— Hija, vamos apresúrate. Llegaremos tarde a la casa de la abuela — gritaba mi madre.
— Estoy buscando el regalo mamá.
— Tenemos que llegar temprano o la familia de la hermana de tu madre llegara primero — Manifestó mi papá todo nervioso.
Era domingo en mi casa y toda la mañana había estado ocupada hablando con mis compañeros de residencia por whatsapp por si habían visto a Tili pero lamentablemente nadie sabía de ella.Eso me tenía muy triste. Era el cumpleaños de mi abuela, pero no le había prestado la suficiente atención a ese hecho y por eso se me olvido donde deje los chocolates artesanales que le íbamos a regalar.
— ¡Hija, por favor! — dijo mi papá.
— ¡Ya papá, si te escuche! Encontraré el regalo en un instante — grite enojada — ¡Aquí estaba! Detrás de la cama.
— Por fin hija, ahora ven corriendo que nos tenemos que ir. — dijo angustiado mi padre.
— Bruno querido, cálmate — dijo un poco molesta mi madre.
En el coche nos dirigimos a las afueras del pueblo, al cortijo de mi abuela, la cual era una casona gigante, blanca y rodeada de muchos cactus. En el patio tiene una gran piscina donde más de una vez casi me he ahogado. Mi abuelo murió hace unos cinco años, no obstante, mi abuela lo supero rápido y ve la vida con optimismo.
La verdad es que me gusta hablar con mi abuela, cree en cosas como la brujería y el misticismo, y a pesar en que no creo en ello es muy divertida contándolo.
Aparcamos en el amplio jardín delantero, nos bajamos del coche rápidamente y tocamos la puerta exactamente a la una de la tarde. Nos abrió mi abuela con una inmensa sonrisa en el rostro y lo primero que hice fue abrazarla y después le di su regalo.
— ¡Muchas gracias Valeria querida! — dijo mi abuela — Supongo que ya tienes novio en Granada. ¡Quiero bisnietos!
— Abuela, nada que ver — dije toda nerviosa — mejor abre tu regalo.
— Eso para el final de la fiesta cariño.
— Hola madre — dijo mi mamá sonriente.
— Hola suegrita — dijo mi padre. Vi como miraba detrás de mi abuela observando algo dentro de la casa que hizo que pusiera los ojos como platos.
— ¿Qué paso papá?
Miré para dentro de la casa y vi a mis dos primos intentando poner una televisión enorme, literal la más grande que he visto, encima de un mueble. Al parecer esa tele era el regalo de la familia de mi tía para la abuela, un poco exagerado. De la cocina salió mi tía con una sonrisa de satisfacción al vernos. Detrás de ella salió su esposo, mi tío era un gran hombre de negocios, exitoso y atlético. Mi padre lo miro apretando el puño con una rabia que no podía disimular. Mi madre se avergonzó del regalo y le prometió a la anciana que le daría otra cosa uno de estos días a pesar de que la cumpleañera aún no abría el regalo.
Nunca he entendido estas peleas familiares, y a pesar de que soy muy competitiva y siempre quiero ser la mejor en este caso me parece una pérdida de tiempo.
— Vamos a sentarnos a la mesa que esta junto a la piscina a comer. — dijo mi abuela muy atenta. Las dos familias nos sentamos alrededor de la mesa.
— Hola hermana — dijo mi madre a mi tía con una sonrisa nerviosa.
— Tienes un moco en la nariz — dijo mi tía a mi mamá mientras se reía maliciosamente. Mi progenitora se tapó la cara con las manos y se puso roja.
— Las cartas tenían razón, las diferencias familiares continúan. — se lamentaba la anciana.
— Por lo que veo aún sigues haciendo tiradas de tarot abuela — comente interesada mientras me servía las patatas que estaban sobre la mesa.
— Cuando terminemos de comer el postre si quieres te veo las cartas cariño.
— No creo que unas simples cartas puedan adivinar un futuro que aún no existe, pero será una buena excusa para divertirme y talvez tener una pista de donde está mi hámster.
— Las cartas solo ven el futuro más probable según tus acciones actuales y de los demás. Acuérdate que lo que haces ahora repercute para el día de mañana querida.
— Mamá deja de decir tonterías, después de comer veamos una película en la televisión que te compramos. — dijo incomoda mi tía Ana.
Mi abuela me guiño el ojo y seguimos comiendo. Nos servimos patatas con mayonesa y costilla de ternera y luego comimos una ensalada de pepinos con vinagre. Mientras comíamos pude observar que mi padre miraba con rabia al esposo de mi tía y yo me reí internamente. Talvez yo también me veo igual de ridícula mientras envidio a los que son mejores que yo en algo.
Mis dos primos y yo empezamos a hablar de videojuegos, aunque al decir verdad yo solo he jugado a Pokemon Go, discutían de estrategias de Warcraft y construcciones en minecraft y yo procedía a darles ánimo. Mis tíos y mi madre empezaron a debatir sobre temas de política, un tema delicado que no me quiero meter mucho. Mi abuela y mi papá hablaban del chisme de nuestros vecinos, que se gritaban entre sí y se tiraban cosas, todo un drama, no pude dormir en mi época de bachillerato muchas veces por ellos.
— Estamos listos — dijo la vieja cuando terminamos el helado. — Todos lleven las cosas a la cocina y póngalas en la lava vajillas. Valeria y yo iremos a mi habitación a hacer algunas cosas.
— Abuela, mejor no... — dije incomoda.
— Cállate y sígueme, ser testaruda no te servirá de nada.
— Abuela, nosotros también queremos ir — suplicaron mis primos.
— Ustedes no, la última vez que les vi las cartas me reclamaron que los había maldecido solo porque acerté que les iría mal en los exámenes. — y dicho esto la anciana me empujo hasta su habitación.
Cuando entramos ella cerró la puerta de la habitación con llave. Saco una caja roja cereza de debajo de la cama y yo la ayude un poco para que no se agachara tanto. De esa caja saco un mazo de cartas muy buen cuidado. Las puso del revés y me hizo escoger tres al azar. Las dio vuelta y procedió a contarme lo que tenía que decir.
— Mmm..., por lo que puedo ver todos tus planes serán arruinados.