Ariadna no podía dejar de pensar en sus ojos.
Fríos, intensos… y con esa forma de desarmarte como si supiera todos tus pecados.
“¿Tú eres la hermana de Sofía Cruz?”
Esa pregunta no era casualidad.
No había forma de que un desconocido supiera de su hermana.
Mucho menos Killian Montenegro, el tipo que tenía fama de haberle roto los dientes a un profesor… y aún así seguir en la universidad como si nada.
Lo que más la molestaba no era el miedo.
Era la curiosidad.
Y el maldito cosquilleo en el estómago cuando pensaba en él.
—
Esa tarde, en la biblioteca, Ariadna buscaba distracción entre libros de psicología.
Frustrada, sacó el celular.
“No puedo seguir así”, pensó.
Pero justo cuando iba a escribirle a Nico, sintió una presencia detrás.
Fuerte. Masculina.
Casi como si el aire se le escapara.
—Tu hermana estaba investigando algo… ¿no? —susurró esa voz detrás de ella.
Killian.
Otra vez.
Como una sombra que no se quitaba de encima.
—¿Cómo sabes eso?
—Porque ella se metió donde no debía. Igual que tú.
—¿Y tú qué sabes de eso? —le respondió con valentía, aunque por dentro temblaba.
Killian bajó la mirada, y con una sonrisa ladeada, le respondió:
—Sé que estás a punto de hacerlo también.
—¿El qué?
—Perder el control.
Y entonces lo hizo.
Le rozó la muñeca con sus dedos ásperos, apenas un segundo.
Pero bastó.
Su cuerpo reaccionó antes que su mente.
El corazón se le aceleró.
La piel se le encendió.
Killian se inclinó. La boca peligrosamente cerca de su oído.
—No le gustaba que la siguieran… pero aún así lo hizo.
No seas como ella.
Y se fue.
Como si no acabara de dejarla marcada, sin tocarla de verdad.