El era una Amenaza

CAPÍTULO 4: "Líneas que se cruzan"

La noche cayó como una advertencia.

Y Ariadna no podía dejar de pensar en él.

Había algo en Killian Montenegro que no encajaba con la vida universitaria. No solo era su actitud, o los tatuajes, o esa mirada que parecía querer desarmarla por dentro. Era el silencio que cargaba. La sombra que arrastraba tras de sí como si fuera una maldición.

Y lo peor…

Era que esa oscuridad la atraía.

Estaba sola en su habitación, sentada en la cama con las piernas cruzadas y la carpeta de archivos sobre el regazo. Fotos viejas, nombres escritos con tinta corrida, mapas del campus marcados con símbolos que no entendía.

"Sofía, ¿en qué mierda te metiste?"

Suspiró y tomó su celular. Había un solo contacto en su cabeza en ese momento, y no era Nico.

📱Ariadna: ¿Podemos hablar?

📱Killian: Estoy en el segundo piso de la biblioteca. Sola.

Ni un emoji. Ni una excusa. Solo la verdad. Cruda. Como él.

Ariadna se puso una chaqueta, sin siquiera pensarlo. Como si sus piernas se movieran por instinto.

Como si la atracción hacia el peligro ya fuera parte de su sistema nervioso.

---

La biblioteca a esas horas era un mausoleo.

Los estantes parecían tumbas, el eco de los pasos se perdía en la oscuridad y la poca luz amarilla colgaba como si temiera estar ahí.

Y ahí estaba él.

Sentado sobre una mesa de estudio, con los pies apoyados en una silla, los dedos recorriendo el borde de un encendedor. Lo giraba sin quemarlo. Como si necesitara el calor sin la llama.

—Pensé que no vendrías —dijo sin mirarla.

—Pensé que no responderías —respondió ella, sin dejar de mirarlo.

Se hizo un silencio. Pero no uno incómodo.

Uno cargado de electricidad, como si el aire estuviera a punto de estallar.

—¿Qué tanto sabes de Sofía? —le preguntó él al fin, dejando el encendedor a un lado.

—Sé que no se suicidó.

—¿Tienes pruebas?

—No todavía. Pero estoy empezando a tener testigos.

—¿Confías en mí, Ariadna?

Ella dudó. Porque no era una pregunta cualquiera.

Venía de un hombre que claramente había hecho cosas imperdonables.

Pero por alguna razón…

sí.

—Confío lo suficiente para no correr de ti.

—Deberías —respondió él, bajando de la mesa—. Porque yo corro de mí mismo todos los días.

Killian se acercó.

Y ella no se movió.

Sus manos no la tocaron, pero su presencia era abrumadora.

El calor que emitía era físico. Casi como si él tuviera su propio campo magnético.

Y entonces, con la punta de sus dedos, le retiró un mechón de cabello de la cara.

—Si quieres respuestas… vas a tener que romper reglas.

—Ya estoy rota.

Fue suficiente.

Killian la besó.

No como en las películas. No como un chico bueno.

La besó como si no supiera si volvería a estar vivo al día siguiente.

Como si su boca fuera un refugio al que necesitaba entrar antes de volverse ceniza.

Las manos de él la sujetaron de la cintura, la alzaron sobre la mesa, y por un momento Ariadna no sintió el suelo.

Solo el sabor a peligro en su lengua.

El roce de sus labios con rabia contenida.

El gemido suave que se escapó de su garganta cuando él la mordió justo al borde del cuello.

Pero Killian se detuvo.

Con la respiración agitada y el cuerpo tenso, como un animal a punto de atacar… y resistiéndose.

—No soy bueno para ti, Ariadna.

—Tú tampoco lo eres para ti.

—Exacto —susurró, rozando su frente con la de ella—. Y aún así, aquí estás.

Ella bajó de la mesa sin romper el contacto visual.

—No me des sermones. Dame respuestas.

—Entonces prepárate —dijo Killian, recogiendo los papeles del suelo—. Porque lo que tu hermana investigaba... podría matarnos a los dos.

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✨ Fin del Capítulo 4



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En el texto hay: amor, universitario, detecive

Editado: 19.08.2025

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