El túnel parecía interminable. Las paredes estaban húmedas, el techo rezumaba gotas que caían como metrónomos, y el eco de los pasos acelerados se mezclaba con la respiración agitada de los tres.
Ariadna apenas podía seguirles el ritmo. Su mano estaba atrapada en la de Killian, fuerte, protectora, pero la otra parte de ella ardía con la sospecha: ¿por qué Lia, de todas las personas, había aparecido en el momento exacto?
—¿A dónde nos llevas? —gruñó Killian, sin bajar el arma.
—Al único lugar donde tus enemigos no pensarían en buscarte. —La voz de Lia era cortante, sin titubeos.
Se detuvieron frente a un muro agrietado. Ella tocó una parte específica del ladrillo, y como un secreto bien guardado, una puerta oculta se abrió, chirriando como si no hubiera sido usada en años.
—Entra —ordenó Lia.
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El escondite era un viejo refugio subterráneo. Olor a óxido, cajas de metal apiladas, una mesa con mapas amarillentos y un par de lámparas a medio morir.
Killian empujó a Ariadna primero, entrando detrás de ella. Cerró la puerta de un portazo y apuntó directo a la cabeza de Lia.
—Habla. ¿Quién te mandó?
Lia no se inmutó. Lo miró directo a los ojos y sonrió apenas, como si hubiera esperado esa reacción.
—Nadie me mandó. Estoy aquí porque… yo sé quién eres de verdad.
Ariadna frunció el ceño, sus ojos viajando de Killian a Lia como si intentara armar un rompecabezas imposible.
—¿Qué está pasando?
Killian no contestó. Su dedo apretaba el gatillo, el cañón temblaba apenas, pero su mirada era fría, como hielo a punto de romperse.
—¿Quién soy entonces, Lia? —preguntó, su voz baja, mortal.
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Lia respiró hondo.
—Eres un fantasma. El arma que nadie debía soltar. Una sombra que se suponía estaba muerta hace años.
El silencio cayó como una bomba. Ariadna sintió que el aire se le escapaba de los pulmones.
—¿Muerto? —susurró ella, incapaz de contenerse.
Killian giró apenas hacia ella, y en esos ojos oscuros Ariadna vio algo que nunca había visto antes: culpa.
—No escuches nada de lo que salga de su boca —escupió él, con los dientes apretados.
Lia dio un paso al frente, sin miedo al arma que le apuntaba.
—Ella merece saberlo. ¿O prefieres que siga pensando que eres solo un hombre peligroso, cuando en realidad eres mucho más que eso?
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El corazón de Ariadna latía desbocado. La adrenalina del escape seguía corriendo por sus venas, pero ahora era otra cosa: miedo y curiosidad entrelazados.
—Killian… —su voz tembló—. ¿Qué quiso decir con eso?
Por primera vez, él bajó la mirada. No soltó el arma, pero su respiración se volvió pesada, cargada de recuerdos.
Lia sonrió con un dejo de tristeza.
—Eras el experimento perfecto. El soldado que nunca debía existir. El asesino que el mundo enterró en silencio. Pero aquí estás, con ella.
Ariadna retrocedió un paso, como si cada palabra la empujara contra la pared.
—¿Un experimento? —repitió, incrédula.
Killian alzó la mirada, y en ese instante Ariadna sintió que se rompía algo entre ellos.
No eran solo las balas, ni la sangre, ni los secretos. Era la sensación de que, tal vez, el hombre que la había salvado tantas veces… ni siquiera era humano en el sentido más puro de la palabra.
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Un ruido ensordecedor interrumpió la tensión. Explosiones lejanas retumbaron en el túnel, y el refugio vibró como si estuviera a punto de colapsar.
Killian reaccionó de inmediato, empujando a Ariadna detrás de una mesa.
—No importa qué diga —le murmuró al oído—. Yo solo sé una cosa: no voy a dejar que te toquen.
Lia recargó su propia arma y miró hacia la puerta metálica.
—Ya nos encontraron.
Y entonces todo explotó.
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✨ Fin del Capítulo 15 ✨