sé que es un sacerdote y tiene voto de castidad, ¡pero esta tan bueno!
- Tengo unos pecados acumulados y tú sabes que no quiero ir al infierno - tartamudee toda nerviosa, tenía que decirle a Daniel lo que hice, no podía decirles a mis padres o me matarían y seguramente le dirían a los demás del pueblo y no solo me quedaría sola, ya que estudiar en exceso hace que uno no tenga muchos amigos, sino que sería despreciada.
- Vamos al confesionario y encomiéndate a Dios - susurró Daniel con ánimo. La verdad desde que me interesé en la psicología, la carrera en la que espero estudiar a partir de ahora, puedo explicar el mundo perfectamente sin un Dios, no obstante, necesitaba que Daniel me escuchara y solo talvez aumentar un poco mi frágil fe.
Entramos a la iglesia y seguí a Daniel hasta el confesionario, me instalé toda nerviosa moviendo mi pie izquierdo sin parar.
- Muy bien Valeria, pued-
- ¡HICE TRAMPA! - grité antes que Daniel... o Dios... terminara la frase.
- Explícate - dijo Daniel extrañado
- En el examen de acceso a la universidad hice trampa, tú ya sabes que uno se pone bastante nervioso en ese tipo de situaciones y...
- Pero Vale, tu siempre eres la primera en lo que a notas se refiere. ¿Por qué hiciste trampa?
- Pues como estaba muy intranquila el día anterior al examen me di cuenta que lo que había estudiado en 6 meses se me había olvidado todo jeje - reí con una risa ansiosa - así que escribí todo en un papel y...
- Ya es suficiente - dijo Daniel comprensivo pero firme - Dios sabe que eres una buena chica, no hables más. Si no tienes nada más que decir reza tres padres nuestros y cuatro aves Marías.
- ¿De verdad soy una buena chica? - pregunte desesperada
- Sí, lo eres.
- Gracias - susurré aliviada.
Con Daniel siempre encontraba la paz, era el chico perfecto para mí, estoy segura. Salí del confesionario y caminé hacia los bancos de la desolada iglesia, fingí rezar mientras tarareaba una canción de Shakira para luego despedirme de Daniel y salir del edificio. ¿El sacerdote se habrá fijado en mi ropa o será tan puro de alma que no le importará lo carnal?
Me senté en las escaleras a la entrada del recinto, solo había un chico dándome la espalda sentado delante de mí, por lo tanto, tuve la suficiente intimidad para prender un cigarro. Este iba ser mi segundo cigarro en mi vida, el primero lo fume en la fiesta de graduación del último curso del instituto. Todos esperaban que la centrada y estudiosa Valeria hiciera algo atrevido y yo no podía defraudarlos.
El tiempo estaba perfecto, estaba soleado, pero no había mucho calor. Mire a la lejanía del cielo y me jure a mí misma que mi futuro iba ser grande y maravilloso. Empecé a fumar como pude, pero de inmediato comencé a toser como enferma. Mis pulmones no estaban acostumbrados, era evidente.
- Que tonta - escuche a alguien que pronunciaba esas palabras con una voz grave y mi corazón se aceleró - ni siquiera sabes fumar bien.
De inmediato vi a aquel chico delante de mi viéndome, estaba conteniéndose la risa. Tenía el cabello negro azabache, ojos color verde menta, mandíbula cuadrada y extremidades largas. Tampoco pude examinarlo mucho porque estaba roja de la vergüenza.
- ¿Quieres... probar mi cigarro...? - ¡Qué estúpida fui!, estaba tan nerviosa que no sabía que decir y dije lo primero que se me ocurrió. Lo bueno es que sabía que aquel chico no era de por aquí y no les diría a mis compañeros de instituto nada de esto.
- Yo no fumo jaja, pero al menos tengo más idea que tú. - dijo aquel chico haciéndome cabrear más - ¿Qué te paso? ¿Te pusiste tan nerviosa de rezar el padre nuestro que viniste aquí a intentar hacer algo con la última neurona que te quedaba?
- ¡Ey! Yo no te he faltado el respeto, descerebrado -dije con una gran impotencia. ¿Qué se creía ese tipo?, pero luego se me ocurrió algo. - Veo que tienes carencias emocionales importantes porque tanto insulto no es normal - Había leído en una investigación que las personas sin estabilidad emocional insultaban a los demás sin razón, yo leía este tipo de informes porque quería conocer el comportamiento de la gente que me rodeaba y ahora me venía de maravilla.
- Perdona si me he pasado, ¿pero de verdad no sabes diferenciar entre una broma y cuando te dicen algo enserio? - dijo para luego reír a carcajadas, haciendo que me tapara la cara con mis manos. - ey, no te escondas jaja.
- Deberías dejar de hacer esas bromas - le reprocho enojada.