La lluvia golpeaba las ventanas del dormitorio como un tambor de guerra.
Ariadna estaba sentada en su cama, con el teléfono en la mano, mirando un mensaje que no dejaba de releer:
📱 Killian: Baja. Ahora.
Sin explicación. Sin contexto.
Como siempre.
Lia, su roommate, estaba dormida. Ariadna, en cambio, sintió esa mezcla de miedo y deseo que ya se estaba volviendo familiar.
Se puso una sudadera, se miró al espejo y bajó.
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Él estaba apoyado en su moto, bajo la lluvia, empapado y… malditamente hermoso.
El agua le resbalaba por el cuello, marcando las líneas de sus tatuajes, y sus ojos oscuros parecían una tormenta aún más peligrosa que la del cielo.
—Sube —dijo él, sin rodeos.
—¿A dónde?
—Confía en mí.
Y por alguna razón… ella lo hizo.
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La moto rugió y la ciudad quedó atrás.
Pasaron carreteras solitarias, luces que parecían fantasmas lejanos, y finalmente llegaron a un taller abandonado.
Killian bajó, quitándose la chaqueta mojada, dejando a la vista una camiseta ajustada pegada a su piel.
Y ahí Ariadna vio algo que la dejó sin aire.
Cicatrices.
En sus brazos, en su abdomen, una larga cruzando su costado.
No parecían accidentes. Eran marcas de guerra. Historias grabadas en carne.
—¿Qué te pasó? —preguntó ella, sin poder evitar acercarse.
Él la miró.
Oscuro. Dolido.
Como si nadie más hubiera tenido el valor de preguntarlo.
—La vida —respondió él al fin, quitándose la camiseta empapada.
—No es una respuesta.
—No es una historia para niñas buenas.
Ariadna no retrocedió.
En cambio, levantó la mano y rozó con los dedos una de esas marcas en su costado.
Killian se tensó, pero no la apartó.
—Yo no soy tan buena como crees —murmuró Ariadna.
Hubo un silencio.
Pesado. Ardiente.
Killian la miró, y por primera vez, no vio miedo en sus ojos.
Vio algo peor.
O mejor.
Determinación.
—Si te cuento —dijo él, bajando la voz como un secreto—, no vas a poder irte.
Ariadna tragó saliva.
—No planeo irme.
Y entonces él sonrió. Apenas una sombra de sonrisa, pero suficiente.
Se acercó, apoyó su frente en la de ella, y sus palabras fueron un susurro peligroso:
—Me hicieron esto porque alguna vez fui peor que ellos.
—¿Ellos?
—Los hombres que mataron a tu hermana.
El mundo de Ariadna se detuvo.
—¿Qué…?
—No los maté yo… todavía. Pero sé quiénes son. Y si me dejas, Ariadna, los voy a hacer pagar.
Y antes de que pudiera responder… la besó.
No como antes.
No con rabia.
Sino con una promesa.
Oscura. Irrevocable.
Y deliciosa.
Ella no lo detuvo.
Ni quería.
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✨ Fin del Capítulo 7