—¡Ten cuidado! —gritó Ariadna, justo antes de que su cuerpo chocara contra el de él.
Sus libros cayeron al suelo. Su corazón también.
Frente a ella estaba el tipo del que todos hablaban. El que no iba a fiestas, pero sí a funerales. El que se peleaba con puños, no con palabras.
Killian Montenegro.
Camisa negra, tatuajes cubriendo sus brazos, cicatriz en la ceja.
Mirada de depredador. O de víctima. O ambas.
—Mira por dónde caminas —gruñó él, con una voz tan grave que le vibró el pecho.
Ariadna retrocedió. Pero él dio un paso al frente.
—¿Tú eres la hermana de Sofía Cruz?
Ella se congeló.
Nadie mencionaba ese nombre.
Nadie.
Hasta ahora.
Y fue ahí, en ese instante exacto, cuando Ariadna supo algo:
él no era un chico bueno. Él era una amenaza.